jueves, 24 de julio de 2014

Jorge Luis Borges - El idioma analítico de John Wilkins

He comprobado que la decimocuarta edición de la Encyclopaedia Britannica suprime el artículo sobre John Wilkins. Esa omisión es justa, si recordamos la trivialidad del artículo (veinte renglones de meras circunstancias biográficas: Wilkins nació en 1614, Wilkins murió en 1672, Wilkins fue capellán de Carlos Luis, príncipe italiano; Wilkins fue nombrado rector de uno de los colegios Oxford, Wilkins fue el primer secretario de la Real Sociedad de Londres, etc.); es culpable, si consideramos la obra especulativa de Wilkins. Éste abundó en felices curiosidades: le interesaron la teología, la criptografía, la música, la fabricación de colmenas transparentes, el curso de un planeta invisible, la posibilidad de un viaje a la luna, la posibilidad y los principios de un lenguaje mundial. A este último problema dedicó el libro An Essay Towards a Real Character and a Philosophical Language (600 páginas en cuarto mayor, 1668). No hay ejemplares de ese libro en nuestra Biblioteca Nacional; he interrogado, para redactar esta nota, The life and Times of John Wilkins (1910), de P. A. Wrigh Henderson; el Woertebuch der Philosophie (1924), de Fritz Mathner; Delphos (1935), de E. Sylvia Pankhurst; Dangerous Thoughts (1939), de Lancelot Hogben.

Todos, alguna vez, hemos padecido esos debates inapelables que una dama, con acopio de interjecciones y de anacolutos jura que la palabra luna es más (o menos) expresiva que la palabra moon. Fuera de la evidente observación de que el monosílabo moon es tal vez más apto para representar un objeto muy simple que la palabra bisilábica luna, nada es posible contribuir a tales debates; descontadas las palabras descompuestas y las derivaciones, todos los idiomas del mundo (sin excluir el volapük Johann Martin Schleyer y la romántica interlingua de Peano) son igualmente inexpresivos. No hay edición de la Gramática de la Real Academia que no pondere "el envidiado tesoro de voces pintorescas, felices y expresivas de la riquísima lengua española", pero se trata de una mera jactancia, sin corroboración. Por lo pronto, esa misma Real Academia elabora cada tantos años un diccionario, que define las voces del español... En el idioma universal que ideó Wilkins al promediar el siglo XVII, cada palabra se define a sí misma. Descartes, en una epístola fechada en noviembre de 1629, ya había anotado que mediante el sistema decimal de numeración, podemos aprender en un solo día a nombrar todas las cantidades hasta el infinito y a escribirlas en un idioma nuevo que es el de los guarismos; también había propuesto la formación de un idioma análogo, general, que organizara y abarcara todos los pensamientos humanos. John Wilkins, hacia 1664, acometió esa empresa.

Dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies. Asignó a cada género sin monosílabo de dos letras; a cada diferencia, una consonante; a cada especie, una vocal. Por ejemplo: de, quiere decir elemento; deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama. En el idioma análogo de Letellier (1850) a, quiere decir animal; ab, mamífero; abo, carnívoro; aboj, felino; aboje, gato; abi, herbívoro; abiv, equino; etc. En el Bonifacio Sotos Ochando (1854), imaba, quiere decir edificio; imaca, serrallo; image, hospital; imafo, lazareto; imarri, casa; imaru, quinta; imedo, poste; imede, pilar; imego, suelo; imela, techo; imogo, ventana; bire, encuadernador; birer, encuadernar. (Debo este último censo a un libro impreso en Buenos Aires en 1886: el Curso de lengua universal, del doctor Pedro Mata).

Las palabras del idioma analítico de John Wilkins no son torpes símbolos arbitrarios; cada una de las letras que las integran es significativa, como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas. Mauthner observa que los niños podrían aprender ese idioma sin saber que es artificioso; después en el colegio, descubrirán que es también una clave universal y una enciclopedia secreta.

Ya definido el procedimiento de Wilkins, falta examinar un problema de imposible o difícil postergación: el valor de la tabla cuadragesimal que es base del idioma. Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo), transparente (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). Casi tan alarmante como la octava, es la novena categoría. Esta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (oro, estaño, cobre). La belleza figura en la categoría decimosexta; es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas. El Instituto Bibliográfico de Bruselas también ejerce el caos: ha parcelado el universo en 1000 subdivisiones, de las cuales la 262 corresponde al Papa; la 282, a la Iglesia Católica Romana; la 263, al Día del Señor; la 268, a las escuelas dominicales; la 298, al mormonismo, y la 294, al brahmanismo, budismo, shintoísmo y taoísmo. No rehúsa las subdivisiones heterogéneas, verbigracia, la 179: "Crueldad con los animales. Protección de los animales. El duelo y el suicidio desde el punto de vista de la moral. Vicios y defectos varios. Virtudes y cualidades varias."

