domingo, 30 de diciembre de 2012

Ricardo Güiraldes - Dialogos y Palabras

Una cocina de peones: fogón de campaña, paredes negreadas de humo, piso de ladrillos, unos cuantos bancos, leña en un rincón.Dando la espalda al fogón matea un viejo, con la pava entre los pies chuecos que se desconfían como jugando a la escondida.
Entra un muchacho lampiño, con paso seguro y el hilo de un estilo silbándole en los labios.
PABLO SOSA. -Güen día, don Nemesio.
DON NEMESIO. -Hm.
PABLO. -¿Stá caliente el agua?
DON NEMESIO. -M... hm...
PABLO. -¡Stá güeno!
El muchacho llena un mate en la yerbera, le echa agua cuidadosamente a lo largo de la bombilla, y va hacia la puerta, por donde escupe para afuera los buches de su primer cebadura.
PABLO (desde la puerta). -¿Sabe que está lindo el día pa ensillar y juirse al pueblo? Ganitas me están dando de pedirle la baja al patrón. Mirá qué día de fiesta pal pobre, arrancar biznagae el monte en día domingo. ¿No será pecar contra de Dios?
DON NEMESIO. -¿M...hm?
PABLO. -¿No ve la zanja, don? ¡Cuidado no se comprometa con tanta charla!
"Quejarse no es de güen cristiano y pa nada sirve. A la suerte amarga yo le juego risa, y en teniendo un güen compañero pa repartir soledades, soy capaz de creerme de baile. ¿Ne así? ¡Vea! Cuando era boyero e muchacho, solía pasarme de vicio entre los maizales, sin necesidá de dir pa las casas. ¡Tenía un cuzquito de zalamero! Con él me floreaba a gusto, porque no sabiendo más que mover la cola, no había caso de que me dijera como mama: "Andá, buscáte un pedazo de galleta, ansina te enllenás bien la boca y asujetas el bolaceo"; ni tampoco de que me sacara como tata, zapatiando de apurao, pa cuerpiarle al lonjazo.
"El hombre, amigo, cuando eh alegre y bien pensao, no tiene por qué hacerse cimarrón y andarle juyendo a la gente. ¿No le parece, don?"
DON NEMESIO. -M...hm...
Pablo acobardado toma la pava y se retira hacia afuera a concluir su cebadura, rezongando entre dientes lo suficientemente fuerte para ser oído:
-Viejo indino y descomedido pa tratar con la gente...te abriría la boca a cuchillo como a los mates.
Don Nemesio, invariablemente chueco ante el vacío que dejó la pava, sonríe para él mismo, con sonsonete de duda:
-¿M...hm?

Eduardo Gudiño Kieffer - De donde Juan Eduardo Martín (estudiante, 25 años, soltero, "absolutamente normal" según declaraciones de sus vecinos), descubre la muda confabulación violenta de los objetos contra él y decide liberarse

El teléfono sonó una vez, dos veces, tres veces. Descolgué el tubo y me quedé mirándolo. Hola, hola, conteste, decía una voz del otro lado. Después un clic. Yo miraba el teléfono negro. Hay teléfonos blancos y teléfonos colorados y algunos muy modernos. Pero el mío era negro. Yo lo miraba. No iba a colgar el tubo. De pronto estaba cansado del teléfono, harto del teléfono, podrido del teléfono. No sé por qué. Tal vez porque una voz del otro lado no me bastaba, tal vez porque de pronto sentía la necesidad de ver y de tocar a ese otro que había dicho nada más que hola, hola, conteste. Pero si yo contestaba iba a tener que conformarme con la voz, la voz zumbándome en la oreja y metiéndoseme adentro para decirme cosas que yo entendería. Pero nada más que la voz. Me levanté, fui al lavadero, busqué un martillo, destrocé el teléfono a martillazos. Allí se quedaron los pedacitos negros, algunas rueditas, tornillos, esas cosas. A martillazos. Y me sentí más tranquilo, casi contento. Y me senté en el sillón de hamaca.
Estuve hamacándome un rato largo, mirando los pedazos negros del teléfono negro, las rueditas, los tornillos, esas cosas. Hamacándome, hamacándome, hamacándome. Hasta que en un momento me di cuenta de que me estaba hamacando en mi sillón favorito. Mi sillón estaba debajo de mi traste, yo lo impulsaba y el sillón me hamacaba, me hamacaba, me hamacaba. ¿Por qué me estaba hamacando? Busqué el serrucho y en media hora reduje mi sillón favorito a unas maderitas que eché al fuego. El fuego chisporroteó, se puso contento. Como yo, que no tenía más mi sillón favorito, que estaba contento porque ya no tenía mi sillón favorito.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué se puede hacer en un domingo de lluvia?Saqué, al azar, un libro de la biblioteca y me puse a leer. Le conflit des interprétations, esos ensayos sobre hermenéutica sobre Paul Ricoeur. Siempre me gustó la filosofía, y este Ricouer me interesaba por su problemática del doble sentido que desemboca de las discusiones contemporáneas sobre el estructuralismo y la muerte del sujeto. Por un rato estuve de verdad metido en la cosa, hasta que leí esa frase que recuerdo de memoria (La lecture de Freud est en même temps la crise de la philosophie du sujet tel quil sapparait dabord à lui même à titre de conscience; elle fait de la conscience, non une donée, mais un problème et une tâche. Le "Cogito" véritable doit être conquis sur tous les faux "Cogito" qui le masquent). Tenía razón. Pero justamente porque tenía razón ¿para qué seguir leyendo? Arrojé el libro al fuego, el fuego se lo comió en un ratito. Era un lindo espectáculo. Busqué los otros libros, y se los tiré uno a uno, el fuego tenía un hambre loca y yo, a medida que quemaba los libros, me sentía más, más, cada vez más liviano.
Después, también con el martillo, rompí el televisor.
Pensé en quemar la casa pero me dio lástima, estoy en el piso seis, se incendiarían los cinco de abajo y los cuatro de arriba, iba a ser una catástrofe, se moriría alguien tal vez y no me gusta que la gente se muera. Menos aún que se muera por mi culpa.
Entonces salí a la calle. Iba dando patadas a todos los autos estacionados a lo largo de la vereda. Pensaba en el magnífico espectáculo que ofrecería una hoguera en la que ardieran los cientos de miles de automóviles de Buenos Aires. Rojo, reflejos de rojo, naranjas, amarillos violentos, azules y violetas y chapas retorcidas, hierros retorcidos. Pero no, eran demasiados autos para mi solo, me hubieran devorado, aplastado, hecho bolsa.
Estaba solo y los objetos eran todopoderosos. Inmóviles, mudos, pero todopoderosos. Estaba solo y las casas eran cada vez más altas, diez pisos, veinte pisos, treinta pisos, cuarenta pisos. Pronto un edificio de sesenta y seis pisos sobre Leandro N. Alem. Y después serán de cien pisos, de mil pisos, de diez mil pisos. No sé por qué, pero empecé a sacarme la ropa, aunque hacía frío. Primero el impermeable, después el saco, después el pulóver, después la camisa, después los zapatos, después los pantalones. Todo mientras iba caminando. Al principio no me miraron mucho, después bastante, cuando me quedé completamente desnudo la gente se había amontonado a mi alrededor, unos se reían, otros estaban serios, una mujer estalló en carcajadas histéricas, señalándome la ingle y sus alrededores; otra dijo algo así como "asqueroso exhibicionista", al fin un policía me cubrió con su capote y me llevó a la seccional. Me dolió no sentir más las frescas gotas de lluvia sobre la piel.
Ahora estoy en Vieytes. Cada vez que puedo me desnudo, pero no me dejan, me visten a la fuerza. Les digo que estoy bien, que me siento bien; el médico se asombra porque puedo mantener conversaciones razonables, hablar coherentemente de política, de cine, de fútbol. Lo que no entiende es que no quiero saber nada con las cosas, que insista en comer con las manos, en dormir en el piso y si es posible al aire libre y sin la menor prenda encima, en romper todos los objetos que dejan a mi alcance, esos símbolos de utilidad que a fuerza de ser útiles se me han hecho tan inútiles. Trato de explicar que las cosas que sirven no sirven, pero es entonces cuando menean la cabeza, los médicos y las enfermeras, y me palmean y me dicen "tranquilícese, amigo".



