domingo, 30 de noviembre de 2014

En torno al género de la crónica por Ignacio Echevarría

"(...) La crónica es —como el reseñismo— un género bastardo, surgido de los devaneos del periodismo con —digámoslo así— la subjetividad. Quiero decir con esto que si el periodismo tiene o debiera tener por premisas, a la hora de informar, la objetividad, la neutralidad, la imparcialidad, la impersonalidad, etc., la crónica, por el contrario, introduce en su ámbito específico —el de la información, entendida en un sentido amplio— los acentos justamente contrarios. Pero lo hace, eso sí, sin renunciar al propósito de ofrecer un reflejo fiel de la realidad de que se ocupa, por mucho que tantas veces escoja los aspectos más insólitos, marginales o inadvertidos de la misma.
Resulta tentador desplazar —como suele hacerse— el concepto de subjetividad por el de literariedad, pero la ganancia es escasa, y a cambio todo se embadurna de la peor manera. Allá ellos los cronistas si se tienen a sí mismos por literatos: lo que los caracteriza de puertas afuera, lo que imprime carácter a su trabajo y lo distingue del que realizan el común de los narradores es la naturaleza de su compromiso con —ejem— la verdad. Un compromiso que sin duda pueden obviar de muchas formas, pero no sin riesgo (un riesgo que nunca corren el cuentista o el novelista) de ser tachados de mentirosos.
Lo cierto es que su condición bastarda desinhibe en los cronistas el empleo de muchos de los recursos propios de la literatura, y en demasiadas ocasiones eso los decanta irresponsablemente hacia ella. Por otro lado, la explícita subjetividad de la que tantos cronistas hacen gala suele ser recibida con simpatía por quienes, muy justificadamente, recelan de esas pretensiones de objetividad, de neutralidad, de imparcialidad del periodismo tradicional, pretensiones que pocas veces consiguen encubrir la tendenciosidad de una particular perspectiva ideológica.
Hasta cierto punto, la relativa bonanza de la que viene disfrutando de un tiempo a esta parte el género de la crónica tiene mucho que ver con el descrédito del periodismo como institución y como discurso, como plataforma puesta al servicio del conveniente conocimiento de la actualidad. Desde siempre, la crónica (en cualquiera de sus múltiples modalidades, desde la vieja crónica costumbrista hasta el gran reportaje de investigación) ha actuado, en el marco del periódico, como un elemento compensatorio, cuando no subvertidor, de los severos imperativos deontológicos del oficio. Pero no deja de ser peligroso que prospere en detrimento de estos. No parece casual la insistencia con que se afirma que la crónica es un género con especial arraigo en Latinoamérica. Entre las múltiples razones que pueden aducirse para sustentar este supuesto no cabe descontar el déficit de credibilidad que el periodismo de información suele presentar en un continente en el que la prensa se halla en buena parte al servicio de la plutocracia dominante. Desde este punto de vista, la crónica ha desempeñado a menudo un papel decisivo a la hora de abordar y de tratar asuntos deliberadamente sustraídos a la atención de los ciudadanos.
Ahora bien, conviene preguntarse si el tan cacareado auge de la crónica no es síntoma, además, de otras cosas menos halagüeñas. Pues no es una buena noticia para nadie la común renuncia a la objetividad, por problemática que esta sea; tampoco a la pretensión de que pueda armarse una visión imparcial y no personalizada de la realidad. Respecto de esto último, algo tiene la crónica de periodismo “privatizado”, comercial, especialmente proclive, por ello mismo, a desempeñar funciones decorativas, a ser cultivado en los magazines dominicales o en revistas de élite, a ensimismarse en un inocuo exotismo de lo real.
Por otra parte, aun si aguanta la tentación de arrimarse a la orilla de la literatura, la vitalidad de la crónica parece a momentos solidaria con el difuminamiento de los límites entre realidad y ficción; con el espíritu de unos tiempos en que parece abonarse con sospechoso énfasis la idea de que toda lectura de la realidad sin duda conflictiva en que nos hallamos envueltos es una ficción más, una convención tan discutible como cualquier otra, lo cual tiene por consecuencia el pertinaz desaliento de cualquier impulso de resistirse a ella, de intervenir en esa realidad con el ánimo de transformarla.".