He registrado las arbitrariedades de Wilkins, del desconocido (o apócrifo) enciclopedista chino y del Instituto Bibliográfico de Bruselas; notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. "El mundo -escribe David Hume- es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya se ha muerto" (Dialogues Concerning Natural Religion, V. 1779). Cabe ir más lejos; cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta conjeturar su propósito; falta conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del secreto diccionario de Dios.

La imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo, no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que estos son provisorios. El idioma analítico de Wilkins no es el menos admirable de ésos esquemas. Los géneros y especies que lo componen son contradictorios y vagos; el artificio de que las letras de las palabras indiquen subdivisiones y divisiones es, sin duda, ingenioso. La palabra salmón no nos dice nada; Zana, la voz correspondiente; delfine (para el hombre versado en las cuarenta categorías y en los géneros de esas categorías) un pez escamoso, fluvial, de carne rojiza. Teóricamente, no es inconcebible un idioma donde el hombre de cada ser indicara todos los pormenores de su destino, pasado y venidero.)
Esperanzas y utopías aparte, acaso lo más lúcido que sobre el lenguaje se ha escrito son estas palabras de Chesterton: "El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo" (G.F.Watts, pág.88, 1904).

miércoles, 9 de julio de 2014

Informe sobre John Ronald Reuel Tolkien

"Tolkien desarrolló una auténtica metafísica de la literatura muy en contacto con la teología cristiana de la Creación. Si las palabras son inventos humanos que nos conducen hacia conceptos e ideas acerca de la realidad, los mitos son igualmente humanas invenciones para aproximarnos a la verdad" (José Miguel Odero, J.R.R. Tolkien. Cuentos de Hadas, Pamplona, 1987).
(Bloemfontein, Sudáfrica, 1892 - Bournemouth, Reino Unido, 1973) Escritor británico de origen sudafricano mundialmente conocido como autor de El señor de los anillos (1954-1955), un verdadero clásico de la literatura fantástica. Aunque el autor ya era sobradamente conocido, en fechas recientes su obra ha alcanzado una difusión todavía mayor gracias a las adaptaciones cinematográficas de Peter Jackson.
Hijo de padres ingleses, vivió en Sudáfrica hasta la muerte de su padre en 1896, año en que se trasladó con su familia a Inglaterra. La conversión de la madre al catolicismo lo marcó profundamente. Estudió en Oxford, y mostró muy pronto un vivo interés por la filología y las antiguas sagas y leyendas nórdicas. Tras participar en la Primera Guerra Mundial, enseñó primero lengua inglesa en la Universidad de Leeds. Profesor de lengua y literatura anglosajona en la Universidad de Oxford, se especializó en la época medieval.
Tras publicar algunos ensayos (Sir Gawain y el caballero verde, 1925; Beowulf, 1936), inició la creación de una personal mitología inspirada en la saga artúrica y en la épica medieval anglosajona, plagada de elementos fantásticos y de seres y mundos imaginarios. Así, la novela El hobbit (1937) narra las vicisitudes de un pueblo apacible y sensato que vive en un mundo llamado Tierra media, junto con elfos, duendes y magos.
El hobbit fue el punto de partida de un ambicioso ciclo épico que se concretó en la trilogía de El señor de los anillos (1954-1955), dividida en tres volúmenes: La comunidad del anillo (1954), Las dos torres (1954) y El retorno del rey (1955). Dirigida a un público adulto, la obra de Tolkien encontró a mediados de la década de 1960 una gran acogida, hasta el extremo de convertirse en libro de culto y dar lugar a un género en alza, la «alta fantasía».
La actividad de J. R. R. Tolkien como novelista es inseparable de la del filólogo. Su goce intelectual por las lenguas antiguas (conocía el griego, el anglosajón, el medio inglés, el galés, el gótico, el finlandés, el islandés antiguo, el noruego antiguo, el alto alemán antiguo) lo llevaba a crear sonidos y a inventar lenguajes, siguiendo un método rigurosamente filológico.
Tras El señor de los anillos, Tolkien trabajó en la obra que había de ser el poema épico general de su fantástico mundo mitológico: The Silmarillion, aparecido póstumamente (1977). En el ensayo On Fairy Stories, A Critical Study (1946), Tolkien discute la relación de la literatura fantástica con el romance. Entre sus colecciones poéticas cabe mencionar The Homecoming of Beorhtnoth Beorthelm´s Son (1953) y los poemas narrativos The Lay of Aotrou and Itroun (1945) e Imran (1955).

