domingo, 30 de diciembre de 2018

Raúl Mauro Finocchiaro - El cuento del Final… …y del Principio

UNO

Su despertar fue distinto a cualesquiera de los de siempre. No podía definirlo claramente pero, de toda evidencia, no era el apacible de los días serenos, tampoco el agitado de las noches de pesadillas ni el agobiante de cuando se excedía en la comida (o, con más frecuencia, en la bebida).
Por esa situación de rareza, al volver a la cama después de buscar el diario puntualmente arrojado por debajo de la puerta, permaneció largo rato mirando por la ventana cómo amanecía ese sábado en la ciudad de Buenos Aires.
Recordaba el sueño tenido unos minutos antes. Su nitidez hacía que permaneciese vigente la sensación de angustia pero, y aquí lo extraño, esas emociones no las había experimentado como propias, sino que las había recibido del visitante de su pesadilla, ésta un poco más extraña que las que poblaban habitualmente sus turbados sueños.
Finalmente, comenzó la lectura cotidiana. Pero pocos momentos después se encontraba con la vista perdida en la empapelada pared, volviendo una y otra vez a repasar los detalles de su reciente experiencia.
Al hacerlo, no pudo menos que recordar que –según leyera en más de una oportunidad- el escocés Abraham Stoker elaboró su obra célebre “Drácula” sobre la base de una pesadilla motivada en un atracón de pulpo. 
La idea cruzó fugaz y su ceño, habitualmente adusto, se aflojó en una sonrisa ¿Estaba verdaderamente empezando a chochear, como tantas veces se había dicho a sí mismo en broma?
Al rato estaba levantado, como para empezar la jornada. Y entonces, el espejo colocado especialmente en el lavadero para afeitarse sin tener que doblarse, le devolvió –como siempre- la imagen de su rostro.
Vió pues a Ciro Luciano Hoframura, próximo a los 54, reluciente su avanzada calvicie con el escaso cabello canoso en los laterales, que llevaba muy corto (exactamente igual que hiciera su padre y, según recordaba vagamente, su abuelo). A diferencia de ellos, empero, sus pómulos salientes recordaban que el dueño había sido muy delgado de niño y hasta avanzada la adultez, a despecho de que ahora una perceptible papada y su cuello eran evidencia de que su sedentarismo no podía procesar adecuadamente las grasas y ésta comenzaban a acumularse allí donde podían.
Ciro contempló a Ciro y con la mayor objetividad que pudo le fue agregando detalles de su personalidad; virtudes y defectos que creía (¿creía?) conocer.
El sempiterno solterón porteño, abogado y funcionario bancario, que llevaba veinte años viviendo solo y analizando sus frustraciones.
Por añadidura, ahora sus problemas eran mayores. Ya casi viejo sentía que su carrera laboral, otrora segura, tranquila y con  recompensas, no sólo había devenido en un callejón sin salida sino que podía estar próxima a un final no querido, pero que se vislumbraba inexorable.
Seguramente por eso era que, últimamente, su dormir se veía afectado por episodios de ansiedad aunque, no se engañaba, siempre en general sus sueños de toda la vida habían sido más de agobio que de regocijo.
Tal era el cuadro con que Ciro se miraba mientras la idea volvía a aparecer: ¿Y si volcase al papel el sueño? Un relato corto, un cuento, porque la cosa no daría para más.
El hombre ya maduro, desde el espejo y sin palabras le advertía que se dejara de sandeces, que se suponía que Ciro Luciano Hoframura era un personaje serio. Lo era, en efecto, pero ¿por qué no?
Al fin y al cabo siempre le había gustado escribir; es más, conservaba la fama de hacerlo muy bien.
Miró hacia su pasado; se amontonaban los trabajos para Literatura en el secundario con los posteriores en la Facultad de Derecho, cuando militara en el Movimiento Universitario Reformista. Allí había hecho crónicas sobre cine y libros en el suplemento cultural del Boletín partidario, él estaba seguro que tales escritos no habían sido nada malos.
Además, si bien muy lejos en el tiempo, había preparado ensayos de modo que la labor no le era novedosa en absoluto.
Sus ordenadas carpetas guardaban por añadidura, casi doscientos poemas en diferentes estilos, varios de ellos incluso se encontraban bajo la vitrea de su escritorio. Desde luego, las motivaciones afectivas que lo llevaran a redactar rimas nada tenían que ver con lo que ahora pasaba, pero lo concreto es que experiencia no le faltaba para encarar el asunto. Todo era cuestión de decidirse…¿Lo haría?... …

DOS

Su despertar fue tranquilo y firme. Estaba decidido: intentaría volcar al papel el sueño de días atrás, ése que lo había afectado.
En todo el tiempo transcurrido lo había pensado mucho y ahora volvía a sentir en los dedos el cosquilleo mucho ha olvidado que lo incitaba a sentarse frente a la máquina y ver surgir, poco a poco, sus ideas.
Claro que con las ganas no alcanzaban, debía armar un esquema y desarrollarlo o modificarlo según fueran las circunstancias.
Ciro no quiso admitirlo ni a sí mismo, pero se encontraba entusiasmado con la idea y ¡hacía tanto que no se entusiasmaba con algo!
Otra circunstancia a favor resultaba ser su inveterado hábito de lectura de ciencia ficción, que arrancara cuarenta años atrás con la ya mítica revista “Mas Allá”. Porque lo que tenía que escribir encuadraba en eso: ciencia ficción, aunque tuviera demasiada ficción y nada de ciencia.
Ya totalmente lanzado al objetivo, Ciro tomó un lápiz y el bloque de hojas renglonadas para acomodar allí las bases de su idea, que luego sistematizaría (si podía…) en su oficina.
Recordaba cada vez con más nitidez los aspectos de su aventura nocturna; en el sueño él era el único –por motivos no sabidos- que podía ver al visitante quien se esforzaba precisamente en no ser advertido, para lo cual había creado un campo especial no de hipnosis sino electromagnético o algo así.
Ese ser era de otro mundo y aunque no agresivo se advertía peligroso a despecho de existir una pretendida similitud con un búho, concepto que ya en el propio sueño Ciro rechazaba de plano.
En efecto ¿cómo podía semejar un búho algo que superaba sin esfuerzo los tres metros de altura? Y había otras circunstancias aterradoras que explicaban porqué debía ocultar su presencia como pudiera: los tres ojos con pupilas facetadas no encajaban con ningún modelo conocido en la Tierra, sin olvidar que las extremidades (superiores o inferiores, vaya a saber qué) eran bastante más de cuatro… …
Sin embargo, tamaño bicho era el que experimentaba  excitación y/o angustia tan vívidas que Ciro las recordaba al despertar, como también recordaba un número “2435” que no tenía explicación ¿sería tal vez su identificación seriada, como el de los soldados en guerra?
Ciro se concentró totalmente sobre el papel, dejando de lado su eterno dolor de cervicales… ...

TRES

Su despertar fue pacífico, hasta dulce. Evidentemente, el haber concretado el cuento tenía que ver con su estado de ánimo, porque experimentaba la tranquilidad de quien ha logrado un propósito.
Estaba satisfecho por haber delineado un armazón creíble y, en especial, por exponer el remate –es decir, el final- que mantenía el interés del lector, esto más allá de que su único lector había sido su secretaria quien, fielmente, pasara en limpio su borrador y, sin duda, desconfiara de su cordura pese a estar acostumbrada a sus devaneos literarios.
Pero la realidad marcaba la presencia de la carpeta con su veintena de carillas prolijamente tipeadas, nada menos que su cuento.
Miraba hacia la ventana, abierta a la todavía noche, cuando una oleada de nostalgia lo alcanzó, primero con suavidad, luego con una intensidad no habitual aún para él, tan melancólico siempre.
Comenzaron a desfilar imágenes del pasado, ora remotos, ora recientes. Se entremezclaban sin orden episodios felices y momentos amargos, hasta pudo hacer un conteo donde éstos eran muchos más que aquéllos.
De repente, advirtió la causa de su estado: se estaba muriendo.
Con pasmosa serenidad se dio cuenta que todo terminaba allí mismo, el camino concluía y no había –no para él, al menos- esa luminosidad que muchos habían relatado al recuperarse de un estado virtual de muerte.
No, el marco era de oscuridad absoluta, pero con el alivio del que supera una incógnita muy vieja, enfrentaba ese paso misterioso sin temor alguno. Su larga militancia masónica rendía su fruto extremo: miraba con sobriedad a la Muerte que ya estaba allí.
Tan tranquilo se sentía que pudo intrigarse (enigma que no develaría), por la ausencia del dolor fisico que sabía que experimentaban los que sucumbían por falla cardíaca. ¿cuál era la causa de su muerte entonces? Lo indoloro le facilitaba ser espectador de su propio final con calma y pasar revista cuidadosa de anhelos y fracasos.
Sus papeles estaban en completo orden, en eso no cabía esperar complicación alguna para su hermana y sobrinos, los que heredarían un patrimonio no grande, pero sí sin deudas.
Alcanzó a lamentar el no ver a Racing campeón otra vez, esperanza que se frustrara durante más de la mitad de su existencia… …
Su pensamiento se apagaba cuando surgió el remolino de rostros y nombres de mujeres que fueran importantes en una vida afectiva donde nunca pudo obtener felicidad plena… …
La punzada de amargura que el tema le causaba (como siempre fue), suavizó sus duros contornos al enmarcar el recuerdo de Delia, la última de un tiempo ya remoto y con quien se  concluyera definitivamente la perspectiva de una existencia compartida…
Se preguntó una vez más qué habría ocurrido si en vez de ser “no” hubiera sido “sí” en la crisis terminal que los separara y, con todo fervor, deseó para ella la dicha que, con él, no había podido ser. Aún ahora, después de tantos años ¡cuánto la necesitaba! Sus labios se esforzaron al formar el nombre querido: Delia…De…l… …

CUATRO  

SHINDIG-187-b se desplazó por el Centro Experimental con una rapidez llamativa aún para alguien de su edad, balanceando rítmicamente sus ocho brazos y seis inferiores como si nadara a través de la atmósfera. En rigor no tenía necesidad de hacerlo: su calidad de Médico-Jefe y lo antiquísimo de su origen (los ejemplares del segmento “b” al cual pertenecía, se perdían en el remoto pasado), le hubieran permitido atender el asunto desde su despacho.
Pero la señal de angustia y desaliento provenían de TWISS-22-o, el Investigador Jefe de Biología Sideral, por quien el Médico Jefe sentía un especial afecto ¡era tan promisoria la carrera de su discípulo a despecho de su juventud!
Así entonces decidió actuar personalmente y por ello entró en la zona recientemente adecuada para el último experimento, del cual SHINDIG-187-b no tenía mayores precisiones. Para ese momento, sus delicados sensores captaban las señales emitidas por varios integrantes de la unidad, anoticiándolo del estado en que se encontraba su discípulo y pidiendo para él la necesaria ayuda.
Un solo vistazo le bastó para saber que no había exageraciones; el sistema de visión de TWISS-22-o exhibía las certeras señales de desazón (además de un enorme cansancio, pudo añadir), sus tres pupilas facetadas habían alcanzado ese tono amarillento lavado que así lo certificaban.

