sábado, 23 de febrero de 2013

Roberto C. Suárez - El dilema del Ministro

-Un purgatorio posible

Desde lejos vi el viejo y derruido templo y me acerqué lentamente como precaviéndome de lo que podría llegar a encontrar en tan antiguo y desolado lugar.
Luego de cruzar las enormes puertas de madera de la antigua construcción, un hombre delgado y calvo que lucía un jubón negro y parecía ser ministro de algún extraño culto, sin mediar mayores palabras se me acercó, me tomó del brazo con fuerza y sin mayores preámbulos me dijo:
–…El dilema que me saca el sueño es sencillo de explicar hijo mío, pero difícil de resolver. – Luego de captar mi atención hizo una pausa y prosiguió.
–Como ha sido aseverado en forma concluyente por nuestros volúmenes de la ley, desde siempre los individuos al partir de este mundo tienen como destino, incorporarse en mente y espíritu a la red de redes, al imperio celestial. –Sus palabras denotaban una seguridad dogmática que realmente sorprendía.
–Porque así ha sido hasta ahora y así lo seguirá siendo por los siglos de los siglos, hasta el fin de los tiempos, hasta que cese el ciclo del hombre. Y luego... El Supremo Ingeniero dirá... –hizo una nueva pausa y continuó.
–Porque todos somos pecadores, hijo mío, y el pago por el pecado es la muerte, pero el don que da el Supremo Ingeniero es vida eterna en el imperio celestial. –Yo lo miraba simulando gran atención en sus palabras y respeto, pero la verdad comenzaba a aburrirme.
–¡¡Esas máquinas hijo mío, esas máquinas!! Con su tecnología lo han arruinado todo, nos han arrebatado la muerte, nos han robado nuestro destino final. –A todo esto, el anciano hablaba y apretaba mi brazo sacudiéndolo bruscamente.

En este punto del monólogo entendí que el sujeto obviamente se refería a aquella tecnología que surgió a mediados del siglo XXI que consistía en extraer y copiar la mente y el espíritu de los seres vivos, segundos antes de la muerte cerebral, para insertarlos en un universo digital, lo cual, en términos religiosos no solamente destruía la noción de purgatorio, sino también la del cielo propiamente dicho o imperio celestial como él anciano lo llamaba.

–La Fe se ha extremado hijo mío –me dijo casi a los gritos y llenándome la cara de saliva. –Hemos caído bajo las garras de la duplicidad: El imperio perverso de la réplica y así convivirán muerte y purgatorio a la espera del juicio final como aseveran nuestras sagradas escrituras y una mente y un espíritu emulado, en un universo digital. Y esto es sin duda, la obra del mismo demonio: obra del replicador de replicadores. –En ese preciso momento noté que la voz del Ministro comenzaba a retumbar en el templo vacío y en mi cabeza.
Luego soltó bruscamente mi brazo y presuroso se alejó de mí. El sonido de sus pasos se fue perdiendo en el lugar y aunque hubiera querido interrumpirle para decirle la verdad, no tuve el coraje necesario, finalmente gané la puerta de madera y también con premura huí del antiguo templo.
El templo se fue perdiendo de mi vista y me interné en la espesura de una selva negra.
La única verdad es que él y yo no estábamos realmente vivos, solamente fuimos creados para vivir este momento, vivimos en esta hoja que estás leyendo y lo haremos mientras tus ojos se posen en ella.  

La Torre Oscura de Stephen King


La saga de “La Torre Oscura”, es una serie de siete libros y un cuento cuyo autor es el escritor estadounidense Stephen King; asimismo, pueden encontrarse múltiples referencias en otras novelas del mismo autor, como por ejemplo en Corazones en la Atlantida.
Particularmente, una de las obras más recomendadas para fanáticos de King.
La saga de La Torre Oscura, cuenta la historia de la búsqueda del personaje principal "el pistolero": Roland Deschain, por alcanzar la “Torre Oscura”, y también tras la pista del hombre de negro.
La serie sumerge al lector en un mundo en donde parecería existir todo en una aparente confusión entre espacio y tiempo. 
Con frecuencia, en la novela se describe a la Torre Oscura como un edificio real y también como una metáfora.
La serie ha sido escrita y publicada por separado durante un período de 22 años de la vida de este Gran Maestro del Terror, e incorpora temas propios de varios géneros literarios, como la literatura fantástica, la fantasía científica, el terror y elementos del western. 
Stephen King ha descrito esta serie de novelas, como su “magnum opus”.
La principal fuente de inspiración de la serie es el poema épico “Childe Roland to the Dark Tower Came” de Robert Browning; el texto completo del poema fue incluido en un apéndice del último volumen.
En el prefacio de El pistolero (la versión revisada de La hierba del diablo), King también señaló como inspiración a El Señor de los Anillos, las leyendas Artúricas y la película “El bueno, el malo y el feo”; incluso identificó al personaje de Clint Eastwood llamado el “Hombre Sin Nombre” como su principal fuente para la creación de Roland. El estilo que utiliza King para dar nombre a los lugares, como por ejemplo Mundo Medio, y su desarrollo de un lenguaje único y separado del nuestro, también son influencias de la obra de J.R.R. Tolkien.

