viernes, 29 de marzo de 2013

Anatomía de los Mieditos


La sección radar del diario http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8714-2013-03-29.html nos enseña en palabras de Carlos Silber, sobre la anatomía del miedo, veamos:

"Pasó el 2012 y el mundo no se acabó: ¿ahora qué? Esa misma incertidumbre sobrevoló el sitio Edge.org cuando convocó a sus miembros para responder, como todos los años, una misma pregunta. Así fue como algunas de las mentes científicas, artísticas y periodísticas más brillantes dedicadas a pensar el mundo enfrentaron el gran interrogante posterior al apocalipsis que no fue: “¿A qué deberíamos temer en los próximos años?”. Tal como viene haciendo año tras año, Radar seleccionó y tradujo las mejores (y más aterradoras) respuestas: del fin del individuo y la enajenación tecnológica a los misterios de la mente y los riesgos de vivir demasiado. 

-Que optimistas decimos desde los mundos posibles..., pero sigamos-.

"De todo el arsenal de emociones que nos invaden y moldean –y al hacerlo nos definen como seres humanos–, el miedo es la que más paraliza. O destruye. Como alguna vez escribió el filósofo español José Antonio Marina, uno de los hilos que trenzan la historia de la humanidad es el continuo afán por desterrarlo, una constante búsqueda de la seguridad tanto afuera como dentro de nuestras mentes, de nuestro cuerpo. “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”, escribió el temeroso de Thomas Hobbes, quien rastreó en esta sensación el origen del Estado. Para Soren Kierkegaard, en cambio, se trataba de una enfermedad mortal, pariente cercana de la angustia y la desesperación.

No hace falta ser muy perspicaz para ubicar en este sentimiento contagioso el epicentro de cualquier religión, el nervio doliente que empuja a millones de personas a los dientes de metal de aquella trampa que es la superstición.
Así y todo, el poder del miedo afecta tanto a individuos como a sociedades. Las preocupaciones de una época funcionan como un termómetro que en lugar de registrar la temperatura corporal cuantifica lo inasible: lo que se sabe, lo que se desconoce, aquello que se respeta y al mismo tiempo se teme en un momento dado. Hace unos treinta años, el gran miedo mundial estaba encarnado en dos palabras: “La Bomba”. Hace casi medio siglo, en cambio, la amenaza era roja: el comunismo. Y antes, si rebobinamos aún más la Historia, estaban el nazismo, los anarquistas, las epidemias, las plagas, las hambrunas, las guerras, las persecuciones religiosas.

El siglo XXI, desde ya, no avanza desnudo de problemas, malos tragos y complicaciones que, como monstruos invisibles, esperan agazapados para saltar desde debajo de la cama. En este caso, la cuestión no es en sí que existan sino saber anticiparlos –animarse a agacharse y ver–, como se apresuraron a hacer 155 científicos, escritores, cineastas, músicos, periodistas y filósofos en respuesta a la pregunta que cada año lanza el sitio Edge.org, aquella ágora virtual en donde se mezclan, dialogan y comparten opiniones las ciencias exactas y las humanidades.
“¿De qué deberíamos preocuparnos?”, fue el catalizador de este año, el anzuelo. Y muchos picaron. La física teórica Lisa Randall, por ejemplo, teme que se acabe la época de los grandes experimentos, en vista de las cada vez más filosas tijeras presupuestarias. Al historiador de la ciencia George Dyson lo inquieta que un día de éstos se rompa Internet. El editor Tim O’Reilly –uno de los impulsores del software libre– ve con malos ojos el ascenso del anti-intelectualismo. Están también a los que les preocupan tanto las prácticas eugenésicas chinas como que nunca logremos entender los fenómenos cuánticos, la exportación del concepto de mente enferma desde Estados Unidos, el colapso del sistema de publicación científica a través de papers, que la ciencia no logre curar el cáncer, la hiperconectividad y la virtualización total de la vida, el crecimiento de una “ansiedad mórbida” y de un mundo cada vez más sintético.
Como hace año tras año, Radar seleccionó las mejores respuestas, las preocupaciones más asoladoras. Sin miedo y sin que tiemble el pulso.".