-¿Ha fracasado el experimento, no lograste contacto?- inquirió directamente el médico.
-Sí y nó- Fue la lacónica respuesta Aunque enseguida aclaró –Hicimos contacto indudable, muy breve y parcial, pero cierto.
-¿Entonces?
-El ciclo biológico del receptor ha concluido.
-¡Oh!, es un contratiempo. Pero otro intento puede tener mejor suerte…- comenzó el Médico, vivamente interrumpido por el otro:
-No, SHINDIG, creo que murió por causa misma de la prueba, en otras palabras me parece que lo matamos.

TWISS-22-o continuó incontenible, en una poco habitual actitud de catarsis que el Médico-Jefe juzgó conveniente no cortar:

-Debimos (yo debí)  tener más cuidado ¡esos seres son tan diferentes a nosotros! Están en el tercer planeta de un sistema con una sola estrella (lo que contradice la teoría de mis antecesores TWISS-16-o y TWISS-20-o, que sostuvieron que la vida se originaba a partir de sistemas binarios por lo menos. Por eso calculan el tiempo en función de lo que tarde su planeta en orbitar alrededor de su astro, a eso llaman “año” en la lengua de nuestro receptor (tienen muchísimas lenguas ¡imaginate!); el astro es llamado Sol y ha sido la primera deidad de esos pueblos; a su vez su planeta rota sobre sí mismo en lo que llaman “día” y “noche”, entendemos que eso quiere decir que parte de ese lapso están en la oscuridad natural (¿cómo será eso?). Desde luego, el día y la noche también son –o han sido, no lo sabemos con certeza- dioses en un primitivo pasado. Su ciclo biológico dura algo más de setenta de esos “años”, aunque nuestro contacto ha vivido bastante menos, de acuerdo con lo que calculamos.
-Estos seres deben pasar parte del día, algo así como un tercio, en una especie de letargo que llaman “dormir” y fue durante uno de ellos que entramos en su pensamiento, no pudimos hacerlo en otra porción del día cuando estaba despierto excepto en sus instantes finales y todavía no determinamos si nuestra insistencia es la que le resultó fatal. ¡Solamente tienen dos sexos! Y claramente diferenciados, los ejemplares pertenecen a uno u otro. Su forma de vida, justamente, incluye la organización en grupos a partir de una relación que empieza con dos de ellos –uno de cada sexo- y sus reproducciones, que llaman “familia”.  Puestas así las cosas, la manera cómo se dan tan curiosas relaciones tendrán a nuestros sociólogos ocupados por generaciones. Justamente ELEM-81-f  está cargando los últimos datos obtenidos en el Ordernador Central. A él lo apasiona el conflicto que, sin duda, ha de plantearse sobre el valimento de un sexo sobre el otro. De hecho, nuestro receptor tenía como buena la supremacía de un sexo sobre otro, que es el que lleva el sistema para incubar la reproducción. Sin embargo, ese sexo inferior parece causar una particular emoción en el otro; pudimos captar los últimos momentos del receptor y su mente esta colmada con ese ¿sentimiento? hacia alguien, a quien estimamos que nombraba al expirar. ¡Es apasionante estudiar algo tan novedoso! Y debe ser por todo eso que les resulta fácil la reproducción –según los datos del banco de memoria del receptor, son miles de millones- pero, a la vez, mueren con facilidad ¡todo al revés de nosotros! ¿ves? Y añadió:
-Su aspecto difiere totalmente del nuestro, su estatura es apenas la mitad de nuestros ejemplares más jóvenes. Tienen únicamente cuatro extremidades, con funciones diferenciadas pues solamente se yerguen sobre uno de esos pares y el otro es el que usan para asir las cosas. Asómbrate ¡nada más que dos ojos! El par parece una constante biológica, pues también dos son las manos y aunque con cinco dedos cada una, sólo uno de ellos se opone a los otros cuatro. Evidentemente, deben sentirse muy limitados en el uso de sus cuerpos, tanto que hasta se comunican –como nuestros lejanos ancestros- con la emisión de sonidos, que ellos llaman “habla”. No hemos hallado indicios de telepatía.
El Investigador Jefe calló, sumido en su desazón.
SHINDIG187-b advirtió que ese ensimismamiento, dadas las circunstancias no resultaba apropiado y, con el fin de lograr que TWISS-22-o continuase descargando su aflicción dijo, señalando un aparato de evidente medición que marcaba “2435”-¿Qué fin cumple esto?
La amargura del Investigador Jefe pareció aumentar al responder:
-Eso es otra muestra más de lo incompatibles que somos. Es un termómetro adaptado al la temperatura de esos seres, que fue lo primero que pudimos determinar. Está marcando la temperatura de este ambiente en equivalencia para ellos; dado que su cuerpo funciona con 36/37 todo indica que cualesquiera cosa viviente de este planeta Tierra (¿Te dije que así lo llaman?) pues aquí se reduciría a cenizas en segundos.
-Estoy convencido que, al hacer contacto, hemos dañado no su cerebro que parece fuerte, sino el órgano que poseen para regular el caudal sanguíneo, que en ellos es único y lo llaman “corazón”.- Agregó TWISS-22-o con tristeza.
-Con todo lo terrible que nos resulta, no debes culparte por algo que, en el peor de los casos, fue un desgraciado accidente.- El viejo médico sentía crecer su preocupación por la desazón del biólogo,
-No, SHINDIG, dijo TWISS-. Para nosotros la vida tiene un valor supremo ¡nos cuesta tanto reproducirnos!  Y yo he observado cuidadosamente el principio en mis investigaciones. Aunque estos seres evidentemente no tienen en tan alta estima el concepto, son merecedores del mayor de los respetos y cuidados para no resultar dañados, cosa que aquí pasó.
-Además…¿Te has dado cuenta que fue la primera vez luego de tanto intentar que alcanzamos a contactar una mente ajena? Y eso a una distancia enorme: se encuentran en una galaxia que nosotros no tenemos ni numerada y que ellos denominan Vía Láctea. BORGUDD-8-e (que ahora es Astrónomo Jefe, dicho sea  de paso) ha calculado que, en la escala terrícola, nos separan cien millones de años luz. En tiempo, te agrego, es casi el doble de tu edad, SHINDIG.- concluyó el biólogo.
El médico no pudo menos que sobresaltarse, pues hacía mucho que no se enfrentaba a hechos o seres originados antes de su propia creación, por lo que a su pesar, hubo de admitir:

-Sí, parece que la mente terrícola tiene su valía, ¿no?
-Aún hay más…BUHO-3-p, el más joven del grupo está con el analizador eónico desentrañando otro enigma que, a él, lo está volviendo loco-. El agregado del Biólogo Jefe volvió a sobresaltar al Médico, quien no quería otro caso de alteración psíquica en el proyecto, por lo que preguntó con cierto temor:
-¿Qué le pasa a BUHO-3-p? Su ingeniería genética es el último modelo desarrollado, se supone que no podremos mejorar su modelo en bastante tiempo.

TWISS-22-o, con claro desconcierto, informó: -El estuvo conmigo integrando el puente de envío y potenciación de ondas cerebrales en el momento preciso del contacto y, al instante de enviar yo imagen de mi aspecto, él superpuso su nombre al mío y el terrícola reaccionó ¡nada menos que rechazando el nombre! No logramos determinar cómo sabía él que había transposición de nombres o, en todo caso, porqué rechazaba o no aceptaba a BUHO, cuando la imagen (mi imagen) debía provocarle mayor impacto.

Ya con énfasis, apremió al médico: -¿Te das cuenta, SHINDIG-187-b, lo importante que era mantener el contacto que ahora se truncó?

-Es cierto, pero lo intentarán con otro, me imagino. No puede ser que éste haya sido el único de su especie con esa aptitud-. El médico volvía a su racionalismo descarnado.
-Sí, pero las secuencias temporales son muy distintas, como te dije. Aunque lo hiciésemos ahora (que no es posible) y lográramos otro contacto de inmediato, por lo menos habrán transcurrido cien años terrestres o sea tres generaciones de terrícolas. Hemos perdido definitivamente el contacto con los temporáneos de nuestro receptor, que ha sido nuestra víctima… …

SHINDIG-187-b enfocó con decisión su sistema ocular sobre el Biólogo Jefe, sus tres pupilas facetadas refulgían con el fuerte azul pues era momento de potenciar su idoneidad y experiencia y con firmeza le dijo:

-Vamos, TWISS-22-o. Esa raza por lo primitiva se ve que es joven y, seguramente, no detendrá su desarrollo en su próximo siglo. Deja ya esto por ahora, llama a BUHO-3-p, BORGUDD-8-e y a ELEM-81-f, que mucho se han esforzado. Los cinco iremos a dar una vuelta, ya volverán al trabajo con tiempo, recuerda que eso nos sobra. Nuestras estrellas (¿Soles, los llaman los terrestres?) están todas brillando y, quien te dice, entre todos logremos una reproducción que nos confortará. Ninguno de ustedes lo ha conseguido aún y yo lo hice hace tanto que ni recuerdo. Vamos, vamos.

Los cinco científicos salieron al exterior de su mundo. Allí la temperatura y el color eran tales que jamás habrían de ser captados por los terrestres; los seis astros que dominaban al planeta lo forzaban a una órbita errática que nunca se repetía y exhibían, todos a un tiempo, sus colores diferentes provocando una mezcla fuera de la escala cromática terrícola, pero que para los investigadores era la Vida, ésa que tanto respetaban y lamentaban haber destruido en el otro confín del Universo… …

CINCO

Ya no habría despertar… … …

La Mosca, instalada en el alfeizar de la ventana, contemplaba el rostro que, desde la cama, parecía mirarla con fijeza. Extendió sus alas y se lanzó en un vuelo que, su instinto le decía, sería sin peligro.
Cuando sus patas almohadilladas tocaron la piel humana se confirmó su tranquilidad, pues percibió claramente la ausencia de calor. Para más, al rozar el párpado abierto no hubo reacción alguna; esas pupilas ya no volverían a mirar, ni siquiera a cerrarse por acto propio.
Claro que la Mosca no razonó sobre esto; al seguir su camino mejilla abajo se limitaba a cumplir su ancestral papel, misérrimo pero papel al fin, en el torrente de la Vida Universal… … …

FIN

_________________________
Este cuento inédito fue escrito por Raúl Mauro Finocchiaro bajo el seudónimo de Horacio ROURA MALNUFIC en Buenos Aires, lunes 9 de mayo de 1994.