El señor de los anillos
En El señor de los anillos, Tolkien inventa un reino de fantasía cuyos habitantes, los hobbits (seres antropomorfos y más pequeños que los enanos), poseen una lengua propia, con una gramática perfectamente desarrollada. El eje de la narración lo constituye la oposición entre el bien y el mal, que trasciende de lo puramente local de este reino fantástico a la interpretación del mundo actual. Un anillo de poder, arrancado por un hobbit al enemigo de todos los hombres (Gollum), se convierte en el objeto central de la novela. Las propiedades del anillo (objeto que contiene el máximo poder) lo convierten en una amenaza, por lo que se hace necesaria su destrucción.
El narrador sostiene que la historia se apoya en el "libro rojo de Westmach", en el que Bilbo Baggins, el más famoso de los hobbits, recogió la historia de su pueblo. Después de años de peregrinaje, los hobbits se han establecido en un lugar llamado Shire. Bilbo ha conseguido arrancarle un anillo al monstruo Gollum y se lo confía a su pariente Frodo. Pero el mago y consejero Gandalf el Gris descubre que, de todos los anillos, éste es el que más poder confiere, y convoca a un consejo que decide destruir el peligroso anillo. Su destrucción debe efectuarse en Mordor, país habitado por los enemigos de los hobbits: los orcs.
De inmediato se funda una cofradía para librar al mundo del anillo, compuesta por hombres y por criaturas fantásticas como los elfos, los enanos y los hobbits. Boromir, uno de los cofrades, sediento de poder, trata de adueñarse del anillo y se rompe la cofradía. En la segunda parte del libro se cuentan las aventuras que viven los miembros de la hermandad, disgregados y debilitados por la traición. Frodo se enfrenta al monstruo de Gollum iluminado por el sabio sentido común propio de los hobbits y logra vencerle. Herido de muerte, entrega el anillo a su servidor y le ordena llevar a término la misión. El anillo de Gollum es destruido y con él el país de Mordor. Frodo, completamente curado, se marcha con Bilbo hacia tierras lejanas. Un amplio apéndice completa este mundo mítico. En él se incluyen sinopsis históricas y genealógicas, tablas cronológicas, un calendario y los signos alfabéticos de los hobbits.
Inspirado en las leyendas nórdicas y artúricas, el libro puede leerse como una alegoría sobre la búsqueda espiritual, tarea especialmente difícil en una época de crisis de valores. Las leyendas de la cultura anglosajona, y en especial la leyenda de Beowulf, constituyeron la fuente de inspiración para crear sus personajes fantásticos, muchos de ellos con una intencionalidad claramente simbólica.
Crónica histórica, alegoría o utopía, la importancia de El señor de los anillos reside, sobre todo, en su valor literario. Tolkien emplea un lenguaje comprensible, con reminiscencias del estilo bíblico y de las antiguas formas literarias inglesas; junto a esas formas tradicionales, convive en la novela un lenguaje desenvuelto, cotidiano y actual del que se sirven casi todos sus personajes fantásticos. Aunque de trama compleja, en la trilogía se consigue la fusión entre motivos aparentemente dispares, que sirven para interpretar las inquietudes y sueños de nuestra época.

fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/tolkien.htm

domingo, 6 de julio de 2014

El sueño de la razón por Roberto Merino

En uno de sus ensayos, Edgar Allan Poe (1809-1849) critica a un autor francés, “quizás Montaigne”, quien había declarado que no pensaba habitualmente, sino más bien cuando se sentaba a escribir. Esta modalidad, según Poe, era la fuente de muchas obras deficientes que circulaban por las librerías en su época. Es probable que Poe conociera todos los estados susceptibles de ser experimentados por la mente humana, pero no hay rastros en sus escritos sobre la suspensión del pensamiento. Al parecer, no hubo para él momentos vacíos o indeterminados. Fue un escritor, por así decirlo, lleno de contenido, que con el ímpetu incendiario de un romántico llevó el raciocinio hasta los límites de la exasperación. No creo que Poe hubiese querido positivamente que las cosas se dieran así, sino que respondía a una tendencia superior a su voluntad. Da la impresión de que soportó durante gran parte de su vida un ruido mental incesante, hecho, por cierto, de palabras, articuladas en frases en la fase de la vigilia y fundidas con imágenes en la del sueño. Y está también la presión del alcohol: cualquiera sabe que al ebrio consuetudinario su propia voz —con la insistencia del corazón delator— no le deja una brecha de descanso. A través de este padecimiento se entiende que en la única carta dirigida a su mujer hablara de “esta vida desagradable, ingrata e insatisfactoria”. 
El hecho es que Edgar Allan Poe no podía dejar de pensar, de observar, de considerar y de opinar. Sus artículos críticos son enfáticos, saturados de expresiones como “la más alta idea” o “la forma más alta del genio”; sus ensayos, como “La filosofía del mobiliario”, son controladores y obsesivos. Su famosa “Filosofía de la composición”, en tanto, representa igualmente un deseo de control. La concepción del poema como una cadena de conjeturas no le agregó méritos a su propia poesía. Lo extraño es que las estructuras intelectuales como la lógica deductiva y el ajedrez lo sedujeron con igual intensidad que las figuras macabras, la muerte y el misterio. Se podría afirmar que Poe habitaba un punto de cruce entre la deliberación impulsiva y el desconocido inconsciente. Proyectó hasta donde pudo sus miedos reales —la oscuridad, lo subterráneo, la inmovilidad— en magníficos relatos, género en el que fue astuto, talentoso, inteligente, persuasivo. Entendió, en este sentido, como antes lo había hecho Defoe, que el uso de la primera persona hacía verosímiles hechos que nadie hubiese creído contados de manera indirecta. Creó los “efectos de realidad” que hoy se utilizan comúnmente en la narrativa. El “caso humano” de sus cuentos policiales le importaba mucho menos que el desafío que una muerte violenta ofrecía a la capacidad del pensamiento. Lo que hay de emoción en la narrativa de Poe quizás está librado a los paisajes aledaños de sus cuentos. Ese es el punto donde aparece la inestabilidad —y no sólo las piezas faltantes— de la vida: la inestabilidad de la niebla, de la borrasca, de la maleza. Inolvidables son el París nocturno de “Los crímenes de la Rue Morgue”, la isla pelada de “El escarabajo de oro” y las desapacibles proximidades de la casa de Usher.