-Con mucho respeto lo decimos, esta gente que escribe sobre el miedo, realmente deja mucha tela para cortar.
Bueno, digamoslo derechamente, sarta de ganzadas a un nivel pocas veces vistos. 

Estimados radar, el miedo es lo que sufre un pibe que pasa las noches en una estación de trenes o el que puede experimentarse en una cárcel de menores. 
El miedo es que te separen de tus padres y te envíen a una familia sustituta, que te separen de tus hermanos. 
El miedo lo experimenta una jovencita que vuelve por la noche de la facultad y que tiene que caminar algunas cuadras oscuras del conurbano bonaerense. 
Estimados, el terror cotidiano es el realmente aterrador. Los horrores metafísicos no están mal, pero esos preferimos dejarlos para alguna señora "gorda" que duerme arropada en un departamento del barrio de Belgrano, o para algún filosofo con panza llena. 
El miedo estimados radar, el miedo es otra cosa: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”, escribió el temeroso de Thomas Hobbes...". anda a cagar Thomas Hobbes... 

Sam Spade 

jueves, 28 de marzo de 2013

Stephen King - Christine

Adolescente y automóvil  combinación clásica que podría garantizar el acceso carnal de los muchachos más retraídos, a jovencitas de senos turgentes.
Y tal vez comience una doble fascinación: por un lado el vicio por  las muchachitas donosas y por el otro, el amor por el vehículo.
Pero ¿qué pasa, cuando esto último va más allá de un simple pasatiempo?

Bien, en 1983, se publicó la famosa novela de Stephen King: Christine  y de su mano nos adentramos en un mundo misterioso, donde las fuerzas de un coche antiguo y casi a punto de ser destasado por piezas es comprado por un joven que en apariencia es buen estudiante, adora y hace caso en todo a sus padres y además es un poco tímido y discreto.
(Admiro esa imaginación tan fecunda de King, que parecía y parece no tener fin)
El autor, desde un principio, nos habla de un coche misterioso del cual, la persona que el mismo coche elija, no se va a poder resistir a comprarlo. 
Así las cosas, un día, nuestro protagonista va con su amigo en su coche y ve el viejo auto desgastado y por el que nadie ya daría nada. Con locura cuasi demencial, hace que su amigo pare a un lado de la carretera y le pide ayuda para comprarlo.
Arnie, el protagonista de esta novela de King, es el típico muchacho con acné y que juega al ajedrez con sus lentes de gran graduación, después de comprar el coche, se da cuenta que se siente mucho más atraído por él de lo que se hubiese esperado. Poco a poco, su acné empieza a desaparecer, ya no juega al ajedrez y su vida se ha volcado por completo en ese coche, al que él llama "Christine".
Con el tiempo, Arnie se vuelve uno de los más populares de su universidad y comienza a salir con la chica más bonita de todo el campus… pero ¿qué pasara con Chistine? ¿Soportará no ser el centra de atención de Arnie?
Estimados, lean esta novela para aprender que en el universo de king, no se juega con un auto viejo y endemoniado.


Leer en línea: http://www.anyfileshere.com/christine-stephen-king.html

Morty R.I.P. - Princesa Renata



-I-

Había una vez una princesa llamada Renata de Nigromand, ella era hija de su sacra y cesárea majestad Petrus XXI y la reina Romina. La princesa era una oda a la belleza, de tez clara y cabellos ondulados, su piel semejaba al algodón. Cuando nació fue motivo de todo tipo de festejos y regalos, durante sus primeros cinco años de vida, diariamente las trompetas del reino tocaban en su honor. Renata era la niña más consentida en todo el mundo conocido.

-II-

Un día para la fiesta real que se celebraba en honor al matrimonio de sus padres, Renata gritaba furica a toda la corte:

-¡¡¡Quiero un vestido rojo!!!- 

Con 8 años de edad la niña se había convertido en un ejemplo de caprichos sin límites. Sus padres le complacían en todo, pero esta vez, cansados de tantos afanes, habían decidido no hacerlo y para la festividad le confeccionaron un vestido de manta blanca. 