Raul Mauro Finocchiaro - El Caso del Doctor Crippen.

Este fue –y es- considerado uno de los sucesos criminales más famosos desde su perpetración en 1910 en Londres (por entonces el ombligo del mundo).

Harvey Hawley Crippen y Belle Elmore
El presente trabajo no tiene la intención de constituir por sí una novela de misterio, por lo que ya mismo se hará la supersíntesis de la historia real: El médico Harvey Hawley Crippen asesinó a su esposa Cora (ambos estadounidenses, pero residentes en Londres desde 1900) en la noche del 31 de enero al 1º de febrero de 1910 por causa de: I) la pésima relación existente entre ambos, II) otra mujer que ya era la amante de Crippen y III) la probable discusión sobre el destino de los fondos matrimoniales ante un eventual rompimiento legal. El crimen fue descubierto cinco meses más tarde; Crippen fue buscado y arrestado unos días después; el proceso duró tres días en octubre y el jurado demoró algo más de media hora en dictar el veredicto de culpabilidad; condenado a la horca la ejecución tuvo lugar el 24 de noviembre en la renombrada cárcel de Pentonville.
Ahora bien, lo antes descripto ocurrió hace un siglo. No queda con vida ninguno de quienes fueron partícipes o espectadores del drama. La pregunta que legítimamente puede hacerse el apreciado lector es ¿a santo de qué el autor de este trabajo lo trae a cuento? ¿es acaso síntoma de demencia? Me apresuro a aclarar, en defensa propia, que no creo que la demencia senil tenga algo que ver, por lo menos en junio de 2011, que es cuando estoy elaborando la segunda versión, con actualizaciones.
Sí subsisten las primitivas razones: hay dos consecuencias directas emergentes del drama y una indirecta. Las dos directas son: el tema del doctor Crippen está registrado como el primero, sin que quepan dudas, en que un invento reciente para tal época –la telegrafía sin hilos- sirvió para la captura de alguien que estaba huyendo con éxito y que, en época anterior, hubiera escapado al accionar del Estado. La segunda, con estrecha vinculación aunque no fue la primera, es que resultó de las primeras en que una brillante labor de los laboratorios ayudó decisivamente a la identificación de la víctima.
En cuanto a la indirecta la dejaré para el final, pues exige un cierto desarrollo. De todas maneras, no hace a este caso sino que, como algo no querido, con base en  este drama, se expande en otros ámbitos con consecuencias a nivel mundial particularmente en el mundo de la literatura de habla inglesa, aunque no limitada a dicha lengua.
Veamos pues la historia del protagonista excluyente: Harvey Hawley Crippen nació en Coldwater, un pueblecillo del Estado de Michigan, en el distrito de los Grandes Lagos de Estados Unidos en 1862, esto es, en plena Guerra de Secesión.
Único hijo de una familia protestante, pasó su niñez, adolescencia y primera juventud en su lar natal. Se lo recordaba como un alumno muy bueno, por momentos brillante, de carácter afable y muy cortés. Hacia 1883 había obtenido un diploma de médico que extendió a especializaciones en Odontología y Otorrinolaringología.
Poco a poco, se fue inclinando a la medicina naturista (lo que nosotros llamamos homeopatía), lo que ejerció en los Estados vecinos al suyo. En uno de ellos, Utah, conoció a quien sería su primera esposa, el matrimonio duraría poco pues ella falleció en 1892, como consecuencia del parto de su primer hijo que sería el único.
Así tenemos al doctor, joven (30 años), viudo y con un hijo recién nacido. Decidió entonces cambiar de aires, dejó al niño al cuidado de sus suegros y se trasladó a la costa este del país, esto es, New York  y New Jersey. Ya no volvería a sus pagos.
En los años siguientes, el futuro asesino adquiriría cierta nombradía en su profesión, en los dos Estados y también en Canadá, en todos estos lados promovió medicamentos homeopáticos del Laboratorio Munyon, con el cual iniciaría una larga relación.
Entretanto, había conocido a quien sería su segunda esposa y, a la postre, víctima. Unos cuantos años menor que él,  tenía ascendencia rusa, polaca y alemana. Su nombre de origen era Kunigunda Mackamovsky que ella cambió por el de Cora Turner y luego utilizó el de Belle Elmore, para una carrera de cantante lírica en la cual nunca pudo destacarse. Era ferviente católica, punto que resalto porque sería decisivo en un momento crucial que luego explicaremos.
Así las cosas, Crippen contrae matrimonio y sigue aquilatando méritos profesionales; hacia 1900 el Laboratorio Munyon, de capitales americanos, decide presentar sus productos en Gran Bretaña y le ofrece a nuestro hombre tener a su cargo tal labor, lo que implicaba radicarse en Europa, específicamente en Londres y desde allí dirigir la operación. El salario ofrecido –y aceptado- era de 25.000 dólares anuales el que, para la época era una cifra mucho más que muy buena, casi principesca. De tal forma, el matrimonio cruza el océano hacia la capital del Imperio Británico la que, una década después, se convertiría en la tumba de ambos. Luego de un par de mudanzas, se afincan en el 39 Hilldrop Crescent, Camden Road, Holloway; esta residencia –en el norte de la ciudad- sería el teatro en el que tendría lugar el drama.
En la organización de su oficina, Crippen contrata a una muchacha como Secretaria quien, poco más tarde, renuncia para casarse. Entonces recomienda como reemplazante en su puesto a su hermana, cosa que es aceptada por su afable jefe. Es así como Ethel La Neve (un poco mayor que su hermana, es decir muy joven y anteriormente artista de “vaudeville”) entra en la vida de los Crippen.