Fuente: GUDIÑO KIEFFER, EDUARDO, Carta abierta a Buenos Aires violento. Buenos Aires, Emecé, 1970 (págs. 101-105)

Marco Denevi - El Primer cuento de Kafka

Entre 1895 y 1901 medió la existencia de la revista literaria Der Wanderer (El viajero), que en idioma alemán se editó en Praga bajo la dirección de Otto Gauss y Andrea Brezina. El número correspondiente a diciembre de 1896 incluye (pág. 7) un cuento titulado El juez, cuyo autor oculta o deja entrever su nombre detrás de la inicial K. Por la atmósfera del cuento y por esa letra (que será más tarde el nombre de los protagonistas de El proceso y de El castillo) hay quienes piensan que se trata  del primer cuento de un Kafka de quince años.

EL JUEZ


Cuando fui citado a comparecer -como decía la cédula de notificación- en calidad de testigo, entré por primera vez en el Palacio de Justicia. Cuántas puertas, cuántos corredores! Pregunté dónde estaba el juzgado que me había enviado la citación. Me dijeron: a los fondos, siempre a los fondos. Los pasillos eran fríos y oscuros. Hombres con portafolios bajo el brazo corrían de un lugar para otro y hablaban un lenguaje cifrado en el que a cada rato aparecían las palabras como in situ, a quo, ut retro. Todas las puertas eran iguales y, junto a cada puerta, había chapas de bronce cuyas inscripciones, gastadas por el tiempo, ya no podían leerse. Intenté detener a los hombres de los portafolios y pedirles que me orientaran, pero ellos me miraban coléricos, me contestaban: in situ, a quo, ut retro. Fatigado de vagabundear por aquel laberinto, abrí una puerta y entré. Me atendió un joven con chaqueta de lustrina, muy orgulloso. Soy el testigo, le dije. Me contestó: Tendrá que esperar su turno. Esperé, prudentemente, cinco o seis días. Después me aburrí y, tanto como para distraerme, comencé a ayudar al joven de chaqueta de lustrina. Al poco tiempo ya sabía distinguir los expedientes, que en un principio me habían parecido idénticos unos a otros. Los hombres de los portafolios me conocían, me saludaban cortésmente, algunos me dejaban sobrecitos con dinero. Fui progresando. Al cabo de un año pasé a desempeñarme en la trastienda de aquella habitación. Allí me senté en un escritorio y empecé a garabatear sentencias. Un día el juez me llamó. -Joven- me dijo-. Estoy tan satisfecho con usted, que he decidido nombrarlo mi secretario. Balbuceé palabras de agradecimiento, pero se me antojó que no me escuchaba. Era un hombre gordísimo, miope y tan pálido que la cara sólo se le veía en la oscuridad. Tomó la costumbre de hacerme confidencias. -Qué será de mi bella esposa? -suspiraba-. Vivirá aún? Y mis hijos? El mayor andará ya por los veinte años. Algún tiempo después este hombre melancólico murió, creo (o, simplemente, desapareció), y yo lo reemplacé. Desde entonces soy el juez. He adquirido prestigio y cultura. Todo el mundo me llama Usía. El joven de saco de lustrina, cada vez que entra a mi despacho, me hace una reverencia. Presumo que no es el mismo que me atendió el primer día, pero se le parece extraordinariamente. He engordado: la vida sedentaria. Veo poco: la luz artificial, día y noche, fatiga la vista. Pero unos disfruta de otras ventajas: que haga frío o calor, se usa siempre la misma ropa. Así se ahorra. Además, los sobres que me hacen llegar los hombres de los portafolios son más abultados que antes. Un ordenanza me trae la comida, la misma que le traía a mi antecesor: carne, verduras y una manzana. Duermo sobre un sofá. El cuarto de baño es un poco estrecho. A veces añoro mi casa, mi familia. En ciertas oportunidades (por ejemplo en Navidad) no resulta agradable permanecer dentro del Palacio. Pero, que he de hacerle? Soy el juez. Ayer, mi secretario (un joven muy meritorio) me hizo firmar una sentencia (las sentencias las redacta él) donde condeno a un testigo renitente. La condena, in absentia, incluye una multa e inhabilitación para servir de testigo de cargo o de descargo. El nombre me parece vagamente conocido. No será el mío? Pero ahora yo soy el juez y firmo las sentencias.

K

Fuente: DENEVI, MARCO, Falsificaciones, Buenos Aires, Eudeba, 1966 (págs. 13-15)

Jorge Luis Borges - El Fin

Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente... Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aún quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó, hasta dar con un cencerro de bronce que había el pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercios de yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de las novelas concluimos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no contaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
-Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
- Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
-Me estoy esperando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
-Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
-Ya me hice cargo -dijo el negro-. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla.
-Les di buenos concejos -declaró-, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta del negro:
-Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
-Por lo menos a mí -dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta-: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
-Con el otoño se van acortando los días.
-Con la luz que queda me basta - replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
-Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
-Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
-En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
-Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música... Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora no era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.