La saga se encuentra disponible para bajar en: http://www.identi.li/index.php?topic=116003





El serie de libros de "la saga La Torre Oscura" se divide en:
- La Torre Oscura – Las Hermanitas de Eluria (2001)
- La Torre Oscura I – El Pistolero (1982)
- La Torre Oscura II – La Llegada de los Tres (1987)
- La Torre Oscura III – Las Tierras Baldías (1991)
- La Torre Oscura IV – Mago y Cristal (1997)
- La Torre Oscura V – Lobos del Calla (2003)
- La Torre Oscura VI – Canción de Susannah (2004)
- La Torre Oscura VII – La torre oscura


viernes, 15 de febrero de 2013

Roberto C. Suárez - Noche de Sueños

Un Califa hijo de Omeyas, duerme y sueña con su Dios. El único. Y entre sueños, una boca sin rostro le besa la frente y le susurra al oído: “que al-andalus no se ha perdido, que en la tierra de mozárabes y muladíes, se desandará la reconquista y no habrá taifas ni volverán los godos, y que la gloria será para quien ha creado todo, para quien vela por todo lo que existe, porque suyas son las llaves de los cielos y de la tierra, como dice el libro sagrado (Corán 39:62,63.).
El Califa no es hoy ni polvo que lleva el viento, es sueño del sueño. 
Roberto C. Suárez

martes, 12 de febrero de 2013

Cesar Klauer - Detrás del vidrio


Las caras de las crías aparecieron sonrientes, se pegaron al vidrio creando al instante una nube de vaho húmedo. Las palmas de sus patas delanteras dibujaron su contorno, mostraron la piel descolorida, amarillenta por la presión.
Detrás de ellos, los adultos les hicieron sombra. Una de las crías se despegó, miró a un adulto y me señaló. Las otras empezaron a dar brincos y luego se les dio por golpear el vidrio, hacer muecas, gritar –pero sus sonidos absurdos solo llegaban a mí como un rumor sordo y originado en otra realidad, en un mundo
que no era el mío.
Me desperecé, estiré un brazo, luego otro. Eso parece que los animó, aplaudieron y dieron hurras. Su alegría atrajo a otras crías y adultos sonrientes. Luego se quedaron quietos, a la expectativa de mis movimientos. Teatralmente, como he aprendido en todos estos años, di unos pasos para acercarme al vidrio. Sus ojos crecieron hasta parecer pocillos para comida, iguales a los que tengo aquí, bajo la sombra de la ramada.
Me detuve, los miré uno a uno, entonces empecé a saltar y a dar gritos, a hacer piruetas y trucos de malabarismo con los palos y piedras que tengo para estas ocasiones. He descubierto que les gusta mucho cuando me rasco los genitales, ¿por qué será? Me imagino que es por lo diferente que soy: yo no tengo el cuerpo
cubierto de pelaje como ellos, ni esa cola larga que se enrosca en las ramas.
Cuando me bajo el pantalón y les muestro la entrepierna los machos arrugan los ojos y la boca, quieren desviar la mirada pero no lo hacen; y las hembras sonríen con malicia. Al final, se van riendo y haciendo muecas, pero ya no es como antes, cuando no había vidrio y me lanzaban plátanos y manzanas.

Este relato fue publicado en la revista literaria de alcance internacional Delirium Tremens número 7 (Edición 2do aniversario).

sábado, 2 de febrero de 2013

Julio Cortázar - El Hijo del Vampiro

Probablemente todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito.
El rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte aparente -en el 1060, a manos de un niño, nuevo David armado de una honda-puñal- había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa cara, eran los ojos. Ojos fijos en la figura de Lady Vanda, dormida como un bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo.
Duggu Van caminaba sin hacer ruido. La mezcla de vida y muerte que informaba su corazón se resolvía en cualidades inhumanas. 

Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo hubiera indignado. Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. Y también un césped propicio, o una cariátide.


Loable costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la rítmica escultura, la sed de sangre principió a ceder.
Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos cuerpos, con hambre.
Sin tiempo de sentirse perplejo ingresó Duggu Van al amor con voracidad estrepitosa. El atroz despertar de Lady Vanda se retrasó en un segundo a sus posibilidades de defensa, y el falso sueño del desmayo hubo de entregarla, blanca luz en la noche, al amante.
Cierto que, de madrugada y antes de marcharse, el vampiro no pudo con su vocación e hizo una pequeña sangría en el hombro de la desvanecida castellana. Más tarde, al pensar en aquello, Duggu Van sostuvo para sí que las sangrías resultaban muy recomendables para los desmayados. Como en todos los seres, su pensamiento era menos noble que el acto simple.


En el castillo hubo congreso de médicos y peritajes poco agradables y sesiones conjuratorias y anatemas, y además una enfermera inglesa que se llamaba Miss Wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante. Lady Vanda estuvo largo tiempo entre la vida y la muerte. La hipótesis de una pesadilla demasiado verista quedó abatida ante determinadas comprobaciones oculares; y, además, cuando transcurrido un lapso razonable, la dama tuvo la certeza de que estaba encinta.
Puertas cerradas con Yale habían detenido las tentativas de Duggu Van. El vampiro tenía que alimentarse de niños, de ovejas, hasta de -¡horror!- cerdos. Pero toda la sangre le parecía agua al lado de aquella de Lady Vanda. Una simple asociación, de la cual no lo libraba su carácter de vampiro, exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua.
Inflexible su tumba en el pasaje diurno, érale preciso aguardar el canto del gallo para botar, desencajado, loco de hambre. No había vuelto a ver a Lady Vanda, pero sus pasos lo llevaban una y otra vez a la galería terminada en la redonda burla amarilla de la Yale. Duggu Van estaba sensiblemente desmejorado.
Pensaba a veces -horizontal y húmedo en su nicho de piedra- que quizá Lady Vanda fuera a tener un hijo de él. El amor recrudecía entonces más que el hambre. Soñaba su fiebre con violaciones de cerrojos, secuestros, con la erección de una nueva tumba matrimonial de amplia capacidad. El paludismo se ensañaba en él ahora.
El hijo crecía, pausado, en Lady Vanda. Una tarde oyó Miss Wilkinson gritar a la señora. La encontró pálida, desolada. Se tocaba el vientre cubierto de raso, decía:
-Es como su padre, como su padre.
Miss Wilkinson llegó a la conclusión de que el pequeño vampiro estaba desangrando a la madre con la más refinada de las crueldades.
Cuando los médicos se enteraron hablóse de un aborto harto justificable; pero Lady Vanda se negó, volviendo la cabeza como un osito de felpa, acariciando con la diestra su vientre de raso.
-Es como su padre -dijo-. Como su padre.
El hijo de Duggu Van crecía rápidamente. No solo ocupaba el cuerpo de Lady Vanda. Lady Vanda apenas podía hablar ya, no le quedaba sangre; si alguna tenía estaba en el cuerpo de su hijo.
Y cuando vino el día fijado por los recuerdos para el alumbramiento, los médicos se dijeron que aquél iba a ser un alumbramiento extraño. En número de cuatro rodearon el lecho de la parturienta, aguardando que fuese la media noche del trigésimo día del noveno mes del atentado de Duggu Van.
Miss Wilkinson, en la galería, vio acercarse una sombra. No gritó porque estaba segura de que con ello no llegaría a nada. Cierto que el rostro de Duggu Van no era para provocar sonrisas. El color terroso de su cara se había transformado en un relieve uniforme y cárdeno. En vez de ojos, dos grandes interrogaciones llorosas se balanceaban debajo del cabello apelmazado.
-Es absolutamente mío- dijo el vampiro con el lenguaje caprichoso de su secta- y nadie puede interponerse entre su esencia y mi cariño.
Hablaba del hijo; Mis Wilkinson se calmó.
Los médicos, reunidos en un ángulo del lecho, trataban de demostrarse unos a otros que no tenían miedo. Empezaban a admitir cambios en el cuerpo de Lady Vanda. Su piel se había puesto repentinamente oscura, sus piernas se llenaban de relieves musculares, el vientre se aplanaba suavemente y, con una naturalidad que parecía casi familiar, su sexo se transformaba en el contrario. El rostro no era ya el de Lady Vanda. Las manos no eran ya las de Lady Vanda. Los médicos tenían un miedo atroz.
Entonces, cuando dieron las doce, el cuerpo de quien había sido Lady Vanda y era ahora su hijo se enderezó dulcemente en el lecho y tendió los brazos hacia la puerta abierta.
Duggu Van entró en el salón, pasó ante los médicos sin verlos, y ciñó las manos de su hijo.
Los dos, mirándose como si se conocieran desde siempre, salieron por la ventana. El lecho ligeramente arrugado, y los médicos balbuceando cosas en torno a él, contemplando sobre las mesas los instrumentos del oficio, la balanza para pesar al recién nacido, y Miss Wilkinson en la puerta, retorciéndose las manos preguntando, preguntando, preguntando.