Ethel La Neve
El paso del tiempo haría que el carácter de Cora Turner derivase de la acritud hacia la irascibilidad; para ello contribuía su padecimiento de cólicos renales que no mejoraba con tratamiento alguno. Este tópico cobraría relevancia especial en un momento preciso de la tragedia. Por otro lado, ella se enfrentaba a la realidad inconcusa de que, en el canto lírico, no obtendría notoriedad. Andando el tiempo, contribuiría a la fundación de una mutual para artistas de segundo y tercer orden –principalmente de origen norteamericano- entidad a la que dedicaría sus mejores esfuerzos y cuyos integrantes llegarían a ser sus verdaderos y únicos amigos.
En el ínterin volcaba su ya declarado despotismo sobre su marido, a semejanza de la historieta “Trifón y Sisebuta” que por tantas décadas aparecería diariamente en el vespertino “La Nación” de estas pampas.
Claro está que el médico aportaba lo suyo para la configuración de la tragedia en ciernes; mientras los años acentuaban las entradas en su abundosa cabellera y su físico viraba de lo delgado a lo grueso, los cristales de sus lentes al agigantar sus ojos le daban un aspecto de perpetuo asombrado, remarcado por la espesa barba. Empero, en algún instante indeterminado su Secretaria se ha convertido en su amante, circunstancia mantenida con alguna discreción.
En 1908, Cora convence a su marido para que financie un espectáculo musical con ella como una de las figuras principales para la parte de canto lírico. Este emprendimiento resulta un fiasco artístico y económico con consecuencias impensadas.
En efecto, esto coincide con una merma de la evolución de los productos de Laboratorios Munyon en su inserción en el mercado británico; los dirigentes atribuyen el retroceso a la otra circunstancia y la conclusión es previsible: Crippen es removido de su puesto, la relación laboral de 16 años ha concluido a principios de 1909.
Aunque el médico no quedó en situación de ir a pedir limosna, el golpe fue muy duro. El sueldo que percibía no era fácil de obtener en otro lado, sus finanzas no eran florecientes pues su esposa había sido siempre adicta a la vestimenta y alhajas finas y para peor, era ella la que tenía “los cordones de la bolsa” Además, su puntuación como estudiante universitario en los Estados Unidos no le permitían la reválida automática en Gran Bretaña y no se sentía con ánimos para intentar la reválida estudiantil.
Cora Turner inicia otra actividad que es manejar una suerte de pensión para artistas norteamericanos, aprovechando la amplitud de la vivienda conyugal pero, al parecer, ella con unos cuantos años menos que su marido incorpora otro “servicio” para los huéspedes, uno que las damas brindan con una cama. Esto da origen a un episodio sobre el cual volveremos en su momento.
De esta forma estaban dadas las cosas cuando se inició el año 1910, donde todo se precipita.
El 31 de enero los Crippen reciben en su casa a otro matrimonio amigo, con el cual comparten la cena y luego juegan un rato a los naipes, los visitantes se retiran alrededor de las 22. A partir de entonces, nadie volvió a ver con vida a Cora Turner o Belle Elmore.
No fue que su desaparición hubiese causado un revuelo, ya se dijo que la señora Cora no gozaba de gran popularidad en el vecindario ni tampoco tenía gran número de amistades.
Donde sí la estimaban era en la Mutual; ese grupo fue el primero en sentir desconcierto y alarma ya que el 2 de febrero tenían una importante Asamblea y, ese día llegó una nota manuscrita –firmada por ella- presentando su renuncia por motivos de salud y anunciando que por la misma razón partía a los Estados Unidos.
Y no era para menos: para empezar, la letra de la esquela difería manifiestamente de la caligrafía de Cora que ellos conocían de sobra. Lo segundo y preocupante todavía más: ya para ese momento el teléfono si bien distaba de ser de uso popular era bien conocido y la ausente era usuaria casi adicta, muy fácil para ella hubiera debido ser utilizarlo para hablar con al menos uno del grupo para explicar con sencillez las razones de su conducta.
Los miembros se apresuraron a solicitarle a Crippen mayores precisiones, éste reiteró el argumento y avisó que su esposa estaba muy enferma, ante nuevas presentaciones informó primero de un empeoramiento y luego del deceso.
La pesadumbre de los mutualistas fue grande (recordemos que ellos realmente apreciaban mucho a Cora Turner) y requieren del supuesto viudo datos de su sepultura para enviar un presente floral –servicio que ya era existente y conocido entre Gran Bretaña y Estados Unidos-  y aquí Crippen cometió un error garrafal: anotició que ¡no había tumba pues la difunta había sido cremada! Y eso por voluntad de la propia fallecida…
Si volvemos a las primeras líneas de la presentación de la personalidad de Cora Turner repararemos en que ella era ferviente católica. A principios del siglo XX la Iglesia Católica mantenía una férrea oposición a la cremación, la que prohibía a sus seguidores. Cora se había expresado categóricamente en contra de esa práctica  ¡y  todos los de la Mutual lo sabían!
Para más, en esas entrevistas con el médico algunos de los artistas (no creo equivocarme si supongo que las integrantes del grupo femenino) advirtieron la presencia de Ethel La Neve en la casa usando joyas y hasta ropas que identificaron como propias de la dueña de casa.
Con ese cuadro de desorientación para los únicos que “pataleaban” para aclarar el destino de Cora fue corriendo el tiempo, los días se hicieron semanas y éstas, meses.
En mayo la suerte empezó  a tomar un sesgo decididamente en contra del siempre cortés doctor: retornó a Londres un matrimonio de actores estadounidenses de apellido Nash, quienes desde un año atrás estaban en gira teatral con una compañía inglesa por diversas ciudades del Imperio.
Los Nash eran parte del grupo de la Mutual, a la que se reincorporaron de inmediato y también de inmediato fueron  impuestos de los acontecimientos. Los retornados hicieron suyos los sentimientos de sus camaradas pero, a diferencia de éstos, eran mucho más decididos…y tenían mejores contactos.
Solicitaron información a gente en Michigan (tierra natal de Cora) y a California (domicilio para ese momento de la escasa familia de la desaparecida). Las respuestas fueron rápidas, precisas y concordantes: nadie había visto a Cora ni a alguien de apariencia parecida; tampoco estaba  registrado el deceso en esos Estados.
Con estos datos en la mano, los Nash golpearon a la puerta de Scotland Yard y consiguieron ser atendidos por uno de sus oficiales de Investigaciones, el Inspector Jefe Walter Dew. Le expusieron con detalle la situación, al parecer con suficiente elocuencia y el policía decidió iniciar una investigación.
Así es que el 9 de julio a la mañana Dew se hizo presente en el 39 Hilldrop Crescent, atendido por Crippen mantuvieron una entrevista que duró varias horas y durante la cual compartieron un frugal almuerzo.
Tal como surge de lo declarado durante el proceso y de las anotaciones del propio Dew, Crippen le “confiesa” que, en realidad, su esposa lo ha abandonado y él por vergüenza ha esgrimido la argucia de su marcha, enfermedad y muerte.
El inspector se inclinó por aceptar lo dicho; parece evidente que él ya sabía –y contado por la gente de la Mutual- del episodio en el cual el médico echó de su casa a punta de revólver al pensionista americano sorprendido en la cama con la dueña de casa. De otra manera, no se advierte porqué habría de aceptar tan singular argumento, esto más allá de la excelente impresión que a Drew le causara Harvey Crippen. 
Lo cierto es que el policía se retiró satisfecho aunque, después, su experiencia le hizo sentir un “pálpito” que le dijo que algo no cerraba, que en el escenario algo había fuera de lugar. Ubicó la falla al día siguiente: para ser una mujer que había decidido su propia huída, Cora Turner parecía haberse ido con lo puesto. En su amplísimo vestuario no se advertía faltante o sea la mujer había abandonado una fortuna en vestimenta.
Meticuloso como era, Dew ubicó ese punto oscuro el día 10, por lo que el 11 a la mañana ya estaba otra vez frente a la residencia. Ahí se llevó la primera gran sorpresa, fue atendido por la mucama quien le hizo saber que el 9, horas después de la visita del Inspector, la pareja residente (Crippen-La Neve) había salido de la casa con maletas hechas muy apresuradamente, lo que hacía suponer que su ausencia sería larga sino definitiva.
Ante tal sesgo, Dew se retiró para regresar a la tarde provisto de una orden de cateo, lo que nosotros conocemos como “orden de allanamiento”, con un grupo de colaboradores, empezó una prolija revisión del inmueble, lo que continuó todo el 12, sin novedad alguna.
Es el 13 a la tarde cuando el brusco viraje de la situación, hizo saltar el tema a la primera plana de la prensa londinense (que era decir el Imperio Británico y todo lugar de habla inglesa), lugar que no abandonaría hasta noviembre cuando el homicida es ejecutado.
En la leñera de la residencia, los investigadores observaron que en un sector del piso cubierto por diversos enseres,  el cementado era bastante más nuevo que en el resto del recinto. Excavando, rápidamente dejaron al descubierto restos humanos en avanzado estado de descomposición. Era la mayor parte de un torso humano, faltando la cabeza y las extremidades –nunca encontradas- y muy atacado por substancias abrasivas, al punto que un lego no podía determinar a simple vista su sexo.
Comenzó entonces “la caza del hombre”; la pareja llevaba más de cuatro días huyendo.
Rápidamente, las autoridades establecieron que Crippen se había afeitado la barba y los bigotes y que Ethel se había caracterizado como un muchachito. El rastro se siguió hasta Amberes, principal puerto belga y allí se perdía.
Aquí es donde tuvo lugar la primera consecuencia directa de todo este malhadado tema: las autoridades británicas emplearon el sistema de telegrafía inalámbrica para dirigir requisitorias hacia todas las naves (particularmente de pasajeros) que hubiesen partido de Amberes hacia el resto del mundo. El sistema todavía no era empleado en todo el mundo naviero, iba de todas las unidades nuevas hacia las más antiguas.
Y hubo suerte (buena para las autoridades británicas, mala para Harvey Crippen). El comandante de un paquebote de bandera inglesa –El Montrose- contestó de inmediato que dos de sus pasajeros respondían a las características reseñadas. El navío llevaba tres días viajando hacia Canadá de una travesía que insumiría en total 14 días; impuesto de estas noticias, el Inspector Jefe Dew abordó otra nave, “Laurentic” la que, pese a levar anclas con casi 4 días de diferencia, arribaría al mismo destino, Quebec, seis horas antes.
Volvamos atrás unos momentos: Es evidente que Crippen, obnubilado por el ataque de pánico que le provocó la visita de la policía, descuidó muchos detalles. Su alocada huída es una pequeña muestra, luego las circunstancias no lo favorecieron en absoluto. Él ignoraba todo lo relativo a la telegrafía, o no lo tuvo en cuenta o no tuvo elección alguna. Lo cierto  es que se lanzó a una corrida desesperada donde, hasta los pequeños detalles, le estuvieron en contra. 

En efecto, en el primer día de viaje del Montrose hubo un percance que no lo favoreció en absoluto; en un accidente que la jerga marinera conoce como “hombre al agua”, un tripulante cayó a las aguas, Ethel la Neve presenció de lejos el accidente y, a los gritos, dio cuenta del percance y demandó auxilio para el afectado. Este fue recogido sin mayores problemas, pero para quienes oyeron las voces, entre ellos el Capitán Kellog, quedó claro, bien claro, que la voz del supuesto muchachito era decididamente femenina. Esto hizo que el Capitán abriese un velo de sospecha sobre la dupla padre-hijo como figuraba en los papeles.

Como aditamento, Kellog matizaba las largas horas de navegación, donde todo funcionaba como un relojito y sobraban motivos para aburrirse, con la lectura de libros del nuevo rubro –las novelas policiales- así que su imaginación era muy vívida, aunque lejos de adivinar la naturaleza del tema que intuía como muy turbia. O sea, la pareja estuvo desde el inicio, bajo la luz de reflectores frente a los ojos de quien menos  les convenía que así fuese.

Las cosas siguieron el curso inexorable. Dew llegó tal como estaba planeado y se agregó al equipo de prácticos  que hubieron de conducir al Montrose desde la desembocadura del río San Lorenzo hasta su puerto final, Quebec. Queda a la imaginación de cada uno suponer lo que pudo sentir Crippen al verse de frente a su captor, justo cuando podía pensar que había terminado la odisea.

Un pequeño dato que habla de las costumbres de los pueblos y de los tiempos: Dew hizo el arresto desarmado (sí lo estaban el capitán Kellog y dos de sus oficiales). No hubo resistencia alguna y la pareja fue reexpedida a Gran Bretaña de inmediato en otro navío.

Ya en Londres, un prestigioso penalista de apellido Tobin fue contratado por Crippen. Desde el principio aconsejado por su letrado, el médico se mantuvo en obstinado silencio negando todo, hasta la identidad de la víctima.

Empero, la situación fue empeorando día a día. Los anátomo- patólogos dictaminaron que la víctima había sido sometida a un envenenamiento crónico de hyoscina, sustancia altamente tóxica aunque no había sido la causante de su muerte. Se ubicó una compra de ese producto por parte de Crippen  con una receta firmada por él en una farmacia londinense, en cantidad poco usual sin saberse de destino preciso.

En vida, la difunta había padecido de cálculos renales (recuerden las primeras líneas de este trabajo, donde se trae a cuento que Cora Turner había sufrido de cólicos renales durante bastante tiempo), dichos cálculos habían soportado la desvastadora acción de los ácidos y había gran cantidad de ellos no sólo en los restos del cuerpo sino impregnando la tierra.

Finalmente, los forenses en un resto de piel del abdomen ubicaron e identificaron una lesión correspondiente a una operación sufrida por la difunta años atrás. Esa lesión concordaba perfectamente con la cicatriz subsecuente fotografiada y explicada en su legajo clínico.

Cuando ya no quedaba duda que el trabajo forense convencería al jurado de que la víctima había sido identificada como Cora Turner, Tobin aconsejó a su cliente que se declarase culpable y pidiese clemencia. Crippen se negó a ello poniendo todo su esfuerzo en que su bienamada Ethel quedase fuera del proceso, aunque sin reconocer autoría alguna ni colaborar con la pesquisa.

El Inspector Jefe Dew aportó su opinión como perito, desarrollando la teoría de que el homicidio había sido cometido por Crippen disparando un balazo en la cabeza de su esposa con el revólver Colt 45, traido por el médico desde su tierra de origen, mostrado al amenazar al pensionista  en el meneado asunto de la infidelidad de Cora. Esto habría ocurrido en la madrugada del 1º de febrero, habiendo testigos que oyeron el estampido y visto que el arma secuestrada en la vivienda exhibía una cápsula disparada tiempo atrás. En cuanto al motivo, aparte del intento en marcha de envenenamiento crónico, la conjetura fue que Cora estaba moviendo la cuenta de matrimonio que ella administraba bien con la intención de huir con el dinero o bien para precaver que su marido lo hiciese él. Eso habría dado lugar a la fuerte discusión de esa noche (oída vagamente por más de un vecino) y a que Crippen perdiera los estribos y  adelantara para ese momento lo que tenía pensado para más adelante y de otra manera.

El médico se mantuvo en su obstinado silencio, preocupado sólo en que Ethel quedara fuera del proceso. Naturalmente, nada de eso lo favoreció –aunque el resultado final fuese ya inamovible- y el proceso en sí duró nada más que tres días,  el jurado a su vez insumió menos de una hora en emitir el veredicto de culpabilidad.