Fuente: http://www.elmercurio.com/blogs/2013/12/29/18215/En-torno-al-genero--de-la-cronica.aspx

sábado, 8 de noviembre de 2014

Marcelo Hartfiel - Budita

“No tiene hambre, no tiene sed. Ha llegado tan lejos y sin embargo necesita llegar aun más lejos, para terminar lo que empezó.”
George Saunders

Budita


Los pibes de Garay dicen que el Chino de Brasil se lo garchaba, porque el Turquito se pasaba todo el día en lo del Chino, pero esas son todas boludeces. Maldades de los wachines para bardearlo y cagarse de risa, siempre a sus espaldas. La verdá es que el Turquito una vez lo quiso arrebatar al Chino Viejo, que parecía dormido sentado al solcito en la vereda, y cuando le quiso meter los ganchos el Viejo lo agarró de la muñeca, se la retorció y lo sentó de culo. Te juro, era medio ninja el Viejo, lo sentó de culo y andá a saber que mierda le habrá dicho que desde ese día, el Turquito se rescató. Se pasaba todo el día con el Chino Viejo, el padre o abuelo del dueño del mercadito, que tenía como mil años. No se de que carajo hablarían porque al viejo nunca se lo escucho hablar una palabra en castellano y el Turquito apenas hablaba en argentino. La cuestión es que el viejo estaba todo el día al pedo, en la vereda, sentado en una silla más vieja que él con el Turquito al lado, sentado en el piso. Debe tener mi edad el Turquito, unos 15 años mas o menos, pero picante, no se come una. Lo he visto cagar a palos a gente grande, era una maquina que no paraba de revolear trompazos hasta dejarte inconciente. Por eso nunca se le faltó el respeto cuando se rescató. El Monito se comió flor de paliza por boludearlo. Fue la última biaba que el Turquito le dio a alguien, después de eso nadie se atrevió a enfrentarlo. De dos tortazos y sin decir palabra lo dejó desmayado, tirado culo pa’arriba. Ya no fumaba, no jalaba, no tomaba, no chupaba, no garchaba, no hacía nada. Ni la paja se hacía. Todo el día al pedo al lado del Chino viejo. Después, cuando cerraba el Chino, venía a la estación y dormía en su rincón, ahí debajo de la escalera que te lleva al subte. Casi que ni comía, solo tomaba esa agua sucia que el Viejo le daba en un frasco de mermelada con yuyos adentro y, si pintaba una pizza o alguna sobra que nos traía alguna vieja, el Turquito apenas probaba y se la pasaba a los mas chiquitos. Cuando nos despertábamos, el ya se había ido al Chino. Era como que el viejo le había contagiado la vejez. Era un pendejo viejo. Flaquito flaquito estaba, piel y hueso, pero rescatado. Se lo veía bien, sanito,  pero parecía como amargado. No le sacabas una palabra ni a ganchos, no le interesaba nada. Se cagaba en todo. Al principio pensé que todo le chupaba un huevo, pero después me di cuenta de que en realidad estaba mas allá de todo y de todos. Es como que sabía algo que la gilada ni siquiera se preguntaba. ¿Como lo sabía? El Chino Viejo.
La cuestión es que un día el Chino Viejo no estaba y cuando le preguntó al Chino y se enteró que estaba muy enfermo, se sentó en la vereda como siempre, sin decir nada, pero sin el viejo al lado. A la nochecita se venia para la Estación y al amanecer se iba al Chino. Así pasó una semana hasta que un día el Chino no abrió, pero el Turquito se sentó igual en su lugar y se quedó ahí todo el día y toda la noche. Yo lo pasé a buscar para ir a la estación, pero ni bola, che. Estaba sentado, con los ojos cerrados y no se lo movía un músculo. Lo mandé a la mierda y me fui a dormir. Al otro día me enteré que cuando el Chino fue a abrir, a la mañana siguiente, le contó al Turquito que el Chino Viejo era boleta, pero ni se mosqueo el Turquito, siguió sentado todo el día en el mismo lugar sin moverse ni abrir los ojos. Estaba como hipnotizado, en coma estaba. El Chino lo aguanto todo el día y hasta le llevó un frasquito de esa agua sucia con yuyos, pero nada. Hasta que antes de cerrar, se pudrió, le dijo que se fuera y como no recibió respuesta, trató de echarlo a escobazos. Pobre, el Chino no era ninja como el Chino Viejo y si no los separan los empleados, el Turquito lo molía a palos. Se rajó antes que llegue la yuta y por una semana no supimos mas nada de el. Hasta que me cruzo con un amigo y me dice que lo vio en Parque Patricios, sentado en este árbol. Y ahí estaba, tal cual Ud. lo ve. Hace más de un mes que está así, sin moverse, sin comer, sin tomar agua, sin ir al baño. El techito se lo armé yo con una lonita para que no le de la lluvia ni lo caguen las palomas.