(Extraído del libro "La otra orilla")


El Necronomicón

«Que no está muerto lo que yace eternamente, y con los eones extraños incluso la muerte puede morir».

H. P. Lovecraft (1890-1937), uno de los grandes maestros de la literatura de terror y ciencia ficción, nos ha legado desde sus  relatos, un libro llamado el Necronomicón (en griego Nεκρονομικόv) el cual es un grimorio (libro mágico) ficticio. 
El Necronomicón fue mencionado por primera vez en el cuento The hound (El sabueso, 1922). Su presunto autor habría sido en el imaginario lovecraftiano un «árabe loco» llamado Abdul Alhazred, cuyo nombre figura en The nameless city (La ciudad sin nombre, 1921).
El libro es, asimismo, mencionado por otros autores del círculo lovecraftiano, como August Derleth o Clark Ashton Smith. Desde entonces, el libro ficticio ha inspirado la publicación de diversas obras de igual título.Según H.P. Lovecraft, el Necronomicón es un libro de saberes arcanos y magia ritual cuya lectura provoca la locura y la muerte. Pueden hallarse en él, fórmulas olvidadas que permiten contactar con unas entidades sobrenaturales de un inmenso poder, los Antiguos, y despertarlas de su letargo para que se apoderen del mundo, que ya una vez fue suyo.
Se supone que esta dividido en cuatro libros:

Libro Capítulos Descripción
El libro I, cuenta con 42 capítulos y cuenta las grandezas de los Primigenios y sus legiones; y el esplendor de los Dioses.
El libro II, consta de 19 capítulos y habla sobre lo acontecido en el año de la muerte y el temido Nyarlathotep.
El libro III, posee 36 capítulos y narra acerca de la magia, de sus rituales, y secretos.
Y finalmente el libro IV describe lo escrito en el Libro del Destino, que anuncia lo que sucederá en la sagrada Orden.

El Necronomicón aparece en gran parte de los escritos de Lovecraft, que cita también otros libros de magia, como De vermis mysteriis (en latín, "Sobre los misterios del gusano") y Le culte des goules (que en francés quiere decir "El culto de los gules"), atribuido al Conde D'Erlette (un guiño a August Derleth, miembro del "Círculo de Lovecraft"). Otros de los libros, reales o no, que aparecen en las ficciones de Lovecraft son: los fragmentos o manuscritos pnakóticos; Image du Monde, de Gauthier de Metz y "El gran dios Pan" de Arthur Machen.
Lovecraft logró hacer un excelente engaño al aportar datos respecto al Necronomicón. Por ejemplo, señalaba que quedaban muy pocos ejemplares de tal libro "prohibido" y "peligroso". 
En el cuento "El horror de Dunwich" se ubican ejemplares en la Universidad de Buenos Aires, en la Biblioteca de Widener de Harvard, la Biblioteca Nacional de París, en el Museo Británico y en la inexistente Universidad de Miskatonic en la ciudad de Arkham (que aparece repetidamente en los cuentos de Lovecraft). Tanto es así que muchos creen efectivamente en la existencia de tal libro y se han dado casos de sujetos estafados al comprar los supuestos "originales" del Necronomicón.
Sin lugar a dudas, este libro tiene la fama de dar pie a las más grandes confusiones. Se pueden encontrar páginas en internet que pretenden desvelar sus misterios y hasta lugares donde se ofrece a la venta. Es frecuente que se cometan estafas, ofreciendo "ejemplares del Necronomicón" réplicas de grimorios medievales.
August Derleth cuenta en su artículo "The Making of a Hoax" cómo en la publicación "Antiquarian Bookman" aparece un anuncio, en 1962, que dice: "Alhazred, Abdul. Necronomicón, España 1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por lo demás buen estado..."

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