Cansada de lloriquear, Renata se fue corriendo al estanque de los patos, mientras lanzaba piedras sobre esas calmadas aguas, una idea le rondo por la cabeza, había encontrado la forma de un vestido rojo obtener, la niña llegaría con el atuendo que deseaba a la gran celebración real. 

-III-

Todo estaba pletórico: Duques, condesas, faraones o zares que venían de oriente y occidente eran anunciados en las puertas del palacio con pomposas fanfarrias. Las mesas estaban servidas con los manjares más exquisitos del mundo, por doquier opulencia y derroche. Todo comenzaba con el brindis por parte del rey, para posteriormente iniciar el baile del vals, fue justo cuando los invitados estaban dispuestos a disfrutar de las mieles de la fiesta que Renata apareció ataviada de un bello vestido rojo bermellón. Sus padres impactados, se cuestionaban quien había osado contrariar sus órdenes, hasta que percibieron que del vestido escurría aun la tinta que le daba color. 

- Ya lo ven, siempre obtengo lo que deseo- Les dijo Renata con asentó vanidoso, mientras sostenía el cuerpo de uno de los tantos patos que habia decapitado: El animal aun movía las alas por reflejo y expulsaba un chorro de sangre que alcanzo a salpicar los zapatos del rey. Todo se convirtió en caos, ante aquel macabro acto, la clase real palideció. 

-IV-

Han pasado muchos años, Renata ahora es la reina de Nigromand, sus padres muertos jamás pudieron corregirla y ahora cuelgan de cabeza y embalsamados como badejas de las campanas, azotándose de un lado a otro por la eternidad. 

En las afueras del palacio, la reina Renata ha construido un lago artificial, donde se ven a diario a los peones decapitando patos, para teñir con sangre aquel vestido que no tendrá jamás. 

FIN

jueves, 14 de marzo de 2013

Combustible a base de momia egipcia.

 

 

Un irónico relato del genial Mark Twain dio carta de naturaleza, incluso en textos científicos, a la creencia de que los restos egipcios sirvieron como combustible.


No voy a hablar del ferrocarril egipcio, ya que es como cualquier otro ferrocarril. Me limitaré a decir que el combustible que utilizan para la locomotora se compone de momias de tres mil años, compradas a ese propósito a tanto la tonelada en los cementerios, y que a veces se escucha al maquinista profano exclamar con voz malhumorada: ¡Joder con estos plebeyos que no se queman y no valen un centavo; mejor pásame un noble...!" Ilustración del libro de Mark Twain 'The innocents abroad'.

El párrafo corresponde a un pasaje del libro ‘Los inocentes en el extranjero’ ('The innocents abroad'), editado también bajo el título de ‘Un yanqui por Europa camino de Tierra Santa’, donde Samuel Langhorne Clemens (1835-1910) -William Faulkner lo proclamó padre de la literatura norteamericana-, entonces un joven periodista ansioso por ver mundo, se aventura en un viaje por el Viejo Continente y Oriente Próximo. El autor, popularmente conocido como Mark Twain, se embarca en el vapor ‘Quaker City’ para elaborar una guía de viajes (aún hoy en día sus relatos sirven de apoyo) donde explota humorísticamente y de forma epistolar -son cartas publicadas en periódicos norteamericanos-, de un lado, la decadencia, pretenciosidad y el aristocratismo europeo; de otro, el provincianismo paleto y la irreverencia de los estadounidenses en contacto con Europa. Es la primera travesía de placer que se organiza en un trasatlántico. Durante cuatro meses, norteamericanos adinerados visitan Azores, Gibraltar, Tánger, París, Italia, Atenas, Estambul, Sebastopol, Yalta, Palestina y Egipto. Concluía con una semana en Andalucía.
Cuando Mark Twain recala en el país de las pirámides, en la necrópolis de Saqqarah se acaba de producir uno de esos hallazgos que sorprenden al mundo. Los arqueólogos encuentran ocho millones de momias de perros. Más de un siglo después, sabemos que los egipcios no solo embalsamaban a sus seres queridos, sino que era práctica habitual que hicieran lo mismo con sus mascotas y que enterraran a estas junto a sus dueños. Incluso se llegaba a momificar a los animales de carga, como se ha podido comprobar en algunos cementerios.