El verborrájico relator de los hechos precedentes es un niño de unos 15 años que vive en la calle, a quien llamaremos Juan para preservar su identidad, y se refiere a los últimos acontecimientos de la vida del Turquito, otro chico de la misma edad y situación, que en este momento estoy viendo a través de las rejas que lo protegen a el y al histórico e imponente Ombú del Parque de los Patricios en la esquina de la Av. Caseros y Almafuerte. Llegué al lugar unas dos horas antes de presentarme ante Juan como enviado de la agencia de noticias a la que represento y me confundí entre la pequeña muchedumbre de curiosos, tratando de pasar inadvertido. El niño de ojos cerrados, sentado en un hueco del tronco principal, con las piernas cruzadas y los dedos de cada mano juntos, flexionadas las manos formando un cuenco, la mano derecha encima de la izquierda y los pulgares unidos a la altura del ombligo, parece no respirar. Cerca de la reja, del lado interno había una pequeña alcancía de cartón con el titulo de donaciones donde, cada tanto, alguien deja caer algún billete. Cintitas rojas, estampitas, velas, botellas con agua y papelitos escritos a mano forman parte de las ofrendas que la gente va dejando, junto con algún rezo, algunos en silencio otros ostentosamente. Una mujer que pasa por ahí mira entre curiosa y desconfiada, se aferra a su cartera y apura el paso. Un chiquillo le arroja al “santito”, como lo llama su madre, migas de pan que terminan comiendo las palomas, hasta que lo sorprende Juan y le llama la atención a su madre. Detrás de Juan, hay dos muchachitos que lo siguen a todos lados y repiten lo que dice o lo remarcan con alguna onomatopeya según el caso. Me acerco, me identifico y luego de colaborar con mi “donación”, me aparta y se despacha, de un tirón, con el relato transcripto al comienzo de la presente, el cual no me atreví a interrumpir hasta que el me dio a entender que había terminado, con una mirada interrogatoria, como preguntando si le había ido bien en un tácito examen.

P: ¿Durante todo este tiempo han estado siempre con el?
Juan: Tratamos de turnarnos para que no lo zarpen, pero si llueve o hace mucho frío a la noche, no se quedan ni las palomas. Nos vamos y volvemos a la mañana temprano.
P: ¿En todo este tiempo no ha comido, ni bebido, ni se ha movido?
Juan: Nada, a menos que se haya mandado una paloma a escondidas...
P: ¿Qué hacen con las  donaciones?
Juan: La usamos nosotros para comer, porque cuidándolo todo el día no podemos salir a laburar
P: Difícilmente una persona pueda vivir más de 5 días sin agua ¿Cómo explicas que lleve mas de un mes así?
Juan: Yo no tengo nada que explicar, yo te cuento las cosas como son y vos sacá tus propias conclusiones. ¿Y si el chabón es un santo? ¿O el Chino Viejo era un santo y le dio un don al Turquito?¿O si está cumpliendo alguna promesa? El no lo llamó a Ud., ni fue a la televisión para mostrarse, ni quiere ser famoso, el loco solo se sentó  en un árbol y se quedó quieto. Meditando, dicen. Yo creo que lo único que quiere es que le dejen de romper las bolas, por eso hay que cuidarlo al Turquito. No se que mierda está haciendo, pero estoy seguro que cuando se despierte, algo bueno va a pasar.
P: ¿Te das cuenta de que podría estar enfermo, que está en juego su salud y es un menor de edad? ¿No crees que debería recibir asistencia médica?
Juan: ¡Asistencia médica las pelotas! ¿Cuándo mierda se calentaron vos, la yuta, el gobierno, la UCEP, y quien mierda sea por nuestra salud? Vos ves a los wachines vomitando las tripas,  todos cagados, cojidos, paqueados, tosiendo los pulmones en la calle a plena luz del día y a nadie le calienta. ¿Ahora aparece un pibe que hace algo extraordinario, algo milagroso y les preocupa su salud? El año pasado cuando nos dieron la biaba en la taquería y quedó una semana escupiendo sangre, a nadie le interesaba su salud.
P: Mencionaste a la UCEP ¿Por qué?
Juan: La UCEP son unos hijos de puta de no se que mierda de espacio publico, que te caen a la madrugada con un camión de basura donde  te cargan los colchones, las frazadas y todas las pocas cosas que puede tener la gente de la calle y te echan a la mierda. Y si te retobas, te cagan a palos , seas menor de edad, como decís vos, seas una vieja o una mina embarazada.
P: ¿Y lo de la comisaría, como fue?
Juan: Nada, cosas que pasan.
P: ¿Pasan muy seguido?
Juan: Pasan...
P: Pregunto porque trato de entender como y porque llegó el Turquito ahí. Lo que está haciendo, si es que no sufre alguna patología, es una meditación profunda que, aún a personas entrenadas y dedicadas casi exclusivamente a ello les lleva toda una vida alcanzar y pocos lo logran.
Juan: Pregúntele al Turquito cuando se despierte.