Condenado a la pena capital, el ahorcamiento tuvo lugar pasados los tres domingos de rigor, el 24 de noviembre en el patíbulo de la cárcel de Pentonville. 

Quienes fueron testigos, dijeron que Harvey Crippen subió los trece escalones con serenidad, sin dar evidencias de estar drogado y manteniendo la cortesía que le fue tan carácterística.

F    I    N

Datos accesorios

- Ethel La Neve quien, gracias a los esfuerzos denodados de Crippen no fue sometida a inculpación, dejó Inglaterra rumbo a Canadá el mismo día que el médico enfrentó el cadalso. En rigor, la mayor parte de los intervinientes (policías, gente de los tribunales, vecinos, periodistas)  pensaron siempre que dadas las personalidades de ambos, resultaba imposible que hubiese estado ajena a la trama. Más aún, un buen número de ellos apostaban a que la ideóloga fue ella.

Un buen ejemplo para juzgar su personalidad la da esta circunstancia: años después retornó a Inglaterra con otro nombre (luego de un probable paso por Buenos Aires en 1914, integrando un equipo de “vaudeville”, el que hubo de abandonar la ciudad en agosto, con motivo del inicio de la Gran Guerra); allí conoció a un Contador Público  con el cual se casó, tuvieron un par de hijos y él falleció de muerte natural siendo joven. Ella nunca le reveló su verdadero nombre y, mucho menos, su relación  con el célebre homicida. Muchos años más tarde, a comienzos de los 60, una escritora y periodista británica logró ubicarla, luego de una esforzada búsqueda, con idea de obtener su palabra y opiniones sobre el antiguo caso.

Ethel, una anciana para entonces, se negó en redondo rechazando incluso un interesante ofrecimiento dinerario. Pese a la negativa, nació una especie de semi amistad entre ambas mujeres, plasmado en varios encuentros para tomar el té. Ethel le relató, con cargo de mantener el silencio mientras ella viviera, el encuentro que tuvo con Crippen faltando pocos días para la ejecución.

También le mostró algunas de las cartas que el convicto le remitiera durante ese lapso, prólogo del final. Se advertía fácilmente que Crippen en momento alguno mostró arrepentimiento o lamento por lo hecho. Sí  deploraba el haber fallado, el saber que nada juntos sería posible. Por otro lado, albergaba la esperanza de que en otra vida “en esa en la que él entraría muy pronto…” hubiese un reencuentro   donde todo habría de ser diferente. Las cartas de ella al condenado, al igual que una foto, fueron colocadas al parecer en el féretro por expreso pedido del ejecutado. 

Si el tal encuentro en el otro mundo hubo de tener lugar, ello ha sido en 1967, cuando Ethel La Neve cerró sus ojos para siempre, con 85 años de edad.

- El Inspector Jefe Dew se retiró de la fuera policial en noviembre de ese año, o sea pocos días antes de la ejecución.

- Alguien de quien no hemos hablado es el desdichado propietario del 39 Hilldrop Crescent. A partir de este suceso jamás pudo alquilar o vender el inmueble, situación que se mantuvo por ¡30! años. Singularmente, devino en su ayuda la Luftwaffe alemana, la que durante la llamada “batalla de Inglaterra” a fines de 1940 destruyó la casa y sus alrededores. 

– El Montrose fue radiado del servicio muy poco después por su antigüedad. Llevado a un cementerio naval para desguazar, se lo retiró de ahí para hundirlo con otros navíos y bloquear así un hipotético avance alemán sobre las Islas Wight, en el Canal de la Mancha al iniciarse la Primera Guerra Mundial. El último hombre del equipo especializado en ese trabajo en abandonar el paquebote llevaba el apellido Crippen…El tal avance germano no se produjo en esa guerra, sino al principiar la Segunda Guerra con ocupaciones de las islas hasta 1945.

- La “consecuencia indirecta” que anunciamos al inicio está dada en que la difusión periodística desde el  hallazgo de los restos humanos, llamó la atención de una jovencita residente en la ciudad de Torquay y la que no tenía en ese momento 20 años. Ella se hizo aficionada primero a la lectura de diarios sobre éste y otros temas policiales, luego a la literatura policial y finalmente, a la redacción de novelas policiales durante más de cincuenta años, lapso en el que amasó una fama y fortuna colosales. Naturalmente, me estoy refiriendo a Agatha Christie. Incluso tomó de este caso la parte de un hombre anunciando que su mujer estaba en tal lado, alguien que lo oye y no cree por lo que pide informes que destruyen tal aseveración marital y movilizan la investigación policial. No recuerdo en cual de sus 81 libros se inserta la argumentación. También con raíz en el “Caso Crippen” desarrolló amplios conocimientos en materia de venenos.
- De varios años a esta parte, circula en los Estados Unidos una corriente de opinión impulsada por descendientes del doctor Crippen, en punto a reivindicar su nombre. Toman como base una supuesta equivocación en la identificación de los restos y querrían la utilización de ADN. Las autoridades británicas han rechazado de plano la pretensión. 


Redacción originaria: noviembre de 1993.
Actualización y reescritura: 26 de junio de 2011.


   











 

martes, 11 de diciembre de 2018

Vampiros de la literatura del siglo XIX

Durante el siglo XIX continúan publicándose baladas góticas que utilizan la figura del vampiro. En su poema épico El Giaour, fragmento de un cuento turco (1813) Lord Byron alude al vampiro como figura trágica condenada a beber la sangre y a destruir la vida de sus seres queridos. Es posible que se basara en el poema recientemente publicado de Robert Southey. 

But first, on earth as vampire sent,
Thy corse shall from its tomb be rent:
Then ghastly haunt thy native place,
And suck the blood of all thy race; 

There from thy daughter, sister, wife,
At midnight drain the stream of life;
Yet loathe the banquet which perforce
Must feed thy livid living corse:
Thy victims ere they yet expire

Shall know the demon for their sire,
As cursing thee, thou cursing them,
Thy flowers are withered on the stem.


Pero la mayor contribución de Byron a la historia del género vampírico tuvo menos que ver con su obra literaria que con la dramatización de su vida. Una noche de verano de 1816, mientras pasaba una temporada en Villa Diodati cerca del lago Ginebra, acompañado de Percy B. Shelley, Mary Godwin, Claire Clairmont y especialmente John William Polidori, su biógrafo, secretario y médico privado, Byron desafió a los presentes a escribir una historia de fantasmas. 

El juego tuvo como consecuencia que el propio Byron terminara por convertirse, en virtud de una serie de equívocos y desplazamientos, a la vez en autor apócrifo y protagonista auténtico del primer cuento de vampiros de la literatura europea. La historia de Byron, que dejó inacabada, era un enigmático relato sobre el misterioso destino de un aristócrata llamado Augustus Darvell en su viaje a Oriente. 
John William Polidori tomó este relato de Byron y lo extendió y completó, constituyendo la base de El Vampiro (1819). La propia vida decadente de Byron se convirtió en el modelo del protagonista no muerto, Lord Ruthven, que muestra los rasgos del vampiro romántico: un atractivo aristócrata de astucia y encanto malignos, una criatura de tez pálida y hábitos nocturnos. En contraste, el vampiro del folklore popular era un monstruo horrible, hinchado de sangre, y nada atractivo. 
Supuestamente Polidori habría tomado el nombre de Lord Ruthven de la novela Glenarvon, de Lady Carolina Lamb. No obstante la moda de los vampiros no comienza a extenderse en Inglaterra hasta unas décadas después a raíz del éxito y difusión de la obra de Charles Nodier. 
Entre las muchas publicaciones populares cabe destacar el penny dreadful, o folletín por entregas de Varney el Vampiro o El Festín de Sangre (1845), obra de autor discutido, que durante dos años prolongó sus sangrientas aventuras en 109 entregas semanales y 220 capítulos. 
El protagonista vampírico, Sir Francis Varney, es el primer vampiro literario que adopta la escena clásica de entrar por una ventana para beber la sangre de una joven dormida. 
Durante el resto del siglo XIX los escritores ingleses siguieron contribuyendo al género en La verdadera historia de un vampiro (1894) donde el conde Eric Stenbock realiza una parodia de Carmilla. 
La buena Lady Ducayne de Mary Elizabeth Braddon (1896) asocia el género con la técnica de las transfusiones de sangre. 

Charles Nodier, precursor del romanticismo y que tradujo al francés el relato de Polidori, escribió una secuela no autorizada de la historia titulada Lord Ruthwen ou les Vampires (Lord Ruthven o Los Vampiros) (1820), un melodrama teatral escrito bajo el seudónimo de Cyprien Bérard. 

Esta versión tuvo una gran popularidad en gran parte de Europa y convirtió al vampiro en la figura de Lord Ruthven en personaje de comedias, ballets, óperas y otros espectáculos como el Polichinela vampiro estrenado en el Circus Moris en 1822; relacionado con el auge paralelo del vaudeville, en el período posterior a la Restauración postnapoleónica. También sería adaptado al inglés por James Planché como El Vampiro o la Novia de las Islas (1820), ambientado en Escocia o en la ópera alemana Der Wampyr del compositor Heinrich Marschner, que situó la historia en Valaquia. Charles Nodier había vivido durante un tiempo en Liubliana, capital de las Provincias Ilíricas (actual Eslovenia), donde había conocido varias leyendas eslavas. A su regreso a París tras la caída de Napoleón Bonaparte, se ocupó de difundirlas a título de curiosidad en un pequeño volumen titulado Infernaliana en 1822.

La moda de los vampiros en Francia debe mucho a la Disertación del abad Calmet, un ensayo sobre los rumores sobre vampirismo y muertos vivientes de Europa Central y Oriental aparecido en 1746. 

Prosper Mérimée publica en 1827 La Guzla, un volumen recopilatorio de leyendas con un capítulo dedicado al vampirismo. 
Théophile Gautier describe en La muerta enamorada (1836) a la mujer vampiro como una mujer fatal, un elemento reiterado en poemas y escritos posteriores. 

Otro autor francés que se une a la moda del género es Alexandre Dumas padre, presente en el célebre estreno del Vampiro de Nodier y Carmouce en el Théâtre de la Porte Saint-Martin en 1820. 
Dumas padre publica en 1849 La dama pálida, donde describía un castillo situado en los montes Cárpatos, habitado por un vampiro en el marco de una historia novelesca, que perdería varios fragmentos en sucesivas reimpresiones. 

