domingo, 29 de septiembre de 2013

¿SHAMPOO, CHAMPÚ O SHAMPÚ?


La utilización de palabras extranjeras, en el habla culta y popular es muy antigua en el castellano, pero en los últimos tiempos, con el avance de la informática, y la hegemonía cultural norteamericana, es un modismo utilizado permanentemente, aun cuando en el castellano existan términos equivalentes. Por ejemplo, en los medios académicos es muy común el término "abstract", para referirse a un resumen o extracto de un artículo o investigación. Pero esas dos palabras que lo explican son sus equivalentes en el castellano. Cada uno puede utilizar la que crea conveniente. Pero el idioma tiene mucho de la identidad cultural y de referencias simbólicas y significativas de los habitantes de un país, o región, para internalizar en las conciencias un aura, un "aire de aquí".
 Hace unos días un grupo de escritores, ensayistas, intelectuales, Lic. en Letras, etc., etc, hizo un manifiesto sobre la Soberanía idiomática, poniendo como eje de la discusión al mundo latinoamericano en relación a la Real Academia Española. No vamos a explayarnos aquí sobre esa cuestión, solamente queremos puntualizar, en el uso en el Río de la Plata de la voz del título, como ejemplo del problema a resolver.
 En el año 2005 salió el "Diccionario Panhispánico de dudas", de la RAE, al respecto dice: "champú. Adaptación gráfica de la voz inglesa shampoo, "jabón líquido para lavar el pelo". Su plural es champús.
 Sabido que la ch en castellano se pronuncia che, y en algunas hablas dialectales de hispanoamérica y del sur de España, se pronuncia sh, semejante a la sh inglesa.
 Lo cierto es que en el castellano del Río de la Plata se pronuncia shampú. El diccionario mencionado dice que "Es inadmisible la forma híbrida -de escritura- shampú, que no es ni inglesa ni española". Sin embargo, es la forma en que se pronuncia en esta zona y muchas otras, como derivación y pronunciación del inglés al castellano. Porqué no podría escribirse así, a medio camino de los dos idiomas, y como referente del sentido en la conciencia del hablante. Pues quien dice "shampoo" sabe que es una voz extranjera, cuando menos. ¿Por qué no escribimos shampú?
 Se podría parangonar con champán, adaptación gráfica de la voz francesa "champagne", y que también se pronuncia con el sonido sh.
 Tampoco podría conseguirse un atajo con el yeismo, y escribir yampú, o yampán. Esto último parecería claramente incorrecto, pero ¿por qué?
 En el castellano hay una correspondencia más segura entre la grafía de las palabras, y la pronunciación, que en el Inglés por ejemplo. Parecería que acercar cada vez más los grafemas y los fonemas en una vocalización uniforme es hasta si se quiere, más racional.
 Defender el habla de un país, no es exactamente lo mismo que defender el idioma de un país. La lengua tiene contornos más amplios para ser defendida.
 Pero tal vez, propugnar una armonía entre la escritura y la pronunciación, pueda ser parte de esa bandera de soberanía idiomática, que proponen algunos, hoy elegidos, pero que tienen que ampliarse en un debate más profundo, donde puedan participar, todos los que quieran, hablen bien o mal. Porqué en definitiva ese bien o mal, es una norma, y debe cuestionarse quién la impone, desde dónde, y hacia dónde.
 Cuanto más democrático sea el debate, mayores serán los matices de los problemas a resolver, de la lengua y océano en que nos encontramos sumidos una veintena de países que hablan el castellano, en esta parte del mundo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Miscelánea de microrrelatos

Refería Cortázar que si la novela —construcción sofisticada y de largo aliento— ganaba por puntos en un ring, el cuento ganaba por knock-out. 
"Un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases".
Si la contundencia es la clave para los cuentos en general, lo es más todavía para los microrrelatos. A continuación algunos ejemplos dignos de mención, conformando 
una muestra de estas breves obras maestras del efecto sorpresa: 

"Final para un cuento fantástico", de I. A. Ireland 
—¡Que extraño! —dijo la muchacha avanzando cautelosamente—. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
—¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
—A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció. 

"Fantasma sensible", de Lieu Yi-King
Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Tche-yu fue protagonista de un hecho singular. A su lado surgió un fantasma gigantesco, de más de diez pies de altura, de tez negra y ojos inmensos, vestido con una casaca negra y cubierto con un bonete plano. Sin turbarse de modo alguno, Yuan Tche-yu conservó su sangre fría.
—La gente suele decir que los fantasmas son feos —dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición—. ¡Y tienen toda la razón!
El fantasma, avergonzado, se eclipsó. 
"Escalofriante", de Thomas Bailey Aldrich
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Tocan la puerta. 

El relato que sigue pertenece, supuestamente, a un escritor inglés llamado George Loring Frost y fue incluido por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en su famosa antología de narrativa fantástica. Se sospecha, sin embargo (y no sería nada raro teniendo en cuenta no solo el gusto por la literatura fantástica, sino también por las bromas literarias de estos amigos escritores), que el autor real hubiera sido el propio Borges:

Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
—Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted?
—Yo sí —dijo el primero y desapareció.

Magia y Tecnología (extraído del símbolo perdido)


"...-Bajó la mano y miró a Sato-. El saber es poder, y el saber adecuado permite al hombre llevar a cabo tareas milagrosas, casi divinas.
Sato volvió a posar su mirada sobre Langdon y se frotó el cuello.
-Yo no diría que tender un cable sea exactamente lo mismo que ser un dios.
-Quizá para un hombre moderno, no -respondió Langdon-. Pero si George Washington se enterara de que nos hemos convertido en una raza capaz de mantener conversaciones transoceánicas, volar a la velocidad del sonido y poner los pies en la luna, creería que somos dioses capaces de tareas milagrosas. -Hizo una pausa-. En palabras del escritor futurista Arthur C. Clarke,
«Toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia»."

(Dan Brown EL SÍMBOLO PERDIDO, p.110)

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