Fuente: BORGES, JORGE LUIS, Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 3a. Edición, (págs. 177-180)

Adolfo Bioy Casares - Las Vísperas de Fausto

Esa noche de junio de l540, en la cámara de la torre, el doctor Fausto recorría los anaqueles de su numerosa biblioteca. Se detenía aquí y allá; tomaba un volumen, lo hojeaba nerviosamente, volvía a dejarlo. Por fin escogió los Memorabilia de Jenofonte. Colocó el libro en el atril y se dispuso a leer. Miró hacía la ventana. Algo se había estremecido afuera. Fausto dijo en voz baja: Un golpe de viento en el bosque. Se levantó, apartó bruscamente la cortina. Vio la noche, que los árboles agrandaban.
Debajo de la mesa dormía Señor. La inocente respiración del perro afirmaba, tranquila y persuasiva como un amanecer, la realidad del mundo. Fausto pensó en el infierno.
Veinticuatro años antes, a cambio de un invencible poder mágico, había vendido su alma al Diablo. Los años habían corrido con celeridad. El plazo expiraba a media noche. No eran, todavía, las once.
Fausto oyó unos pasos en la escalera; después, tres golpes en la puerta. Preguntó: "Quién llama?" "Yo", contestó una voz que el monosílabo no descubría, 2yo". El doctor la había reconocido, pero sintió alguna irritación y repitió la pregunta. En tono de asombro y de reproche contestó su criado: "Yo, Wagner." Fausto abrió la puerta. El criado entró con la bandeja, la copa de vino del Rin y las tajadas de pan y comentó con aprobación risueña lo adicto que era su amo a ese refrigerio. Mientras Wagner explicaba, como tantas veces, que el lugar era muy solitario y que esas breves pláticas lo ayudaban a pasar la noche, Fausto pensó en la complaciente costumbre, que endulza y apresura la vida, tomó unos sorbos de vino, comió unos bocados de pan y, por un instante, se creyó seguro. Reflexionó: Si no me alejo de Wagner y del perro no hay peligro.
Resolvió confiar en Wagner sus terrores. Luego recapacitó: Quién sabe los comentarios que haría. Era una persona supersticiosa (creía en la magia), con una plebeya afición por lo macabro, por lo truculento y por lo sentimental. El instinto le permitía ser vívido; la necedad, atroz. Fausto juzgó que no debía exponerse a nada que pudiera turbar su ánimo o inteligencia.
El reloj dio las once y media. Fausto pensó: No podrán defenderme. Nada me salvará. Después hubo como un cambio de tono en su pensamiento; Fausto levantó la mirada y continuó: Más vale estar solo cuando llegue Mefistófeles. Sin testigos, me defenderé mejor. Además, el incidente podía causar en la imaginación de Wagner (y acaso también en la indefensa irracionalidad del perro) una impresión demasiado espantosa.
-Ya es tarde, Wagner. Vete a dormir.
Cuando el criado iba a llamar a Señor, Fausto lo detuvo y, con mucha ternura, despertó a su perro. Wagner recogió en la bandeja el plato del pan y la copa y se acercó a la puerta. El perro miró a su amo con ojos en que parecía arder, como una débil y oscura llama, todo el amor, toda la esperanza y toda la tristeza del mundo. Fausto hizo un ademán en dirección a Wagner, y el criado y el perro salieron. Cerró la puerta y miró a su alrededor. Vio la habitación, la mesa de trabajo, los íntimos volúmenes. Se dijo que no estaba tan solo. El reloj dio las doce menos cuarto. Con alguna vivacidad, Fausto se acercó a la ventana y entreabrió la cortina. En el camino a Finsterwalde vacilaba, remota, la luz de un coche.
Huir en ese coche!, murmuró Fausto y le pareció que agonizaba de esperanza. Alejarse, he ahí lo imposible. No había corcel bastante rápido ni camino bastante largo. Entonces, como si en vez de la noche encontrara el día en la ventana, concibió una huida hacia el pasado; refugiarse en el año 1440; o más atrás aún: postergar por doscientos años la ineludible medianoche. Se imaginó al pasado como una tenebrosa región desconocida; pero, se preguntó, si antes no estuve allí, cómo puedo llegar ahora? Cómo podía él introducir en el pasado un hecho nuevo? Vagamente recordó un verso de Agatón, citado por Aristóteles: Ni el mismo Zeus puede alterar lo que ya ocurrió. Si nada podía modificar el pasado, esa infinita llanura que se prolongaba del otro lado de su nacimiento era inalcanzable para él. Quedaba, todavía, una escapatoria: Volver a nacer, llegar de nuevo a la hora terrible en que vendió el lama a Mefistófeles, venderla otra vez y cuando llegara, por fin, a esta noche, correrse una vez más al día del nacimiento.
Miró el reloj. Faltaba poco para la medianoche. Quién sabe desde cuándo, se dijo, representaba su vida de soberbia, de perdición y de terrores; quién sabe desde cuándo engañaba a Mefistófeles. Lo engañaba? Esa interminable repetición de vidas ciegas no era su infierno?
Fausto se sintió muy viejo y muy cansado. Su última reflexión fue, sin embargo, de fidelidad hacia la vida; pensó que en ella, no en la muerte, se deslizaba, como un agua oculta, el descanso. Con valerosa indiferencia postergó hasta el último instante la resolución de huir o de quedar. La campana del reloj sonó...


Fuente: BIOY CASARES, ADOLFO, Historia prodigiosa, Buenos Aires, Emecé, 1961 (págs. 165-168).

sábado, 24 de noviembre de 2012

En Manos Del Destino


Un gran guerrero japones llamado Nobunaga decidio atacar al enemigo pese a tener solo una decima parte de los hombres de que disponia este. El sabia que la victoria seria suya, pero sus soldados dudaban.

De camino, hicieron una parada en una hermita Shinto, y dijo a sus hombres: "Despues de visitar el altar, lanzare una moneda. Si sale cara, ganaremos. Si sale cruz, perderemos. El destino nos tiene en su mano."

Nobunaga entro al altar y ofrecio una silenciosa plegaria. Despues salio y lanzo una moneda al aire delante de sus hombres. Salio cara. Sus hombres tenian tantas ganas de luchar que ganaron la batalla facilemnte.

"Nadie puede cambiar el destino.", le dijo su ayudante despues de la batalla.

"Desde luego que no.", dijo Nobunaga, mostrandole una moneda trucada, que tenia cara a ambos lados.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Guerrero solitario de los espacios infinitos


José Hernández.

“El Martín Fierro no puede ser explicado satisfactoriamente si aislamos al poema y a su autor en compartimientos puramente literarios” (Fermín Chávez).

“Si la personalidad del autor del Martín Fierro fue hasta hoy objeto de deformaciones, ello no ha ocurrido en forma casual ni de un modo excepcional; no se trata, en verdad, de un hecho aislado, ante el cuál debamos sorprendernos, sino más bien de una manifestación más de ese proceso unitario, parcial y equívoco, en que se ha venido desarrollando la cultura nacional justamente desde los días en que aquél argentino decidió ‘cantar opinando’” (Fermín Chávez).