En 1865 Paul Féval publica La vampira, basada en un relato anterior de 1825 del barón de Lamothe-Langhon. En la novela de Féval se mezclan hechos históricos con las peripecias de una extraña mujer que se desdobla para disimular su vampirismo. 
Féval continúa tratando el tema en otros relatos como El Caballero Tenebroso (1860), La Ciudad de los Vampiros (1867)  
Por su parte Guy de Maupassant escribió en 1876 El Horla cuya historia se ambienta con la presentación de un caso clínico, que en la incipiente ciencia psiquiátrica el siglo XIX comienza a ser considerado como un síntoma de perturbación mental. Marie Nizet en El capitán vampiro, muestra a un oficial ruso, Boris Liaotukine, como vampiro. 

El romanticismo alemán también utiliza la figura del vampiro, representado en el relato de E. T. A. Hoffmann, titulado Vampirismo (1819), incluido en una antología y Deja a los muertos en paz (1823) de Ernst Salomo Raupach. 

Por su parte Ludwig Ritter escribe El vampiro o La novia muerta, basado en la adaptación de Charles Nodier de El Vampiro de Polidori. En 1884 Karl Heinrich Ulrichs escribe Manor, en la que por primera vez el vampirismo aparece como una metáfora directa de la homosexualidad masculina.

El motivo de la mujer amada difunta también se extiende a los Estados Unidos en el siglo XIX. El relato más antiguo es Berenice de Edgar Allan Poe (1835). En El Misterio de Ken (1883) Julian Hawthorne traslada la leyenda a Irlanda, asociándola con el mito de La Llorona, muy popular en México y en el sur de los Estados Unidos. Francis Marion Crawford utiliza el tema de la novia difunta en Italia, vinculando al vampiro con la idea de una sustancia maldita, inaprensible y sin contornos. 


En los países de Europa Oriental, el mito del vampiro también es tratado por varios autores, en el marco de la recuperación folklórica producida por la efervescencia nacionalista del siglo XIX, aunque estos relatos literarios raramente trascienden sus fronteras. Destaca el autor serbio Milovan Glišic.
En 1835 el ruso Nikolái Gógol publica El Viyi, tomando muchos elementos del folklore de su país, presentando la ignorancia y la pobreza como causa de la superstición. 
El relato de Alekséi Konstantínovich Tolstói, Upiros, fechado en 1841, es una farsa cruel y apocalíptica de la aristocracia rusa, cuyos miembros decrépitos viven de baile en baile, celebran orgías criminales en la soledad de sus castillos y se nutren de la sangre de sus hijos. También escribió La familia del vurdalak, que aunque adopta los rasgos del relato de terror, no puede abstraerse de ciertos elementos paródicos.

Sin embargo, los elementos decisivos y la fama que configuran el género vampírico tradicional proceden de autores irlandeses. El primer autor irlandés que contribuye al género es Charles Maturin que publica Melmoth el errabundo (1820) con influencias de Goethe y Byron. Melmoth no es un vampiro tradicional, sino más bien un ser inmortal angustiado por la carga de los años, y que está inspirado en la figura legendaria del Judío Errante.

Entre los autores irlandeses también destaca Joseph Sheridan Le Fanu, autor de relatos sobrenaturales y en especial su novela Carmilla aparecida entre 1871-1872 en una revista londinense, un relato cargado de fascinación erótica lésbica y que motivaría sucesivas adaptaciones cinematográficas en el siglo XX, convirtiéndose en uno de los relatos más famosos y conocidos del género.
El relato de “Carmilla” está ambientado en el ducado de Estiria, que recoge la experiencia de una joven aristócrata que es seducida paulatinamente por una mujer vampiro que bebe lentamente la sangre de sus víctimas hasta matarlas. El tono erótico contiene una carga sexual muy sutil, mostrando que la no muerta está encadenada a su pasión prohibida de la misma forma que al deseo de sangre. El relato, aparte de estar ambientado como un testimonio personal de la protagonista, posee varios elementos extraídos del folklore popular, como los amuletos contra los vampiros, el horario nocturno o la estaca utilizada para acabar con su vida. Una novedad introducida en el relato y que en ocasiones será utilizada en el género cinematográfico es que Carmilla está obligada a utilizar su nombre con todas sus letras, aunque tenga que cambiarlo para ocultar su identidad: Carmilla-Mircalla-Millarca.


Dracula (1897) del autor irlandés Bram Stoker ha sido considerada como la obra cumbre de la literatura de vampiros, reuniendo en sí muchos elementos de las obras vampíricas del siglo XIX en un conjunto coherente y unificado. En la novela el vampirismo es tratado como una enfermedad sobrenatural (una especie de posesión demoníaca contagiosa), con insinuaciones eróticas, sangre, muerte y un estilo marcadamente victoriano, donde enfermedades como la tuberculosis y la sífilis eran muy conocidas y temidas. Una década antes, en 1888, Jack el destripador y sus asesinatos de prostitutas habían creado un ambiente muy proclive a los relatos sangrientos.

El nombre del Conde Drácula (al que Stoker había pensado inicialmente llamar Conde Wampyr o Conde de Ville, pero lo desechó por demasiado obvio), fue inspirado por un personaje real e histórico, Vlad III Draculea, también conocido como Tepes (El Empalador), un destacado voivoda valaco del siglo XV. Sin embargo, el personaje literario de Stoker posee varias diferencias importantes. No es un noble valaco, sino szekler, y su castillo está situado en el Paso del Borgo en Transilvania, y no en Curtea de Arghes, en Valaquia, donde gobernó. Stoker introdujo en su novela abundantes referencias folklóricas, como el horario nocturno, la tierra profanada, y aportó otros elementos de su cosecha, relacionando al vampiro con los murciélagos bebedores de sangre de Sudamérica.


Stoker se inspiró en muchas obras vampíricas anteriores, como Carmilla, en varios mitos y leyendas de Europa Oriental así como el personaje histórico del voivoda valaco. Como el autor Le Fanu, creó seductoras mujeres vampiro como Lucy Westenra. En la novela también aparece una gran aportación al género vampírico: el cazador y experto en vampiros Abraham Van Helsing, que junto con Drácula se convertirá en un arquetipo de personajes similares en el género. Concluida la novela en 1897, Stoker la envió a su hermana, que la consideró “espléndida”. Pronto se convirtió en un rotundo éxito literario, adaptándose poco después al teatro y al cine. 


Fuente https://es.wikipedia.org/wiki/Vampiros_en_la_literatura 

Vampiros de la literatura del siglo XVIII

Aunque figuras y personajes vampíricos con diversos rasgos han aparecido en la mitología, la cultura oral y la literatura desde la antigüedad la primera aparición del vampiro literario moderno se produjo en las baladas góticas del siglo XVIII, saltando al ámbito de la novela con The Vampyre de Polidori (1819) y posteriormente se popularizaría como figura de los relatos de terror.
La historia de Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu resultó muy influyente en el género, así como para perfilar la imagen del vampiro gótico, pero sin duda la obra maestra y completa del género es Drácula de Bram Stoker (1897). 
Desde el siglo XX las historias de vampiros se han diversificado, no sólo aportando elementos nuevos, sino también introduciendo elementos de otros géneros como las novelas de suspenso, fantasía, ciencia ficción y otros géneros menos habituales. Además de las tradicionales criaturas no muertas bebedoras de sangre, el vampirismo se ha extendido a otro tipo de seres como alienígenas o incluso animales. Otros “vampiros” de ficción se alimentan de energía vital en lugar de sangre. 

La presencia de los vampiros en la literatura abarca un campo literario centrado en torno a la figura del vampiro y los elementos asociados a la misma, con diversas variantes. 

El mejor estudio académico realizado a la fecha sobre el origen real de los vampiros, donde se demuestra que la creencia surgió como tal a fines del siglo XVII en un reporte de la revista Mercure de France como criaturas de la imaginación marcadamente diferentes de otras en la historia, es el trabajo del investigador francés Koen Vermeir. 

La literatura vampírica hunde sus raíces en una fiebre sobre los vampiros que se extendió por Europa a principios del siglo XVIII, especialmente en el período entre 1720-1740. En diversos espacios comenzaron a moverse peculiares historias sobre exhumaciones de no-muertos, con testigos letrados y jurídicos titulados en varios lugares de Europa Oriental, como Arnold Paole en Serbia, durante el gobierno de la dinastía de los Habsburgo.​ Pero más allá de la superstición, el vampiro se abrió paso a las tradiciones folklóricas donde halló un terreno propicio para quedarse. 

Canciones sin autor evocaban sus hazañas en los países de Europa Oriental, cuando una revista alemana, editada en Leipzig consagró en 1748 un número dedicado a los vampiros. El vampiro no se refería a ninguna historia de muertos vivientes, sino la del valiente amante que amenazaba con galantería a su amada con convertirse en un vampiro y vengarse de ella visitando su habitación por las noches para demostrar que su amor era más fuerte que las cristianas enseñanzas.

Estas primeras canciones solían ser de temática amorosa y muestran a personas que regresan de la tumba para visitar a sus seres queridos y causar su ruina de una forma o de otra. No se trata tanto de un “contagio” vampírico como una magia póstuma bien producida por maldiciones o juramentos incumplidos los que provocan la aparición de los no muertos. En cierto sentido, se trata de una influencia de “la Danza de la Muerte” medieval, en la que ésta viene a buscar a los vivos sin importar su situación ni posición social.

Posteriormente es Gottfried August Bürger, el creador de la “balada artística” alemana y uno de los mayores representantes del movimiento conocido como Sturm und Drang, quien realiza el primer tratamiento literario de la superstición del vampirismo. 

Lenore

En Lenore, poema publicado en 1773, relata la historia de una joven, que al final de la Guerra de los Siete Años, se angustia por no tener noticias de su prometido. A medianoche golpean su puerta. Lenore desciende y reconoce enseguida a su amado, que viene a buscarla para casarse con ella; él la sienta en su caballo y galopan vertiginosamente a la luz de la luna, atravesando paisajes espectrales. La muchacha quiere saber por qué cabalgan tan rápido; el novio espolea y dice: Denn die Toten reiten schnell (“Porque los muertos viajan deprisa”) (que será citada por Bram Stoker en Drácula). 
Lenore responde: “Deja a los muertos tranquilos”. Cerca del amanecer entran a un cementerio; mientras el caballo avanza el novio va perdiendo su forma humana y el lecho nupcial se revela como el nicho en la que yace el esqueleto del novio. Un cortejo de espectros danza una ronda macabra y repite la tardía advertencia: “No hay que medirse con Dios.”