Saludé a Juan y sus acólitos, crucé la avenida Almafuerte y desde la confitería de enfrente observé el espectáculo del Santito, el Budita, el pibe de la calle que “hace algo extraordinario, algo milagroso”, y me embargó la esperanza. En el budismo lo que importa es la doctrina, la salvación y las cuatro nobles verdades: el sufrimiento, el origen del sufrimiento, la curación del sufrimiento y el medio para llegar a la curación. Al final está el nirvana y el Nirvana es la salvación final del Karma. El Turquito sabe de sufrimiento, probablemente sea de lo que mas sepa en la vida, pero con ello solo lamentablemente no basta ¿Como llegó al conocimiento del medio para lograr la curación de ese sufrimiento? ¿Es el Viejo Chino un maestro budista capaz de transmitir su sabiduría mediante una especie de ósmosis, sin mediar palabras? ¿Estamos ante la presencia de un milagro o nuestra occidental ignorancia nos impide comprender nuestras capacidades? Entreverado en estas cavilaciones se me pasó la tarde y llegó la noche acentuando el frío. Enfrente, Juan retiraba la caja de donaciones y se marchaba con sus amigos. Al turquito no lo podía distinguir desde mi posición, pero ya no se veía a nadie a su alrededor. Decidí esperar para observarlo detenidamente en la quietud de la noche, así que una vez que terminé de escribir el borrador de la nota, pedí la cena regada con un pingüino tinto de la casa.
Era noche cerrada ya cuando crucé la avenida en dirección al Ombú desierto. No era una metáfora de Juan, no quedaban ni las palomas cuando el frío reinaba en el parque. Al salir a la calle, el viento frío despejó la modorra del hambre saciada y el vino barato pero ante la visión del Turquito, confundido entre las raíces desnudas de ese centenario árbol que lo abraza y protege de las inclemencias del tiempo, me invadió una especie de sopor donde, por un breve lapso de tiempo, el frío y el viento desaparecieron para dar lugar a la calma chicha donde todo se esclareció dentro mi ser y disipó todas mis dudas sobre la autenticidad del Turquito.
La nota publicada por la agencia de noticias fue levantada por varios medios nacionales y el Turquito, de la noche a la mañana, se convirtió en una pequeña celebridad. Fueron varios medios e hicieron guardias de 24 hs tratando de descubrir el fraude pero el Turquito seguía inconmovible a pesar del escándalo a su alrededor. Hasta que una noche de tormenta, después de mas de dos meses de meditación, la muchedumbre se disipó para ponerse a resguardo y cuando volvió el Turquito ya no estaba. Hay quien dice que se alejó para continuar su meditación anónimamente, hay quien dice que se elevó a los cielos, que alcanzó el nirvana y se desmaterializó y hay quien dice, como Juan, que lo chupó la UCEP. 
Este cronista prefiere imaginar que El Chino Viejo era un maestro Zen y que le abrió las puertas del Satori* al Turquito y este se fue en busca de un lugar mas pacifico y anónimo a terminar lo que empezó para luego volver y hacer por sus compañeros, los pibes en situación de calle, lo que su Maestro hizo por el.

M.A.H.


(*) El satori, en el Budismo Zen, es un procedimiento para llegar a la iluminación, que no es otra cosa que la vuelta a la condición original. A la conciencia del niño, volver a la verdadera condición normal, sin karma, sin complicaciones. Al Satori solo se llega por una intuición brusca, mediante una respuesta ilógica a una pregunta cualquiera. Uno debe intuir de pronto la verdad. El discípulo pregunta ¿Cuál es el sentido de la vida? Y el maestro le responde “Que cara está la cebolla”. Estas palabras no encierran un sentido alegórico; son una respuesta disparatada para despertar, de pronto, la intuición. También se puede llegar por un hecho brusco, por un golpe, como cuando El Chino Viejo “lo sentó de culo al Turquito”.
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