“El fondo temporal de El gaucho Martín Fierro se determina, en primer lugar, por el cuadro histórico en que el poeta gaucho desarrolló su acción y del que tomó los temas capitales de su obra: las levas motivadas por la Guerra del Paraguay, en la que los criollos provincianos se negaban a participar: los fraudes electorales en los que decidía el Comandante Militar o el Jefe Político; el servicio de fronteras, motivo permanente de injusticias a menudos cruentas; el trato desigual a los hombres de la campaña y a los de la ciudad; la mala distribución de la tierra; la legislación postiza impuesta por quienes desconocían ‘las necesidades del pueblo’” (Fermín Chávez).

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José Hernández: Cronología en el contexto cultural argentino

Por Jorge Eduardo Padula Perkins

Las referencias a José Hernández han estado siempre vinculadas al protagonista de su máxima obra poética. Tanto es así que al informar sobre su fallecimiento un diario de La Plata titulaba: "Ha muerto el senador Martín Fierro".

Esto es así debido a que "ha sido el más grande cultor de la poesía gauchesca, y su Martín Fierro está considerado por muchos críticos como la obra maestra de la literatura argentina" (Loprete 418). Hernández resume, en efecto, enseñanzas, saberes, reflexiones, vivencias, sentimientos, emociones, razonamientos, deducciones y conclusiones del pensamiento del hombre común de su época y lugar, al punto que constituye para algunos un compendio de características cuasi filosóficas.

En este sentido Hernández no solamente a sido un pensador social y político, sino también un hábil recopilador de la sabiduría popular.

Pero Hernández no limitó su actividad a las letras, ni restringió su pluma a la poesía. Se forjó en las faenas camperas, tomó las armas, fue oficial de la contaduría de la Confederación, taquígrafo del Senado en Paraná, secretario privado del general Pedernera durante su vicepresidencia, ministro del gobernador correntino Evaristo López, librero, impresor, legislador bonaerense en ambas Cámaras y fecundo periodista.

Martínez Estrada sintetiza su personalidad señalando que "Hernández es cuatro cosas, por la naturaleza de su ser, de su carácter: militar, periodista, político y poeta. Las cuatro manifestaciones activas de su psique corresponden a un mismo tipo extravertido, y tres, —militar, periodista y político— por igual al combatiente" (48).

1834 José Rafael Hernández, tal su nombre completo, nació en la chacra de Pueyrredón (antiguo caserío de Pedriel), propiedad de su tía materna Victoria Pueyrredón en el actual partido bonaerense de San Martín, el 10 de noviembre de 1834.
Fueron sus padres don Rafael Hernández y doña Isabel Pueyrredón. Recibió el bautismo en la parroquia de la Catedral del Norte, hoy Basílica de la Merced, en la ciudad de Buenos Aires, el 27 de julio de 1835.
Desde entonces su vida apareció marcada por el entorno político de la época. Fermín Chávez resume la situación del siguiente modo: "La madre pertenecía a una familia de filiación unitaria y era prima hermana de Juan Martín de Pueyrredón, por lo cual José resulta primo segundo del pintor Prilidiano Pueyrredón. El padre, en cambio, militaba en el partido federal, al igual que sus hermanos Eugenio y Juan José Hernández, este último muerto durante la batalla de Caseros" (9).
Tempranamente quedó al cuidado de su tía Victoria, llamada "mamá Totó", mientras sus padres solían pasar largas temporadas en estancias del sur de la Provincia. Pero sus tías debieron emigrar por razones políticas y José fue dejado al cuidado de su abuelo paterno, José Gregorio Hernández Plata, que vivía en una quinta de Barracas sobre el Riachuelo.
1841 A los seis años José Hernández comenzó sus estudios en el Liceo Argentino de San Telmo, dirigido por Pedro Sánchez. Desde 1841 hasta 1845 se formaría conforme a los hábitos y reglamentos de la época, en lectura y escritura, doctrina cristiana, historia antigua, romana y de España, aritmética, dibujo y gramática castellana. Amén de ello, Chávez señala: "Por un aviso de "La Gaceta Mercantil", publicado el 27 de agosto de 1845 y en ediciones posteriores, tenemos conocimiento de que ese año José Hernández cursaba todavía en las aulas del Liceo de Pedro Sánchez y que las clases habituales habían sido aumentadas con otras de francés, geometría y geografía, a las que concurrían "gratis y en premio los alumnos que por su capacidad y ejemplar conducta se han hecho acreedores a tal distinción". Los alumnos beneficiados así por el maestro Sánchez -que acababa de trasladar su escuela a Reconquista 221- sumaban veintidós y entre ellos figuraban Francisco y Juan José Urquiza, José Mariño, Teófilo Ezeiza, Manuel Badía, Nicolás Rivero y José Hernández" (Chávez 10).

1843 Falleció la madre de José Hernández

1846 José Hernández se siente afectado por una dolencia física, al parecer del pecho, por la que le fue prescripto un cambio de clima, debió abandonar las aulas hacia 1846 y fue llevado por su padre, que trabajaba como mayordomo en establecimientos ganaderos de Rosas, a la pampa bonaerense donde se recuperó. Chávez (ibid., p. 11) refiere del siguiente modo aquellos días: "Es así como, a los doce años de edad, Hernández entra en contacto directo con el gaucho y con sus tareas de todos los días, en una época caracterizada par la intensa actividad de los saladeros. Su hermano Rafael lo dice en una de sus clásicas páginas sobre la juventud de aquél: "Allá en Camarones y en Laguna de Los Padres se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entreveros y presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba y de que hoy no se tiene idea. Esta es la base de los profundos conocimientos de la vida gaucha y amor al paisano que desplegó en todos sus actos" (Chávez 11).
Así recogió una visión acabada y de primera mano de la realidad del hombre de la campaña, donde fue uno más y pudo "captar el sistema de valores, lealtades y habilidades que cohesionaban a la sociedad rural" (Gramuglio, 2).

1853 A los 19 años de edad, en 1853, ingresó en las filas del ejército e intervino en la represión del levantamiento del coronel Hilario Lagos contra el gobierno de Valentín Alsina, estando bajo las órdenes de los coroneles Pedro Rosas y Belgrano y Faustino Velazco y resultó vencido en San Gregorio, el 22 de enero de ese año. Al año siguiente actuó nuevamente, esta vez como teniente, contra las fuerzas de Lagos en la batalla de El Tala, donde su bando resultó victorioso.