La Novia de Corinto

En 1797 Johann Wolfgang Goethe publica La Novia de Corinto, una expresión del conflicto entre paganismo y cristianismo. Los familiares de la mujer muerta en la historia son cristianos, mientras que el joven y sus parientes son paganos. Para escribir su historia Johann Goethe se basó en un episodio del “Libro de los Prodigios” de Flegón de Tralles, un autor griego del siglo I d. C. donde se narraba la historia de Filinea, una bella joven que, tiempo después de ser enterrada, fue sorprendida en el lecho de un extranjero llamado Macates. 
En la versión de Goethe, que presenta algunos puntos de contacto con el argumento de “La religiosa” de Diderot, publicada en 1796, la muchacha muere de pena porque sus padres no la dejan casarse y quieren encerrarla en un convento. Para vengar la dicha arrebatada, abandona por la noche el sepulcro, se presenta en la habitación de su prometido y, tras gozar con él como jamás lo ha hecho en vida, lo vampiriza. Cuando es descubierta, la muchacha vuelve a morir y sus parientes rompen la maldición quemando su cuerpo fuera de las murallas de la ciudad.
Algunos críticos sostienen erróneamente que Goethe pudo haberse inspirado en la historia de Menipo Licio y la Empusa, referida por Filóstrato en el libro cuarto de su “Vida de Apolonio de Tiana”, obra escrita en el siglo II d. C. Según Filóstrato, un joven filósofo, que se dirige de Cencreas a Corinto, se encuentra de camino con el espectro de una bella mujer fenicia. La dama lo invita a su casa y le promete que si se queda a vivir con ella, le dará de beber el mejor vino, cantará y bailará para él y ningún mortal se atreverá a molestarlo jamás. El joven acepta la propuesta y, luego de gozar de los encantos de la muchacha, decide casarse con ella. A la boda asiste, entre otros invitados, Apolonio, que se da cuenta de que la novia es una Empusa y que todo su atavío, como el oro de Tántalo del que habla Homero, es mera ilusión; desenmascarada, la Empusa llora y desea que Apolonio guarde silencio, pero él no se deja conmover y sigue nombrándola hasta que sus vestidos, su cuerpo y la casa misma, con todo lo que contiene, se desvanecen al instante. 

Lenore de Bürger 

Lenore de Bürger gozó de gran popularidad en Gran Bretaña hasta el punto de contar con siete traducciones, entre ellas una de Walter Scott e inspiró a Samuel Taylor Coleridge para su Christabel. 
Este poema de 1797 es la primera mención a los vampiros en la literatura inglesa y cuenta la historia sobrenatural de una muchacha que vive en un castillo gótico en compañía de un padre que añora a su esposa muerta. Una noche, en medio del bosque, Christabel encuentra a Geraldine, bellísima hechicera, que la convence de que la lleve a dormir a su alcoba. La joven se siente atraída por la extraña y mientras comparten el lecho, tiene un sueño en el que se ve vampirizada, al pie de un viejo roble por una mujer con ojos de serpiente. Por la mañana, su padre reconoce a Geraldine, en cuyo rostro cree descubrir a la hija perdida de un viejo amigo y se enamora de ella. Christabel, celosa de un amor que la excluye, ruega a su padre que eche a la intrusa, pero no lo consigue y acaba siendo despreciada. Coleridge publicó “Christabel” en 1816 sin haberlo concluido. Las reseñas en los periódicos de la época fueron principalmente negativas y apuntaron, sobre todo, a la ambigua esencia de Christabel, que no se parecía a ninguna de las heroínas conocidas. Un crítico anónimo se preguntó: “¿De qué trata todo esto? ¿Cuál es la idea? ¿Lady Geraldine es una hechicera o un vampiro? ¿Es un hombre? ¿Es ella, él o eso?”. La trama, con sugerencias de lesbianismo e incesto dejó, sin embargo, una profunda huella en la literatura inglesa del siglo XIX, como puede verse en “Carmilla” de Joseph Sheridan Le Fanu. La influencia de Coleridge sobre la narrativa vampírica se hizo sentir también a través de su famosa “Rima del viejo marinero”, incluida en el libro Baladas líricas que editó junto a William Wordsworth y Robert Southey, de la que se ha dicho que inspiró a Bram Stoker el viaje en barco de Drácula desde Turquía hasta las costas de Inglaterra.

Thalaba

Si bien Robert Southey, compuso su monumental poema épico Thalaba el Destructor, posteriormente a Coleridge (1797-1800), lo publicó antes. 
Oneiza, la amada muerta de Thalaba, el protagonista, se convierte en una vampira, aunque semejante suceso es secundario a la trama principal. 
Southey cuenta cómo el héroe penetra en la bóveda de su esposa Oneiza, durante una medianoche de tormenta, acompañado de su suegro. En un resplandor de azufre ve levantarse a la difunta del sarcófago, con las “mejillas lívidas”, los “labios azules” y “un terrible brillo en la mirada”. Aunque cuenta con un anillo mágico que le confiere poder sobre los muertos, Thalaba está a punto de sucumbir a su hechizo, cuando el padre de la joven atraviesa el “cadáver del vampiro” con una lanza. 
Según consigna el propio Southey en su edición anotada del poema, la escena se inspira en “Viaje al Levante” de Tournefort y en el famoso caso del vampiro Arnold Paole referido por el abate Calmet.  


Fuente https://es.wikipedia.org/wiki/Vampiros_en_la_literatura

El cuento fantástico y de horror Nota preliminar de Jaime Rest







martes, 27 de noviembre de 2018

Roberto Arlt - Odio desde la otra vida

Fernando sentía la incomodidad de la mirada del árabe, que, sentado a sus espaldas a una mesa de esterilla en el otro extremo de la terraza, no apartaba posiblemente la mirada de su nuca. Sin poderse contener se levantó, y, a riesgo de pasar por un demente a los ojos del otro, se detuvo frente a la mesa del marroquí y le dijo:

-Yo no lo conozco a usted. ¿Por qué me está mirando?

El árabe se puso de pie y, después de saludarlo ritualmente, le dijo:

-Señor, usted perdonará. Me he especializado en ciencias ocultas y soy un hombre sumamente sensible. Cuando yo estaba mirándole la espalda era que estaba viendo sobre su cabeza una gran nube roja. Era el Crimen. Usted en esos momentos estaba pensando en matar a su novia.

Lo que le decía el desconocido era cierto: Fernando había estado pensando en matar a su novia. El moro vio cómo el asombro se pintaba en el rostro de Fernando y le dijo:

-Siéntese. Me sentiré muy orgulloso de su compañía durante mucho tiempo.

Fernando se dejó caer melancólicamente en el sillón esterillado. Desde el bar de la terraza se distinguían, casi a sus pies, las murallas almenadas de la vieja dominación portuguesa; más allá de las almenas el espejo azul del agua de la bahía se extendía hasta el horizonte verdoso. Un transatlántico salía hacia Gibraltar por la calle de boyas, mientras que una voz morisca, lenta, acompañándose de un instrumento de cuerda, gañía una melodía sumamente triste y voluptuosa. Fernando sintió que un desaliento tremendo llovía sobre su corazón. A su lado, el caballero árabe, de gran turbante, finísima túnica y modales de señorita, reiteró:

-Estaba precisamente sobre su cabeza. Una nube roja de fatalidad. Luego, semejante a una flor venenosa, surgió la cabeza de su novia. Y yo vi repetidamente que usted pensaba matarla.

Fernando, sin darse cuenta de lo que hacía, movió la cabeza, confirmando lo que el desconocido le decía. El árabe continuó:

-Cuando desapareció la nube roja, vi una sala. Junto a una mesa dorada había dos sillones revestidos de terciopelo verde.

Fernando ahora pensó que no tenía nada de inverosímil que el árabe pudiera darle datos de la habitación que ocupaba Lucía, porque ésta miraba al jardín del hotel. Pero asintió con la cabeza. Estaba aturdido. Ya nada le parecía extraordinario ni terrible. El árabe continuó:

-Junto a usted estaba su novia con el tapado bajo el brazo -y acto seguido el misterioso oriental comenzó con su lápiz a dibujar en el mármol de la mesa el rostro de la muchacha.

Fernando miraba aparecer el rostro de la muchacha que tanto quería, sobre el mármol, y aquello le resultaba, en aquel extraño momento, sumamente natural. Quizás estaba viviendo un ensueño. Quizás estaba loco. Quizás el desconocido era un bribón que lo había visto con Lucía por la Cashba. Pero lo que este granuja no podía saber era que él pensaba en aquel momento matar a Lucía.

El árabe prosiguió:

-Usted estaba sentado en el sillón de terciopelo verde mientras que ella le decía: “Tenemos que separarnos. Terminar esto. No podemos continuar así”. Ella le dijo esto y usted no respondió una palabra. ¿Es cierto o no es cierto que ella le dijo eso?

Fernando asintió, mecanizado, con la cabeza. El árabe sacó del bolsillo una petaca, extrajo un cigarrillo, y dijo:

-Usted y Lucía se odian desde la otra vida.

-…

-Ustedes se vienen odiando a través de una infinita serie de reencarnaciones.

Fernando examinó el cobrizo perfil del hombre del turbante y luego fijó tristemente los ojos en el espejo azul de la bahía. El transatlántico había doblado el codo de las boyas, su penacho de humo se inmovilizaba en el espacio, y una tristeza tremenda lo aplanaba sobre el sillón, mientras que el árabe, con una naturalidad terrorífica, proseguía.

-Y usted quiere morir porque la ama y la odia. Pero el odio es entre ustedes más fuerte que el amor. Hace millares de años que ustedes se odian mortalmente. Y que se buscan para dañarse y desgarrarse. Ustedes aman el dolor que uno le inflige al otro, ustedes aman su odio porque ninguno de ustedes podría odiar más perfectamente a otra persona de la manera que recíprocamente se odian ya.

Todo ello era cierto. El hombre de la chilaba prosiguió:

-¡Quiere usted venir a mi casa? Le mostraré en el pasado el último crimen que medió entre usted y su novia. ¡Ah!, perdón por no haberme presentado. Me llamo Tell Aviv; soy doctor en ciencias ocultas.

Fernando comprendió que no tenía objeto resistirse a nada. Bribón o clarividente, el desconocido había penetrado hasta las raíces de su terrible problema. Golpeó el gong y un muchachito morisco, descalzo, corrió sobre las esteras hacia la mesa, recibió el duro “assani”, presto como un galgo le trajo el vuelto y pronto Fernando se encontró bajo las techadas callejuelas caminando al lado de su misterioso compañero, que, a pesar de gastar una magnífica chilaba, no se recataba de pasar al lado de grasientas tiendas donde hervían pescado día y noche, y puestos de té verde, donde en amontonamiento bestial se hacinaban piojosos campesinos descalzos.

Finalmente llegaron a una casa arrinconada en un ángulo del barrio de Yama el Raisuli.