Fuente de la nota: http://www.elmercurio.com/blogs/2009/01/17/399/el_sueno_de_la_razon.aspx

Leopoldo María Panero - Proyecto de un beso.


PROYECTO DE UN BESO

Te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
te mataré mañana poco antes del alba
cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños
y será como cópula o semen en los labios
como beso o abrazo, o como acción de gracias
te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
y en el pico me traiga la orden de tu muerte
que será como beso o como acción de gracias
o como una oración porque el día no salga
te mataré mañana cuando la luna salga
y ladre el tercer perro en la hora novena
en el décimo árbol sin hojas ya ni savia
que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra
te mataré mañana cuando caiga la hoja
decimotercera al suelo de miseria
y serás tú una hoja o algún tordo pálido
que vuelve en el secreto remoto de la tarde
te mataré mañana, y pedirás perdón
por esa carne obscena, por ese sexo oscuro
que va a tener por falo el brillo de este hierro
que va a tener por beso el sepulcro, el olvido
te mataré mañana cuando la luna salga
y verás cómo eres de bella cuando muerta
toda llena de flores, y los brazos cruzados
y los labios cerrados como cuando rezabas
o cuando me implorabas otra vez la palabra
te mataré mañana cuando la luna salga,
y así desde aquel cielo que dicen las leyendas
pedirás ya mañana por mí y mi salvación
te mataré mañana cuando la luna salga
cuando veas a un ángel armado de una daga
desnudo y en silencio frente a tu cama pálida
te mataré mañana y verás que eyaculas
cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas
te mataré mañana cuando la luna salga
te mataré mañana y amaré tu fantasma
y correré a tu tumba las noches en que ardan
de nuevo en ese falo tembloroso que tengo
los ensueños del sexo, los misterios del semen
y será así tu lápida para mí el primer lecho
para soñar con dioses, y árboles, y madres
para jugar también con los dados de noche
te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra.

Sobre dioses y monstruos por Oscar Hahn.


¿Cuántos saben quién es Frankenstein? Sin duda, muchísimos. ¿Cuántos han leído la novela Frankenstein o están informados siquiera de su existencia? Sin duda, poquísimos. Pues bien, sucede que la autora fue una chica inglesa de 21 años, cuyo nombre era Mary Shelley. Esa novela, publicada en 1818, es la fuente de todas las películas habidas y por haber acerca del tema, desde la primera, filmada en 1910, hasta la de 1994, con Robert De Niro, pasando por la versión canónica de 1931, dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff. 
Whale también fue el director de la memorable secuela La novia de Frankenstein, en la que uno de los personajes brinda por "un nuevo mundo de dioses y monstruos". ¿"Dioses"?, los científicos del futuro. ¿Monstruos?, sus horripilantes engendros. 
En términos actuales, podrían ser la clonación humana, la adulteración genética o los virus zombi, entre otras aberraciones. En cuanto a la monstruomanía fílmica, parece no tener fin. Mención aparte merece Carne para Frankenstein, el bizarro film semiporno en 3D, producido por Andy Warhol, que, entre otras delicatessen, incluye vísceras que simulan saltar de la pantalla.
En la novela de Mary Shelley, el monstruo no tiene nombre ni apellido. El narrador alude a él como la criatura, el demonio, el espectro, la cosa, el ser, el ogro o el miserable. Frankenstein es el apellido del doctor. La imagen del personaje que se instaló en el imaginario colectivo proviene de la película de 1931. En la noche de Halloween, todos los que se disfrazan de Frankenstein se ciñen, sabiéndolo o sin saberlo, a la personificación de Boris Karloff. 
¿Cómo fue que se gestó la novela? En 1816, los poetas ingleses Lord Byron y Percy B. Shelley, acompañados de sus respectivas parejas y de John Polidori, médico personal de Byron, fueron a veranear a Suiza y se hospedaron en una casa junto al lago Ginebra. Mary había sido amante de Shelley desde los 17 años. En las noches se reunían alrededor del fuego y se entretenían leyendo cuentos de fantasmas. Lord Byron propuso que, como divertimento, todos escribieran un relato de terror. Pues bien, de esa simple reunión de amigos surgieron los dos personajes fantásticos de mayor impacto en la literatura mundial, en el cine, en la televisión y en la cultura pop: Frankenstein y el Vampiro. Mary Shelley, que adquirió el apellido al casarse después con el poeta, tuvo un sueño ("Vi con los ojos cerrados, pero con una aguda visión mental", dijo ella), y de ese sueño salió la trama central de la novela Frankenstein o el nuevo Prometeo. Pero, oh, sorpresa, el personaje del Vampiro no fue aportado por ninguno de los talentosos poetas presentes, sino por el doctor Polidori. 
Aunque Frankenstein fue escrita por una mujer (cuya madre era una conocida luchadora por los derechos del género), algunas feministas han calificado la trama de "machista". Se fundan en el hecho de que el proceso biológico natural, en el que la mujer tiene un rol decisivo, es reemplazado en la novela por la fabricación de un ser que es animado mediante la electricidad, con total prescindencia de la mujer. Lo que no ocurre ni siquiera con la fecundación in vitro, en la que el vientre femenino es insustituible. 
Sin embargo, otros han aducido exactamente lo contrario. El hecho de que el "dios" Víctor Frankenstein no hubiera podido crear un ser humano normal, sino un monstruo, dejaría en evidencia su fracaso. Dicho en otras palabras, querer excluir a la mujer es contra natura; el resultado siempre será un grotesco humanoide. En suma, lo que llevó a cabo el médico a través de la ciencia y la alquimia fue una empresa fallida y denigrante para las ambiciones hegemónicas de los varones, dicen los que sostienen la posición contraria a la de las feministas. 
Pero el tema Frankenstein, casi 200 años después, sigue haciendo noticia. Sucede que los manuscritos originales de la novela han sido digitalizados recientemente y puestos a disposición de los lectores en internet. Uno puede ver no sólo las correcciones que realizó Mary Shelley de su puño y letra, sino también las sugerencias que le hicieron algunos familiares; entre ellos su esposo, el gran poeta romántico Percy B. Shelley. Por eso, ahora podríamos repetir la célebre frase de la película de 1931 y aplicarla al libro de Mary Shelley: "It's alive! It's alive!". 