1856 En efecto, en 1856 Hernández había optado por alinearse al Partido Federal Reformista, que propiciaba la incorporación de Buenos Aires a la Confederación presidida por Urquiza con sede en Entre Ríos.
En coincidencia con su pensamiento político inició ese mismo año sus lides periodísticas. "Su vinculación al periódico La Reforma Pacífica, dirigido por Nicolás Calvo, cuando éste sólo contaba 22 años, señala el despertar de su pasión por los problemas espirituales y sociales que agitaban al país". (Pagés Larraya 51).
La Reforma Pacífica (Buenos Aires) era el medio del nuevo partido a cuyos integrantes el oficialismo porteño denominaba despectivamente "chupandinos" por su supuesta afición a la bebida. A su vez los separatistas, partidarios de Valentín Alsina y Bartolomé Mitre, recibían de sus adversarios el mote de "pandilleros" porque, a decir de éstos, se manejaban siempre en grupos o pandillas. Auza señala que: "La Reforma Pacífica no nacía como un diario favorable a la tendencia urquicista en Buenos Aires, ni mucho menos con la misión de sostener las ideas de algunos federales de las provincias sobre la cuestión de la separación de la ciudad portuaria. El diario representaba los intereses de un grupo porteño cuyos miembros, siendo ante todo porteños, querían y aspiraban a la nacionalidad, pero no del modo, ni con los procedimientos o el programa que se auspiciaba desde Paraná y, mucho menos, en el que se propiciaba desde San José" (Auza 159).

1858 Después de haberse batido a duelo con otro oficial, por razones políticas, abandonó las filas de la milicia y emigró a Entre Ríos en 1858. Se radicó en Paraná, Entre Ríos, en donde trabajó como empleado de comercio y ocupó un cargo en la Administración Nacional.
"Testigos de la época lo describen sencillo y conservador, hablando con voz estentórea, arrebatado por los avatares de la política pero con tiempo para detenerse en el mercado, donde se pasaba escuchando los dichos y chistes gauchescos de los carniceros, que entonces eran todos criollos de pura cepa y de indumentaria campera" (Gramuglio 2).
Sedano Acosta lo refiere a su vez asegurando que: "Era un bello tipo de criollo: corpulento, vigoroso, atezado, de pelo lacio, de voz potente, probada en las faenas del campo y en las de la ciudad, ágil de cuerpo y de ingenio" (192).

1859 Participó en la batalla de Cepeda con el grado de capitán, bajo las órdenes del coronel Eusebio Palma en las huestes de la Confederación, que resultan triunfadoras sobre las fuerzas de Buenos Aires.
A su regreso a Paraná, ese mismo año, se desempeñó como taquígrafo del Congreso y remitió desde aquella ciudad, por entonces capital de la Confederación, sus colaboraciones para "La Reforma Pacífica". Posteriormente José Hernández publicó artículos en El Nacional Argentino de Paraná (Entre Ríos).

1860 Aún como federal urquicista, Hernández se adhería a la posición integracionista del presidente Derqui con la esperanza de un futuro de pacificación y progreso y aseguraba en 1860 en un artículo:
"Porque los viejos partidos han muerto ya y los partidos nuevos que se levantan a impulsos de necesidades nuevas y de una vida comercial y civilizada, no les prestarán su apoyo.
En nuestra época, las necesidades de la sociedad son otras y otros los fines a que se dirige.
Las causas son nuevas, las ideas son nuevas, los propósitos lo son también y no es posible armonizarla con las causas, ideas y propósitos viejos; ni es posible ni cuerdo olvidar lo que corresponde a la sociedad de hoy, para sostener lo que pertenece a una sociedad que pasó"(Auza, 122).
En una de sus últimas notas, el 11 de octubre de 1860, Hernández defendía su independencia periodística y política señalando: "Escribimos en este diario como lo haríamos en otro cualquiera para manifestar y sostener nuestras ideas y nuestras creencias políticas, que nunca hemos sometido ni someteremos jamás a ideas o creencias extrañas.
Escribimos porque nuestra calidad de argentino nos da derecho pleno y hasta cierto punto nos impone el deber de tomar ingerencia legítima en la política de nuestro país. Escribimos en este diario porque podemos hacerlo con libertad, con una independencia que cuadra a nuestro carácter..." (Auza, 123).

1861 El 17 de setiembre de 1861 Los ejércitos de la Confederación y del estado de Buenos Aires se enfrentaban en la batalla de Pavón. Hernández, con el grado de capitán, actuó en el bando confederado al mando de Urquiza y resultó vencido, más que por la capacidad bélica de su adversario (Mitre) por la falta de convicción puesta en la acción ordenada desde Paraná por el presidente Derqui. Sería esa actitud de Urquiza la que le significaría el desprecio de muchos comandantes del interior del país, entre ellos el coronel López Jordán a quien se atribuye la responsabilidad ideológica de su asesinato.
En noviembre del mismo año José y Rafael Hernández (su hermano) participaban en la batalla de Cañada de Gómez, donde también resultaban vencidos por las tropas mitristas.
Mientras se organizaban focos de resistencia federal en el interior del país, bajo la conducción del general Angel Vicente Peñaloza, el coronel Felipe Varela, el general Ricardo López Jordán y otros, Derqui presentaba su renuncia y emigraba a Montevideo, Pedernera declaraba acéfalo el gobierno nacional y Mitre era designado presidente provisional. En mayo de 1862 fue electo definitivamente presidente par el Congreso que a su vez elegía a Marcos Paz como vicepresidente.

1863 El 8 de junio de 1863 José Hernández se casó, en la catedral de Paraná, con Carolina González del Solar. Desde el 12 de octubre del año anterior el general Bartolomé presidía la República.
Meses después Hernández funda y redacta El Argentino, periódico que sumaría su esfuerzo a El Litoral, redactado por Evaristo Carriego, en la defensa del ideal federal provinciano.
El 12 de noviembre del mismo año el general Ángel Vicente Peñaloza, que se había rendido a una partida del comandante Ricardo Vera, es asesinado y decapitado y su cabeza es exhibida ante el pueblo en una pica, en una plaza de Olta, La Rioja.
La noticia de esta muerte conmueve Las fibras más íntimas de Hernández quien desde El Argentino hace la apología del "Chacho" (apodo con el que era conocido Peñaloza) al tiempo que anatematiza a sus enemigos políticos:

"ASESINATO ATROZ. El general de la Nación Don. Ángel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los Virasoro, Ayes, Rolta, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual.
El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios.
La historia tiene para el general Peñaloza el lugar que debe ocupar el caudillo más prestigioso y más humano y el guerrero más infatigable.
El asesinato del general Peñaloza es la obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy.
Que la maldición del cielo caiga sobre sus bárbaros matadores. Los millares de argentinos a quienes el general Peñaloza ha salvado la vida, rogarán por él." (Pagés Larraya, l51).
Varias notas que durante el mes de noviembre de 1863 aparecen en El Argentino fijan su posición después de la muerte de Peñaloza.
Publicó también Hernández una semblanza del "Chacho", que en diciembre de 1863 aparecía como folleto con el título de "Vida del Chacho. Rasgos biográficos del general Dn. Angel Vicente Peñaloza", que decía: "Vamos a escribir, a grandísimos rasgos, la vida de este héroe sencillo y modesto, a bosquejarla con la brevedad con que nos lo permite el carácter y aún el objeto de esta publicación.
Pocos habrá, quizá, que conozcan una existencia extraordinaria, como la de este caudillo valiente, generoso y caballeresco, que ha sido actor en las escenas más notables del drama de nuestras luchas civiles y a quien sus perversos enemigos han pintado como el tipo de la ferocidad y encarnación del crimen" (Pagés Larraya, 168).
Y comentaba, entre otras cosas, que: "No creemos necesario detenernos mucho para recordar a nuestros lectores, la resistencia heroica que el general Peñaloza hizo por el espacio de muchos meses al ejército que después de Pavón envió el general Mitre al interior y que fue a ensangrentar el suelo de las provincias. Aún están vivos eses hechos en la memoria de todos y todos saben que ante su prestigio, su actividad y su arrojo, únicos elementos de que podía disponer, fue a estrellarse todo el poder de las huestes invasoras, políticas de ese partido, cuya ambición es su único fin, el asesinato su único medio" (Pagés Larraya, 180).