Mark Twain, padre de la literatura norteamericana, autor de 'Un Yanqui en la corte del rey Arturo' y las aventuras de Tom Sawyer.
Los egipcios daban mucha importancia a la muerte. Pensaban que tras el fallecimiento vendría una segunda vida llena de placeres; pero acceder a esa vida no era tarea fácil. Había que convencer al dios Osiris (dueño del Inframundo, entre otras muchas cosas) y a otros 42 jueces de que el difunto merecía esa nueva existencia.
La conservación del cuerpo resultaba, por tanto, esencial. Pero antes había que eliminar las vísceras, cuya putrefacción hace imposible la conservación del cuerpo. La operación era complicada y requería de operarios muy especializados. Antes de extraer los órganos y guardarlos en unos vasos llamados canopos, se limpiaba y se perfumaba el cadáver. El vientre vacío se rellenaba con mirra y se sumergía el cuerpo en natrón (un carbonato de sodio natural, muy hidratado) durante setenta días. Una vez que el cuerpo estaba bien seco, se volvía a rellenarlo con mirra, para envolverlo con vendas, entre las que en ocasiones se escondían amuletos. Finalmente, se depositaba en tres sarcófagos, uno dentro del otro.

Otros usos de las momias
Es muy probable que el escritor norteamericano, que dio vida a las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, supiera que durante la Edad Media se atribuían propiedades curativas al polvo de momia, debido a la confusión con el término ‘mummia’ (lo que nosotros conocemos como betún de Judea). Algunos boticarios, que creían a pies juntillas lo que no era más que una superstición, diluían en vino de miel el polvo obtenido de la molienda de los restos humanos embalsamados; otras veces se tomaba directamente con agua. Incluso había quien directamente ingería trozos del cadáver en forma de pasta negruzca. A mediados del siglo XVI, el médico francés Ambrosio Paré, fundador de la cirugía moderna que también había medicado a sus pacientes con estos bocados, anuncia que “a poco de ingerirlos, se vomitan con gran dolor de estómago” y que no sólo no reducía las hemorragias, sino que, por el contrario, “más bien por la agitación que esta droga produce en el cuerpo, aumenta la pérdida de sangre”. Sin embargo, antes de que Paré, al que posteriormente se sumaron otros galenos y estudiosos, desmitificara las bondades de la momia, ésta había gozado en Europa de tal prestigio que los comerciantes en Francia, por ejemplo, hacían un negocio fabuloso robando cadáveres de los cementerios en la noche. Incluso la realeza europea hizo uso habitual de estos restos.
Mark Twain introduce el párrafo sobre las momias en su famosa guía de viaje, que publica en forma de crónica en el periódico ‘Alta California’, haciendo bueno ese aforismo que popularizaría años después: “Conoce primero los hechos y luego distorsiónalos cuanto quieras”. No es consciente, sin embargo, de que su irónica y humorística descripción sobre la abundancia de momias en Egipto toma carta de naturaleza incluso en textos de la comunidad científica, como muestra la revista 'Scientific American' en un artículo de 1859 donde informa también de esa fuente de combustible. 