Fuente de la nota http://www.elmercurio.com/blogs/


El club de los investigadores de lo oculto: El club de los Fantasmas.


El Club de los Fantasmas (The Ghost Club) fue la primera organización a nivel mundial en ocuparse del estudio científico de fenómenos paranormales y fue fundada en Londres en 1862.
Los orígenes de El Club de los Fantasmas se hallan en Cambridge, en el año 1855. Allí, un grupo de estudiantes del Trinity College comenzaron a reunirse para discutir distintos prodigios sobrenaturales, tales como fantasmas y eventos poltergeist. Aquellas reuniones se formalizaron en 1862, y fueron rápidamente ridiculizadas por la prensa, a pesar de que entre los miembros del Club de los Fantasmas se hallaban personalidades destacadas del ámbito intelectual. Entre ellas, nada menos que Charles Dickens.
La primera investigación oficial del Club de los Fantasmas data de 1862, y se enfocó en los Hermanos Davenport, un grupo de cuatro ilusionistas que atribuían a sus trucos una raíz sobrenatural. El Club desafió a los hermanos a invocar a cualquier fantasma bajo condiciones científicas, esto es, fuera de su gabinete habitual y permitiendo a los investigadores revisar mesas, sillas y cortinas. El resultado probó el acto fraudulento de los Hermanos Davenport, aunque el caso jamás fue publicado. 
Tras la muerte de Charles Dickens en 1870 El Club de los Fantasmas se disolvió en medio de graves conflictos internos. Recién para Halloween de 1882 el Club revivió de la mano de Alfred Alaric Watts, hijo de un prestigioso periodista y un médium de probadas incongruencias, quien se atribuyó ser uno de los miembros fundadores del grupo. Ese mismo año atestiguó el nacimiento de otra dependencia de estudios paranormales que continúa vigente en nuestros días: La Sociedad para Investigaciones Psíquicas (Society for Psychical Research), que reunió generosamente a varios miembros exiliados del Club de los fantasmas.
Mientras la Society for Psychical Research se abocó casi de inmediato a un estudio metódico de los fenómenos paranormales, el Club de los fantasmas permaneció selectivo a la hora de elegir sus casos, y más aún para la inclusión de nuevos miembros. Esta tendencia sigilosa hizo que Stainton Moses, vicepresidente de la Society for Psychical Research, renuncie a su cargo en 1886 y se sumase al Club de los fantasmas, cuyas reuniones eran mensuales y obligatorias para todos sus miembros.
Rápidamente el Club de los fantasmas se ganó el apodo de secta a causa de sus escasos miembros, apenas 82 en 54 años de actividad. Entre ellos cabe destacar al escandaloso William Crookes, ligado a varios fraudes mediúmnicos, el físico Oliver Lodge, Nandor Fodor, psicólogo y antiguo seguidor de Sigmund Freud; y finalmente Arthur Conan Doyle, creador del detective más famoso de la literatura: Sherlock Holmes. Ya en el siglo XX el Club de los fantasmas continuó recibiendo adeptos notables, como el poeta W.B. Yeats, en 1911.
Los archivos del Club de los fantasmas revelan algunas curiosidades. Por ejemplo, el nombre de todos sus miembros eran recitados con toda solemnidad los 2 de noviembre, Día de los difuntos. Incluso sus adeptos muertos eran reconocidos como parte activa del grupo, y sus lugares eran conservados para cualquier asistencia de orden sobrenatural.
En las primeras décadas del siglo XX el Club de los fantasmas se volvió una sociedad anacrónica, alejada de las nuevas formas de investigación científica. La parapsicología, aún en pañales, ganaba terreno entre los adeptos a lo paranormal. Harry Price, el famoso cazador de fantasmas de los años 30' se unió al Club de los fantasmas en 1927 y renovó sus cimientos arcaicos. Entre otros cambios, aprobó la inclusión de mujeres como miembros activos de la organización. No obstante, la popularidad del Club había caido en desgracia. En 1936 se decidió clausurar sus puertas para siempre luego de 485 reuniones oficiales. El último encuentro, naturalmente, se produjo un 2 de noviembre; y los archivos confidenciales e investigaciones fueron depositados en el British Museum con la condición que recién podrían hacerse públicos en 1962.
Para muchos, la última etapa del Club de los fantasmas fue la más interesante. Como se ha dicho, las mujeres fueron finalmente admitidas, y con ellas otras personalidades afines a los grupos mixtos, como sir Julian Huxley y Algernon Blackwood, ambos deseosos de discutir tópicos paranormales en un ámbito abierto a todos los géneros.
Entre los archivos más destacados del Club de los fantasmas se hallan algunos prodigios dignos de ser mencionados. Además de los típicos casos de posesión demoníaca, casas embrujadas, fenómenos poltergeist, vampiros, exorcismos, apariciones, etc, se encuentran algunas discusiones de orden filosófico que cuestionan la veracidad de las teorías psicoanalíticas ortodoxas, e incluso se elaboró una suerte de protoinforme sobre inteligencias extraterrestres y la posibilidad de avistamientos de OVNIS mucho antes de que estos se volvieran populares.
El Club de los fantasmas, ya con otro nombre, The Ghost Club Society, continúa hasta nuestros días reuniéndose el Día de los difuntos, aunque ya sin la solemnidad de las viejas tertulias victorianas.