1867 En 1867 se traslada a Corrientes y colabora con el gobierno de Evaristo López. Chávez señala que: "Poco después de su arribo a Corrientes, Hernández es designado (el 7 de marzo de 1867) Fiscal Interino del Estado, en sustitución del doctor Tomás J. Luque, que había renunciado. El correspondiente decreto del gobernador López expresa que aquél ocupará el cargo ‘con goce de sueldo y prerrogativas que le acuerda la ley’" (Chávez, 39).
Allí escribe José Hernández en El Eco de Corrientes. Chavez asevera que "Desde las columnas del El Eco de Corrientes, cuya redacción pasa a integrar, el poeta debe sostener ardorosa polémica con el diario opositor La Esperanza, que aprovecha para atacarlo en su condición de funcionario oficial" (39).
Entre tanto en Buenos Aires la cuestión de la capital hacía perder a Mitre popularidad y daba origen a la división de su partido en dos fracciones: Los que seguían sus principios —convertir a Buenos Aires en capital de la República— se denominaban "nacionalistas" y sus opositores, encabezados par Adolfo Alsina, fueron llamados "autonomistas", porque defendían el localismo porteño y la autonomía de la provincia de Buenos Aires. En el lenguaje político los últimos fueron apodados "crudos" y los nacionalistas "cocidos", o bien alsinistas y mitristas respectivamente.
Antes de que Mitre terminara su mandato, el pueblo se agitaba con los preparativos de la próxima elección presidencial. El partido nacionalista sostenía la candidatura del ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde y el autonomista propiciaba a su jefe, el doctor Adolfo Alsina. Como una transacción entre las tendencias opositoras surgió la candidatura de Domingo Faustino Sarmiento (Ibáñez, 204-211).

1868 Hernández publicó varias editoriales en El Eco de Corrientes con las iniciales J. H. o con su nombre completo. Así lo hizo el 31 de marzo de 1868 con el título "¿Hasta cuándo?": "¿A dónde va ese círculo exaltado de Buenos Aires que ha logrado hacer, aunque pocos, calurosos prosélitos en todos los ámbitos de la República, a dónde va en su afán de dotar al país con un presidente cuyos antecedentes políticos y cuyo carácter personal son una amenaza viva para la paz y la quietud de sus habitantes? ¿Ha escrito acaso en su bandera la palabra de muerte para toda la Nación e intenta convertirla en un vasto cementerio?
Hacen sesenta años no interrumpidos que los hijos de esta tierra, nacen al estruendo de los cañones, se forman en medio del bullicio de las batallas, encallecen sus manos empuñando la lanza y el sable y sienten encanecer sus cabellos entre el humo de los combates. Las legiones argentinas han recorrido el suelo americano en todas direcciones dejando tras de sí regueros de su sangre generosa, apilados los cadáveres de sus hijos y marchando siempre adelante, con el arma al brazo y atento el oído a la voz de los clarines.
¿A dónde van esas masas armadas a prisa, dirigidas por generales más o menos hábiles, vencidos hoy, vencedores mañana, pero sin conquistar jamás para sí un día de reposo? Cada vara de nuestro suelo recuerda un episodio sangriento, se liga a la historia trágica de un combate, cada vara de tierra es una tumba.
¡Hemos de marchar siempre chapaleando sangre separando solícitos los cadáveres de nuestros hermanos que obstruyen nuestro paso y caminando a la ventura en medio de las tinieblas de la anarquía y sin más luz que el resplandor rojizo de los cañones!
Los pueblos tienen derecho a la paz, al reposo, al sosiego, después de sesenta años de vida en los campamentos, en que han devorado sinsabores, apurando todas las amarguras que brinda la desgracia.
¿No se sienten conmovidos los autores de la anarquía en presencia de estas multitudes sacrificadas bárbaramente en holocausto de sus ambiciones bastardas, a la vista de esas hermosas campiñas donde blanquean los huesos de tantos millares de hijos de esta desgraciada República, al contemplar esos pueblos empobrecidos, aniquilados por la guerra civil y sentadas sobres sus escombros las viudas, las madres, los huérfanos como la imagen de la desolación?
Aunque tienen serenidad para buscar un rincón donde reunirse tranquilos y tratar de que la destrucción se complete y de que las matanzas sigan.
Quince años de lucha sin tregua, fueron necesarios para conquistar un dogma: LA LIBERTAD.
Veinticinco de combates fueron precisos para fundar un principio: LA LEY.
Qué se busca ahora?
Fundar un Gobierno que haga de la libertad una mentira y de la ley una farsa.
Remover esas dos grandes conquistas, que son el fruto de una batalla de medio siglo, para sentar en su lugar, el imperio de un círculo, para sustituir a la ley de voluntad de unos cuantos y para hacer que empecemos de nuevo el tan trillado camino de las luchas fratricidas.
Pero debemos tener fé en que esas tentativas no han de alcanzar su éxito.
El país ha de saber oponerse a esos manejos de los anarquistas y su voluntad ha de ser una valla que ha de contener el ímpetu de sus pasiones tantas veces funestas.
Si la anarquía, que intenta levantar de nuevo su cabeza, es vencida en la próxima lucha electoral, desaparecerá de entre nosotros, dando lagar al imperio del orden, de las instituciones y dejando abierto y franco el camino del porvenir.
¡Dios proteja la causa de los Pueblos! J. Hernández" (El Eco de Corrientes N° 166).
De El Eco de Corrientes se editaron 186 ejemplares y cesó el 26 de mayo de 1868 porque el día 27 estalló un movimiento sedicioso mitrista que derrocó a Evaristo López. El gobernador fue arrestado y sus ministros perseguidos.
"Hernández debió abandonar también un cargo menor pero altamente significativo: El de maestro de gramática en la Escuela de San Agustín" (Chávez, 42). Agrega Chávez que: "Después de su salida de Corrientes, el periodista y maestro se radica por algunas semanas en Rosario, donde tenía algunos familiares y bienes. En esa oportunidad, su amigo Ovidio Lagos lo invita a colaborar en su diario La Capital, que todavía no tiene un año de existencia" (42).
Chávez nos afirma que "había razones harto suficientes para que ambos periodistas estrechasen los lazos de su espíritu junto con las ataduras que da la lucha política misma. Los dos, federales erguidos frente al centralismo que la burguesía portuaria venía organizando desde hacía años. Ambos, formados en las duras luchas de una existencia penuriosa; los dos emigrados porteños después de las persecuciones de 1857, pertenecientes a un mismo partido: el chupandino. Una misma vocación, junto a las prensas y casi un mismo estilo" (42).
El 21 de julio se publicaba un artículo en el que Hernández desarrollaba un ataque el programa de Sarmiento (Domingo Faustino) de introducir métodos y maestros norteamericanos, de acuerdo con su concepto de civilización y a riesgo de modificar las tradiciones pedagógicas nacionales. Decía:
"Es un destino bien amargo el de esta pobre República. Esto se llama ir de mal en peor.
Mitre ha hecho de la República un campamento. Sarmiento va a hacer de ella una escuela.
Con Mitre ha tenido la República que andar con el sable a la cintura.
Con Sarmiento va a verse obligada a aprender de memoria la anagnosia, el método gradual y los anales de Da. Juana Manso. Estas son las grandes figuras que vienen a regir los destinos de la patria de Alvear y San Martín!
Pero, ¿ Consentirá el Congreso, consentirán los hombres influyentes de la República, consentirá el país en que un loco, que ya ha fulminado sus anatemas contra el clero y contra la religión, que ha dicho que va a nombrar una mujer para Ministra de Culto, que es un furioso desatado, venga a sentarse en la silla presidencial, para precipitar al país a la ruina y al desquicio ? No lo creemos; esperamos que el patriotismo y la reflexión no nos hayan abandonado del todo y que antes que consentir en semejante escándalo, tendrán bastante energía para decirle al partido de los anarquistas 'hasta aquí no más', y al loco predilecto de los perturbadores, que se vuelva a su destierro político, a estudiar los diversos métodos de las escuelas americanas" (Chávez, 45).

