sábado, 17 de septiembre de 2016

Roberto C. Suárez - El arma de fuego

Una mano delicada siente el peso del arma de fuego, dando inicio así a un corto vaivén hasta que el músculo vence a la gravedad, manteniendo erguido el brazo.
Un ojo alinea el cañón en una tira imaginaria y real como la soga de plata que ata a los hombres a sus destinos en este mundo.
El frío acero del gatillo atrae al índice y el dedo se mueve repetidas veces para que un ser muera perforado por las balas.
Luego esa mujer baja el brazo y el cañón del arma apunta ahora al suelo, de los dos corazones uno se ha detenido fatalmente pero el otro se lleva consigo el eco de las detonaciones que lo acompañarán por siempre.
Un demonio vuelve al letargo. El ser bestial que vive en la aleación ha saciado su sed de sangre. Esta secuencia sólo se ha replicado una vez más.
La dama ha sido el instrumento para que se consumara un rito antiguo como los dioses.
La mano despertó a ese ser demoníaco que deambula silencioso también en nuestros propios corazones. 


Aquí también dormía y acechaba un rencor humano como decía Borges, todo tiene solución menos la muerte dicen algunos. RCS

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