Fuente de la nota:  El Espejo Gótico.

Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, arcón de fantasmas e historias macabras


Historias de locura, amor y muerte sobrevuelan uno de los cementerios mas famosos de Buenos Aires.
Arcón atestado de historias insólitas, la pasión de amores no correspondidos y despechados; de odios pertinaces que trascienden la muerte; de bóvedas que reproducen el dormitorio de los difuntos, de familias que premian la lealtad de sus sirvientes y entierran a la mucama en el panteón familiar, aunque cumpliendo el rito de hacerla dormir afuera de la casa de los patrones, son muchos de los tantos relatos que adornan este no menos pintorezco lugar.
Se codean allí la tragedia de aquella pareja que, tras no hablarse durante 30 años, decidió perpetuarse en dos bustos que se dan la espalda desde hace más de un siglo y por toda la eternidad, con la última morada del sepulturero que, tras décadas de juntar peso a peso, construyó su lujosa tumba y se suicidó.
Los hechos pretéritos verídicos conviven de igual a igual con el desenfado de un sinfín de mitos, fantasmas y leyendas alucinantes. Una especie de irreverencia al silencio de los muertos; un eco insistente que ni las cenizas ni el tiempo han podido acallar. Y que retumba entre callecitas y diagonales estrechas, trajinadas por turistas extranjeros y por la banda más numerosa de gatos de la ciudad.
Al libro que reeditó hace poco el oftalmólogo Omar López Mato, "Ciudad de ángeles", que compendió éstas y otras historias, se suma ahora el relato oral de un grupo de historiadores. Ellos conocen hasta el último resquicio de esa necrópolis monumental que es el primer cementerio que vio nacer la ciudad de Buenos Aires.
El rigor histórico, sostén de sucesos poco convencionales y, con él, los mitos transmitidos de generación en generación convierten a las historias de ese solar donde reposan 350.000 almas -incluidos 25 presidentes constitucionales, cuatro máximos gobernantes de facto, 200 héroes de la Independencia y 100 gobernadores provinciales- en los más cautivantes de los relatos de la vida cotidiana. Porque la oscuridad de la muerte, tan poderosamente trágica como inapelable, también tiene su influjo. Y si el escenario es el Cementerio de la Recoleta, en donde la prosapia dialoga con mausoleos, cenotafios y esculturas funerarias monumentales, proyectados por los más rutilantes escultores y arquitectos de la época -Lola Mora, José Fioravanti, Alberto Lagos, Troyano Troiani, Edoardo Rubino, Giulio Monteverse y tantos otros- ¿cómo ignorarlas?
CASI DOS SIGLOS
 En sus casi dos siglos de existencia (fundado en 1822, se lo bautizó primero Cementerio del Norte y fue trazado por el ingeniero francés Próspero Catelin, autor de la Sala de Representantes de la Manzana de las Luces y de la fachada de la Catedral junto a Pedro Benoit) son miles las historias que atesoran esas célebres seis hectáreas en las que se yerguen 83 monumentos históricos nacionales.
Pero este cementerio no es sólo conocido por su acervo escultórico, con toneladas de los más costosos y exóticos mármoles venecianos. Es tristemente célebre también por haber inaugurado una nueva tipología delictiva, apunta Eduardo Lazzari, uno de los historiadores que organizan las visitas y relatos orales por los sepulcros más señeros. Alrededor de 300 personas se dan cita allí todos los fines de semana para escuchar esas historias increíbles. El punto de encuentro es el Museo Roca (Vicente López 2220. Informes: Junta de Estudios Históricos del Buen Ayre: 15-4-439-4106).