El 12 de octubre de 1868 asume la presidencia de la Nación Domingo Faustino Sarmiento al tiempo que hace lo propio como vicepresidente Adolfo Alsina.

A mediados de noviembre de 1869 José Hernández se establece en Buenos Aires. El 6 de agosto aparece el primer número de El Río de la Plata, diario que enarbola fundamentalmente banderas de autonomía municipal, abolición de contingentes de fronteras y elección popular de jueces de paz, comandantes militares y consejeros escolares.

Pagés Larraya (ibid., p. 55) describe al medio y su actitud política:

"Diario de combate en hora de bullentes pasiones políticas, El Río de la Plata se caracterizó por su tono equilibrado y por la ausencia de ataques personales, recurso que por entonces era tan habitual en la prensa y bordeaba casi siempre lo calumnioso. Salta a luz El Río de la Plata a menos de un año de la asunción del mando presidencial por parte de Sarmiento y combatía su gobierno con serenidad, a la par que atacaba con más violencia al partido liberal de Mitre, entonces en la oposición. Pero más que la crítica de lo contingente el periódico de Hernández procuró afrontar los problemas fundamentales y no resueltos de la nacionalidad" (Pagés 55).

Hernández se ocupará en El Río de la Plata del tema social que luego desarrollaría en abundancia en su poema: el gaucho.

Beatríz Sarlo desglosa esa problemática del siguiente modo: "Allí (en El Río de la Plata) publicó una serie de artículos que constituyen algo así como el cañamazo de ideas que el Martín Fierro elaborará literariamente: el problema de las fronteras con el indio y su defensa, la iniquidad de que ésta repose exclusivamente sobre el habitante pobre de la campaña que es arrancado de su hogar para ser arrojado al fortín, convertido en una suerte de prisionero, desecho por la indigencia y mortificado por la arbitrariedad de las autoridades militares y civiles". Es el gobierno, afirma Hernández, el que ‘convierte al gaucho en matrero, en delincuente, en asesino’" (Sarlo 3).

El vocablo gaucho era justamente, para los sectores intelectuales y la élite gobernante, sinónimo de delincuente. Pérez Amuchástegui afirma: "La conciencia antigaucha de los intelectuales se universalizó después de Caseros; Urquiza perdió el apoyo de la élite en tanto adoptó actitudes gauchescas. Después de Pavón, cuando se inicia la estructura nacional de la triunfante oligarquía paternalista, la voz 'gaucho' y sus derivados se reserva para las huestes del Chacho Peñaloza y sus pares. Y cuando ya no quedan mas 'gauchos montoneros' se aplica la notación despectiva de 'gaucho' a los 'bárbaros' de la campaña que, en un país ávido de europeizarse, pretenden mantener formas anquilosadas de tradicionalismo criollo. Para esta época serán gauchos esos 'salvajes' que sólo sirven para seguir a Felipe Varela o a los Taboada, según el bando..." (229).
La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay era también un mecanismo para la extirpación formal y material del gaucho mediante las conscripciones forzosas. Pagés Larraya indica que si bien los artículos de Hernández aparecidos en El Río de la Plata no han sido firmados, resultan claramente identificables por los siguientes elementos: "a) Se trata de artículos editoriales, que siempre escribía el director del periódico, en este caso Hernández. b) Hay coincidencias con los temas tratados por Hernández antes y después de El Río de la Plata. c) Hay coincidencias estilísticas. d) Hay repetición exacta o próxima de expresiones suyas usadas en otros lugares" (56).

1869 El 19 de agosto de 1869 Hernández publicaba en El Río de la Plata el artículo titulado "Hijos y entenados" en el que sostenía:
"Tiempo es ya que los gobiernos empiecen a preocuparse de aplicar al mal remedios eficaces, para garantirnos de sus invasiones y se deje de girar perpetuamente en derredor de un círculo vicioso [. . .].
"¿Qué se consigue con el sistema actual de los contingentes?. Empieza por introducirse una perturbación profunda en el hogar del habitante de la campaña. Arrebatado a sus labores, a su familia, quitáis un miembro útil a la sociedad que lo reclama, para convertirlo en un elemento de desquicio e inmoralidad.
"Parece que lo menos que se quisiera fomentar es la población laboriosa de la campaña o que nuestros gobiernos quisieran hacer purgar como un delito oprobioso el hecho de nacer en el territorio argentino y de levantar en la campaña la humilde choza del gaucho. [. . .].
"Es la campaña, pues, fuente de nuestra riqueza y de nuestro porvenir económico y social, la que necesita de garantías, de medidas liberales y protectoras. Es necesario desarrollar su industria, fomentar la población nacional, escudar al ciudadano contra los atentados de la fuerza. [. . .].
"Nosotros nos pronunciamos no sólo contra el atentado que envuelve la reglamentación actual del servicio de fronteras, sino contra la ceguedad que así nos arrastra al precipicio y así desconoce nuestros más fundamentales intereses." (Pagés Larraya, 197ss).