Tampoco resulta soprendente que se diera por cierto que en el siglo XIX, durante la construcción del ferrocarril en Egipto, se desenterraran tantas momias que terminaron usándolas para alimentar las locomotoras. Porque, básicamente, el combustible que utilizan las máquinas de vapor es, sobre todo madera o carbón que se quema en un horno; aunque en realidad puede utilizarse cualquier material susceptible de arder. Hacer funcionar un tren a vapor consiste, en esencia, en construir una caldera (tanque de metal lleno de agua), ponerle fuego y esperar a que se acumule el vapor necesario para que comience a empujar un pistón que dará finalmente movimiento giratorio a las ruedas.
El uso del polvo de momia también era conocido por los pintores del siglo XVIII, cuando se popularizó precisamente el marrón momia, muy apreciado por su brillo y por no agrietarse al secarse sobre el lienzo.
La verdad del Evangelio
No es de extrañar, por tanto, que lo que Twain relató en su guía de viajes como una broma tomara carta de naturaleza y los lectores, con el tiempo, concedieran a la leyenda una verosimilitud a prueba de bombas. Hasta la BBC dio credibilidad al relato y lo certificó en alguno de sus programas como un hecho probado.
Claro que la chanza de Twain bien pudo inspirarse en un rumor relacionado que circuló en la segunda mitad del siglo XIX. Según una de las leyendas de la época, durante la Guerra Civil los fabricantes estadounidenses de papel se vieron obligados a importar envolturas de momias, a unos pocos centavos por libra, para utilizar en sus fábricas, dadas las dificultades que tenían para hacerse con la materia prima. Pero, al no poder esterilizar los envoltorios, provocaron un brote de cólera entre los trabajadores de los molinos.
La historia sólo resulta un poco más creíble que la inocentada del ferrocarril, aunque acabó como la verdad del evangelio entre respetados propietarios de la industria papelera. Para ser justos, el relato tiene ligeros aspectos reales. Antes de la introducción de la fabricación de papel de pulpa de madera en el siglo XIX, los fabricantes tuvieron que enfrentarse a una escasez de materia prima y frecuentemente se vieron obligados a utilizar harapos. Muchos de estos trapos fueron importados del extranjero, y algunos de los fardos procedían de Egipto. Sin embargo, no hay forma de relacionar los tejidos del país de las pirámides con las envolturas de las momias. Es otra leyenda urbana o un 'fake', según reconoceríamos hoy en día.
Estación de Milán, durante la útima parte del siglo XIX.
‘Los inocentes en el extranjero’, la obra más vendida en vida del autor, no deja títere con cabeza y arremete, casi sin piedad aunque con un estilo de fina ironía, contra los guías de turismo, los franceses, los napolitanos, los peregrinos por Tierra Santa, Miguel Ángel y los maestros de la Antigüedad. Tampoco el ferrocarril se escapa a su mordaz sarcasmo. Twain se sorprende del lujo con el que están construidas algunas de las estaciones de Italia, que, ya en aquella época, atravesaba grandes dificultades económicas. El autor de 'Un yanqui en la corte del rey Arturo' es concluyente en su sorna: “Hay muchas cosas en esta Italia que no consigo entender... y de un modo especial no entiendo cómo un gobierno en bancarrota puede tener estaciones ferroviarias cual palacios y pasos a nivel maravillosos: duros como diamantes, rectos como una regla, lisos como el suelo, blancos como la nieve. Cuando es tan oscuro que no se ve nada, todavía pueden vislumbrarse las vallas de los pasos a nivel de Italia. Y están lo bastante limpias como para comer en ellas, sin mantel, con tal de ponerlas planas. Lo más curioso es que no cobran peaje. En cuanto a los ferrocarriles... no tenemos ninguno igual. Los vagones se deslizan por las vías tan suavemente como si patinaran. Las estaciones son vastos palacios de mármol con majestuosas columnas de la misma piedra real, con grandes muros sólidos y techos decorados con frescos. Las altas puertas están adornadas con graciosas estatuas y los suelos son todos de brillante mármol”.
Twain era un genio. Sabía apreciar las cualidades humanas, conocía las debilidades del individuo y describía los paisajes con fina maestría. Además de peculiar, también era un ser muy distraído, amén de despistado. La anécdota es un fiel reflejo de su carácter y personalidad. En uno de sus viajes en tren por EE UU, se topó con el revisor y no dio con el billete. Tras una larga espera con el escritor rebuscando por todos sus bolsillos, el hombre le dijo: “Ya sé que usted es el autor de 'Tom Sawyer', así que no se moleste, estoy seguro de que ha extraviado el billete”. Pero Twain seguía buscando y el revisor insistiendo en que no hacía falta, hasta que le confesó: “Es que, si no lo encuentro, no sé dónde debo bajarme”.

Fuente: www.abc.es
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