"Una gélida noche de 1881, los autoproclamados Caballeros de la Noche, liderados por un noble belga de 27 años, Alfonso Kerchowen de Peñarada, secuestraron el féretro del cementerio de la Recoleta donde yacían los restos de doña Inés Indart de Dorrego", cuentan quienes saben. Exigían el pago, en un plazo de 24 horas, de cinco millones de pesos para restituir los restos de la cuñada de uno de los mayores mártires de la historia, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego. Caso contrario "la justa crítica de una nación os cubrirá de vergüenza" y "el ilustre apellido quedará manchado para siempre".
El chantaje llegó en forma de misiva al Palacio Miró, sobre la calle Córdoba. Allí, Felisa Dorrego de Miró, hija de la difunta secuestrada, dio parte a la policía, pero antes consultó a su mayordomo. "Imposible retirar del cementerio un féretro tan pesado sin que nadie lo hubiera percibido", sospechó el sirviente, quien había cargado con los honores de portar el ataúd durante las exequias.
Estaba en lo cierto. Los restos nunca salieron de allí y aparecieron en el panteón de la familia Requijo. Pero la policía siguió al acecho. Depositó una caja con fajos de billetes falsos en el arroyo de Maldonado, instruyó a la familia para efectivizar el pago y detuvo a la banda.
Pero los Caballeros de la Noche fueron exonerados: la ley nada decía sobre el robo de cadáveres. A partir de este hecho, se incluyó en la legislación penal argentina, el artículo 171, que castiga con dos a seis años de reclusión al que "sustrajera un cuerpo para hacerse pagar su devolución".
El amor mueve montañas, pero también puede inducir a la muerte. Elisa Brown, hija dilecta del almirante irlandés, esperaba el regreso de su comprometido, el comandante Francis Drummond, que luchaba contra el Imperio del Brasil a las órdenes de Brown. En la batalla de Monte Santiago, el joven muere heroicamente, en los brazos del almirante. El marino debe comunicarle la noticia a su hija de 17 años y le entrega el reloj que había pertenecido a su novio, última voluntad del joven.
Desgarrada, Elisa -algunos sostienen que ataviada con su malogrado vestido de novia- se sumerge en las aguas del Río de la Plata para reencontrarse con el alma de su amado. Los restos de la novia del Plata yacen en una urna detrás de la del marino, confeccionada con el bronce fundido -y la gloria- de uno de los cañones de su embarcación.

No los unía el amor, sino el desprecio. El mausoleo de Tiburcia Domínguez y su marido, Salvador María del Carril, uno de los promotores del fusilamiento de Dorrego, gobernador de San Juan y compañero de fórmula del General Urquiza, es una evocación para la posteridad de sus desavenencias conyugales. El suyo fue un matrimonio silencioso: no se dirigieron la palabra durante 30 años. No era indiferencia, sino odio, de ese tan pertinaz que, incluso, trasciende la muerte. Y para que ninguno de los dos lo olvidara, la viuda dejó constancia testamentaria de su voluntad: sus esculturas debían darse mutuamente la espalda. Ella, con gesto adusto, incómoda en un busto. El, confortable en un sillón, dirigiendo la mirada en sentido opuesto. Perpetuaron así su odio conyugal pos-morten.
Liliana Crociati murió a los 20 años en su luna de miel en Insbruch. Un alud la sepultó junto a su marido en su cuarto de hotel en 1970. Ese mismo día, a 14.000 kilómetros de distancia, también murió Sabú, su perro adorado. Una escultura la evoca vestida de novia, con su pelo largo y suelto, secundada por su fiel mascota. En la bóveda, como una catacumba romana, ambientada como su dormitorio y lleno de fotografías, un sari rojo, comprado por ella en la India, cubre con la fuerza de una alegoría su lecho de muerte.

CON CAMA AFUERA
Como liberta de la familia Sáenz Valiente, la doméstica Rita Dogan descansa en el perímetro del mausoleo de su patrones, aunque por fuera de la cripta familiar. Si bien no era costumbre de la época enterrar a los sirvientes cerca de los señores, debía reconocérsele "la fidelidad y honradez" de la sirvienta, según reza su epitafio.