Tell Aviv levantó el pesado aldabón morisco y lo dejó caer; la puerta, claveteada como la de una fortaleza, se entreabrió lentamente y un negro del Nedjel apareció sombrío y semidesnudo. Se inclinó profundamente frente a su amo; la puerta, entonces se abrió aun más, y Fernando cruzó un patio sombreado de limoneros con grandes tinajones de barro en los ángulos. Tell Aviv abrió una puerta y lo invitó a entrar. Se encontraban ahora en un salón con un estrado al fondo cubierto de cojines. En el centro una fontana desgranaba su vara de agua. Fernando levantó la cabeza. El techo de la habitación, como el de los salones de la Alhambra, estaba abombado en bóveda. Ríos de constelaciones y de estrellas se cuajaban entre las nebulosas, y Tell Aviv, haciéndole sentar en un cojín, exclamó:

-Que la paz de Alá esté en tu corazón. Que la dulzura del Profeta aceite tu generosidad. Que tus entrañas se cubran de miel. Eres un hombre ecuánime y valiente. No has dudado de mi amistad.

Y como si estuvieran perdidos en una tienda del desierto, batió tan rudamente el gong que el negro, sobresaltado, apareció con un puñado de rosas amarillas olvidado entre las manos:

-Rakka, trae la pipa -y dirigiéndose a Fernando, aclaró:

-Fumarás ahora la pipa de la buena droga. Ello facilitará tu entrada en el plano astral. Se te hará visible la etapa de tu último encuentro con la que hoy es tu novia. La continuidad de vuestro odio.

Algunos minutos después Fernando sorbía el humo de una droga acre al paladar como una pulpa de tamarindo. Así de ácida y fácil. Su cuerpo se deslizó definitivamente sobre los cojines, mientras que su alma, diligentemente, se deslizaba a través de espesas murallas de tinieblas. A pesar de las tinieblas él sabía que se encaminaba hacia un paisaje claro y penetrante. Rápidamente se encontró en las orillas de una marisma, cargada de flexibles juncos. Fernando no estaba triste ni contento, pero observaba que todas las particularidades vegetales del paisaje tenían un relieve violento, una luminosidad expresiva, como si un árbol allí fuera dos veces más profundamente árbol que en la tierra.

Más allá de la marisma se extendía el mar. Un velero, con sus grandes lienzos rojos extendidos al viento, se alejaba insensiblemente. De pronto Fernando se detuvo sorprendido. Ahora estaba vestido al modo oriental, con un holgado albornoz de verticales rayas negras y amarillas. Se llevó la mano al cinto y allí tropezó con un pistolón de chispa.

Un pesado yatagán colgaba de su cinturón de cuero. Más allá la arena del desierto se extendía fresca hasta el ribazo de árboles de un bosque. Fernando se echó a caminar melancólicamente y pronto se encontró bajo la cúpula de los árboles de corteza lisa y dura y de otros que por un juego de luz parecían cubiertos por escamas de cobre oxidado. Como Tell Aviv le había dicho, la paz estaba en él. No lejos se escuchaba el murmullo de un río. Continuó por el sendero, y una hora después, quizá menos, se encontró en la margen del río. El lecho estaba sembrado de peñascos y las aguas se quebraban en sus filos en flechas de cristal. Lo notable fue que, al volver la cabeza, vio un hermoso caballo ensillado, con una hermosa silla de cuero labrado. Fernando, sorprendido, buscó con la mirada en derredor. No se veía al dueño del caballo por ninguna parte. El caballo inmóvil, de pie junto al río, miraba melancólicamente pasar las aguas. Fernando se acercó. Un sobresalto de terror dejó rígido su cuerpo y rápidamente llevó la mano al alfanje. No lejos del caballo, sobre la arena, completamente dormida, se veía una boa constrictor. El vientre de la boa, cubierto de escamas negras y amarillas, aparecía repugnantemente deformado en una gran extensión. Por la boca de la boa salían los dos pies de un hombre. No había dudas ahora. El hombre que montaba el caballo, al llegar al río, desmontó posiblemente para beber, y cuando estaba inclinado de cara sobre el agua, probablemente la boa se dejó caer de la rama de un árbol sobre él, lo trituró entre sus anillos y después se lo tragó. ¡Vaya a saber cuántas horas hacía que el caballo esperaba que su amo saliera del interior del vientre de la boa!

Fernando examinó el filo de su yatagán -era reciente y tajante-, se aproximó a la boa, inmóvil en el amodorramiento de su digestión, y levantó el alfanje. El golpe fue tremendo. Cercenó no sólo la cabeza del reptil sino los dos pies del muerto. La boa decapitada se retorció violentamente.

Entonces Fernando, considerando el atalaje del caballo, pensó que el hombre que había sido devorado por la boa debía ser un creyente de calidad, cuya tumba no debía ser el vientre de un monstruo. Se acercó a la boa y le abrió el vientre. En su interior estaba el hombre muerto. Envuelto en un rico albornoz ensangrentado, con puñal de empuñadura de oro al cinto. Un bulto se marcaba sobre su cintura. Fernando rebuscó allí; era una talega de seda. La abrió y por la palma de su mano rodó una cascada de diamantes de diversos quilates. Fernando se alegró. Luego, ayudándose de su alfanje, trabajó durante algunas horas hasta que consiguió abrir una tumba, en la cual sepultó al infortunado desconocido.

Luego se dirigió a la ciudad, cuyas murallas se distinguían allá a lo lejos en el fondo de una curva que trazaba el río hacia las colinas del horizonte.

Su día había sido satisfactorio. No todos los hijos del Islam se encontraban con un caballo en la orilla de un río, un hombre dentro del vientre de una boa y una fortuna en piedras preciosas dentro de la escarcela del hombre. Alá y el Profeta evidentemente lo protegían.

No estaban ya muy distantes, no, las murallas de la ciudad. Se distinguían sus macizas torres y los centinelas con las pesadas lanzas paseándose detrás de los merlones.

De pronto, por una de las puertas principales salió una cabalgata. Al frente de ella iba un hombre de venerable barba. El grupo cabalgaba en dirección de Fernando. Cuando el anciano se cruzó con Fernando, éste lo saludó llevándose reverentemente la mano a la frente. Como el anciano no lo conocía, sujetó su potro, y entonces pudo observar la cabalgadura de Fernando, porque exclamó:

-Hermanos, hermanos, mirad el caballo de mi hijo.

Los hombres que acompañaban al anciano rodearon amenazadores a Fernando, y el anciano prosiguió:

-Ved, ved, su montura. Ved su nombre inscripto allí.

Recién Fernando se dio cuenta de que efectivamente, en el ángulo de la montura estaba escrito en caracteres cúficos el posible nombre del muerto.

-Hijo de un perro. ¿De dónde has sacado tú ese caballo?

Fernando no atinaba a pronunciar palabra. Las evidencias lo acusaban. De pronto el anciano, que le revisaba y acababa de despojarle de su puñal y alfanje ensangrentado, exclamó:

-Hermanos…, hermanos…, ved la bolsa de diamantes que mi hijo llevaba a traficar…

Inútil fue que Fernando intentara explicarse. Los hombres cayeron con tal furor sobre él, y le golpearon tan reciamente, que en pocos minutos perdió el sentido. Cuando despertó, estaba en el fondo de una mazmorra oscura, adolorido.

Transcurrieron así algunas horas, de pronto la puerta crujió, dos esclavos negros lo tomaron de los brazos y le amarraron con cadenitas de bronce las manos y los pies. Luego a latigazos lo obligaron a subir los escalones de piedra de la mazmorra, a latigazos cruzó con los negros corredores y después entró a un sendero enarenado. Su espalda y sus miembros estaban ensangrentados. Ahora yacía junto al cantero de un selvático jardín. Las palmas y los cedros recortaban el cielo celeste con sus abanicos y sus cúpulas; resonó un gong y dejaron de azotarle. El anciano que lo había encontrado en las afueras de la ciudad apareció bajo la herradura de una puerta en compañía de una joven. Ella tenía descubierto el rostro. Fernando exclamó:

-Lucía, Lucía, soy inocente.

Era el rostro de Lucía, su novia. Pero en el sueño él se había olvidado de que estaba viviendo en otro siglo.

El anciano lo señaló a la joven, que era el doble de Lucía, y dijo:

-Hija mía; este hombre asesinó a tu hermano. Te lo entrego para que tomes cumplida venganza en él.

-Soy inocente -exclamó Fernando-. Lo encontré en el vientre de una boa. Con los pies fuera de la boa. Lo sepulté piadosamente.

Y Fernando, a pesar de sus amarraduras, se arrodilló frente a “Lucía”. Luego, con palabras febriles, le explicó aquel juego de la fatalidad. “Lucía”, rodeada de sus eunucos, lo observaba con una impaciente mirada de mujer fría y cruel, verdoso el tormentoso fondo de los ojos. Fernando de rodillas frente a ella, en el jardín morisco, comprendía que aquella mirada hostil y feroz era la muralla donde se quebraban siempre y siempre sus palabras. “Lucía” lo dejó hablar, y luego, mirando a un eunuco, dijo:

-Afcha, échalo a los perros.

El esclavo corrió hasta el fondo del jardín, luego regresó con una traílla de siete mastines de ojos ensangrentados y humosas fauces. Fernando quiso incorporarse, escapar, gritar, otra vez su inocencia. De pronto sintió en el hombro la quemadura de una dentellada, un hocico húmedo rozó su mejilla, otros dientes se clavaron en sus piernas y…

El negro de Nedjel le había alcanzado una taza de té, y sentado frente a él Tell Aviv dijo:

-¿No me reconoces? Yo soy el criado que en la otra vida llamé a los perros para hacerte despedazar.

Fernando se pasó la mano por los ojos. Luego murmuró:

-Todo esto es extraño e increíblemente verídico.

Tell Aviv continuó:

-Si tú quieres puedes matar a Lucía. Entre ella y yo también hay una cuenta desde la otra vida.

-No. Volveríamos a crear una cuenta para la próxima vida.

Tell Aviv insistió.

-No te costará nada. Lo haré en obsequio a tu carácter generoso.

Fernando volvió a rehusar, y, sin saber por qué, le dijo:

-Eres más saludable que el limón y más sabroso que la miel; pero no asesines a Lucía. Y ahora, que la paz de Alá esté en ti para siempre.

Y levantándose, salió.

Salió, pero una tranquilidad nueva estaba en el fondo de su corazón. Él no sabía si Tell Aviv era un granuja o un doctor en magia, pero lo único que él sabía era que debía apartarse para siempre de Lucía. Y aquella misma noche se metió en un tren que salía para Fez, de allí regresó para Casablanca y de Casablanca un día salió hacia Buenos Aires. Aquí lo encontré yo, y aquí me contó su historia, epilogada con estas palabras:

-Si no me hubiera ido tan lejos creo que hubiera muerto a Lucía. Aquello de hacerme despedazar por los perros no tuvo nombre…

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