Los valores de la amistad también están representados en la Recoleta a través del cenotafio conocido como "De los tres amigos".
Cómplices e inseparables, hombres de la generación del 80, permeables al sentimiento edificante que depara toda amistad, el músico Benigno Lugones, el escritor Adolfo Mitre, hijo del fundador del diario "La Nación, y el historiador Alberto Navarro Viola decidieron homenajear un sentimiento común. Y levantar un monumento que, como una epifanía perpetua, recordara esa amistad.
Las trágicas y precoces muertes de los tres amigos, antes de cumplir 30 años, estimularon, curiosamente, a que otros amigos concretaran el anhelo: irguieron una pirámide donde cada uno de los tres lados honra al escritor, al músico y al historiador, a los hombres unidos por férreos lazos de amistad.

De los 183 años de vida de la Biblioteca Nacional, 75 estuvo presidida por los tres ciegos más conspicuos que vio el país: Paul Groussac, José Mármol y Jorge Luis Borges.
Ajenos a lo que finalmente les depararía el destino, los tres dejaron testimonio expreso de su voluntad de descansar en la Recoleta. No pudo ser. Aunque Borges, que en ocasiones solía recorrer el cementerio con Adolfo Bioy Casares, imaginaba y discutía con su amigo durante horas con qué personajes de la historia trabarían amistad una vez que estuvieran presos para siempre dentro de ese perímetro.

LA NIETA DEL EMPERADOR

Una nieta de Napoleón también duerme su sueño eterno en la Recoleta gracias a las gestiones de Mariquita Sánchez de Thompson, casada en segundas nupcias y luego separada del francés Mendeville. El conde Alejandro Walewski, hijo del Emperador con la condesa polaca María Walewska, viaja con su mujer embarazada a Buenos Aires para negociar la finalización del bloqueo anglo-francés durante 1847. Mariquita, por expreso pedido de Rosas, asiste a la pareja que vio nacer y morir a su pequeña hija, Isabel, en estas márgenes del Plata. Servil, Mariquita se ocupa de la última morada para la heredera francesa y la entierra en una parcela de la Recoleta al tiempo que la pareja retorna al Viejo Continente. La inscripción del cuerpo figura en los registros del cementerio, aunque nadie puede precisar el lugar exacto de su inhumación.
La vida por una parcela en el cementerio. Eso pensó el sepulturero David Alleno, luego de 30 años de servicio abnegado en ese solar. Los ahorros de toda una vida tuvieron un solo fin: erigirse su propio mausoleo y encomendar a un escultor genovés el portento de sus desvelos. Cuenta la historia que una vez colocado el bajorrelieve en mármol de carrara, que lo inmortaliza con pico, pala, regadera y sombrero, volvió a su casa y se quitó la vida. La ansiedad pudo más: "Quiso ser inmediatamente sepultado en el lugar que lo obsesionó toda su vida. Dejó todo listo; sólo faltaba el cuerpo", sentencia Lazzari.

La cabeza del degollado en 1841 por el gobierno de Tucumán, Marco Avellaneda, hijo de Nicolás, jamás pudo reunirse con su cuerpo. Fortunata García de García encontró la testa en un descampado y la entregó para que tuviera cristiana sepultura en la Recoleta.

Luz María García Velloso falleció a los 15 años de leucemia. El desconsuelo de su madre la llevó a pedir una anuencia especial para que se le permitiera dormir todas las noches al lado del sepulcro de su hija. Aferrada al túmulo, esculpido en mármol como un lecho de rosas sobre el que reposa la niña, la madre pasó noches enteras llorando a su hija muerta.

El pánico a ser enterrado vivo, un temor generalizado a mediados de siglo pasado, empujó al dueño de las tiendas Gath y Chavez, Alfredo Gath, a tomar todas sus previsiones. Ideó un mecanismo hidráulico dentro de su ataúd por el que al menor movimiento el féretro se abría. Lo probó varias veces para cerciorarse de su efectividad. Murió aliviado, con la certeza de que sí, estaba muerto.

El mito -o la historia verídica, insiste Lazzari- habla de que a la única hija del poeta Eugenio Cambaceres, autor de "Sin rumbo", y de Luisa Bacichi, "amante y madre de un hijo de Hipólito Irigoyen", la enterraron cuando sufría un ataque de catalepsia. Su madre descubrió el error cuando fue a dejarle flores a su tumba: "Su ataúd estaba corrido y violentado", cuenta Lazzari. Aunque la leyenda también dice que la vieron fuera de su ataúd, aferrada a un árbol, entre gritos y sollozos. Una versión claramente emparentada con la mitología más fantástica que, sin embargo, continúa deambulando con la fuerza de una leyenda urbana. Es la "dama de blanco" que, desde hace años, recorre el cementerio. No son pocos los que juraron haberla visto. Impoluta y siempre de blanco.

Pasa el tiempo y las leyendas se aquilatan, el cementerio de la Recoleta ha tenido por destino en esta ciudad de Buenos Aires, albergar decenas de historias dignas de ser contadas.
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