El 22 de agosto Hernández insertaba en El Río de la Plata la nota que llevaba por título el interrogante ¿Qué civilización es la de los matanzas? en la cual con la dureza de su prédica social señalaba, entre otros conceptos:

"La frontera, decíamos debe ser guardada por tropas de líneas, organizadas por medio de enganche. Este es el medio legítimo de custodiarlas y de su adopción no se resiente ningún principio, no se afecta derecho alguno."
"Los ejércitos de fronteras no sólo deben tener armas: deben estar además munidos de instrumentos de trabajo".
"No sólo deben salvar a la campaña de las invasiones de los indios sino que deben fructificar la tierra que pueblan, apropiándola a su existencia y bienestar.
Ofrezca el gobierno esas ventajas positivas y no le faltarán brazos que contraer a la defensa y a la colonización de las fronteras. Si nuestros gauchos, si los que vagan hoy sin ocupación y sin trabajo obtienen además del salario correspondiente un pedazo de tierra para improvisar en él su habitación y los instrumentos necesarios, se le liga más y más a la defensa de la línea fronteriza, porque ya no serán sólo los intereses extraños los que ampararía sino sus propios intereses.
La experiencia ha demostrado el absurdo de las combinaciones hasta hay adoptadas para arrebatar a los indios el señorío del desierto.
La idea de llevarles una guerra ofensiva para exterminarlos, que algunos han emitido en la prensa y hasta en opúsculos que se han impreso bajo la protección oficial, no ha dado los resultados con que soñaban los autores. Y decimos felizmente, porque si eso hubiese tenido lugar habría sido para mengua de nuestros gobiernos, que no habrían descubierto un medio más en armonía con nuestros sentimientos humanitarios y cristianos de neutralizar el mal y hacer al salvaje mismo partícipe de los beneficios de la civilización.
Nosotros no tenemos el derecho de expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo puede dar los derechos que se deriven de ella misma" (Pagés Larraya, ibid., p. 206 ss).
El 1° de setiembre de 1869 El Río de la Plata publicaba un artículo titulado: "La división de la tierra" que entre otros conceptos aseveraba:

"Los gobiernos que no deben tener ni aún la inspiración de ser propietarios, se empeñan entre nosotros, en arrebatar las grandes empresas de progreso, a la acción fecundante del individuo y en vez de buscar el restablecimiento del equilibrio industrial, introducen de esta manera una honda perturbación en la marcha económica de la sociedad.
En vez de despojarse de falsas atribuciones devolviéndolas al pueblo a quien pertenecen, nuestros gobiernos se arrogan facultades monstruosas, estableciendo privilegios y monopolios odiosos en favor del que está encargado precisamente, como ya lo hemos dicho, de asegurarnos los beneficios de nuestras libertades institucionales. [. . .]
La sociedad no hace de los gobiernos agentes de comercio, ni los faculta para labrar colosales riquezas, lanzándolos en las especulaciones atrevidas del crédito. La sociedad no podría delegar, sin suicidarse, semejantes funciones, que son el resorte de su actividad y de su iniciativa. [. . .]
Las tierras en poder del fisco, no aumentan la renta del Estado, cuyo fundamento está en el impuesto y en la población. [. . .]
Por medio de la subdivisión de la tierra se atrae una población, cuyo espíritu emprendedor se excita en una lucha profícua y estimulante.
En esta provincia, que tiene en su contra el flagelo de los indios y donde se agita como un problema insoluble la cuestión de fronteras, el medio de resolver en pocos años esta cuestión sería el de fomentar la población industriosa, llevar al desierto las locomotoras del progreso, que traerían a su regreso a nuestros mercados los pingües productos que regala la tierra, a los que la abonan y cultivan." (Pagés Larraya, 193ss).
En N° 92, se publica un extenso artículo titulado "Islas Malvinas. Cuestiones Graves", en el que Hernández señala:

"Los argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización. [. . .] Deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar par la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Sus derechos no prescriben jamás." (Destéfani, 98s).
1870 El 11 de abril de 1870 estalla en Entre Ríos un movimiento revolucionario encabezado por el general Ricardo López Jordán, que se venía gestando desde cinco años antes.
Urquiza es asesinado por considerárselo traidor a la causa federal.
En Buenos Aires comenzaron a ser vigilados los nombres de la oposición, entre ellos Hernández que había sido ministro de campaña de Evaristo López y como tal (10 agosto 1868) había refrendado el nombramiento de "Brigadier de la Provincia de Corrientes" para López Jordán. Decide entonces clausurar El Río de la Plata, el 22 de abril de 1870 y en su último editorial dice:
"No queremos asistir en la prensa al espectáculo de sangre que va a darse en la República...
No hemos aprendido a cortejar en sus extravíos ni a los partidos ni a los gobiernos y antes de hacernos una violencia a que no se someta la independencia y rectitud de nuestro carácter, preferimos dejar de la mano la pluma que hemos consagrado exclusivamente al servicio de las legítimas conveniencias de la Patria. Dejamos de escribir el día en que no podemos servirla." (Chávez, 52).
1871 A fines de 1870 Hernández se incorporó a las filas del ejército jordanista compartiendo la derrota de Ñaembé el 26 de enero de 1871.
Posteriormente emigró junto con López Jordán a Santa Ana do Livramento, en territorio brasileño, donde permaneció desde abril de 1871 hasta principios de 1872.
1872 Luego viajó a Uruguay en donde habría hecho alguna incursión periodística, posiblemente en "La Patria", según Piccirilli (ibid., p. 329s), para regresar más tarde a Buenos Aires amparado en una amnistía de Sarmiento y publicar el célebre poema gauchesco: El gaucho Martín Fierro.
El Martín Fierro señala la culminación del género gauchesco en la literatura en el Río de la Plata. Fue creado y publicado en dos partes: El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879).
Según Loprete, "El poema recoge algunas fuentes folklóricas (diálogos entre gauchos, ciertas combinaciones estróficas), fuentes gauchescas autóctonas (semejanzas con algunos otros poemas gauchescos, en versos o pasajes), y fuentes románticas (antecedentes de Echeverría y su Cautiva, color local, rebeldía, exaltación del bandido, algunos rasgos estilísticos, reminiscencias de personajes de la literatura española...)" (Loprete, 422).
"Martín Fierro" es un gaucho que vive feliz con su mujer e hijos hasta que las autoridades lo apresan arbitrariamente para destinarlo a la frontera, donde vive en un fortín en donde es víctima de un sistema corrompido y cruel. Decide huir, pero al regresar a su tierra se encuentra con su rancho destruido y su familia desaparecida. Entonces se hace malo y pendenciero, es perseguido por vago y en una pelea ocasional conoce a Cruz, otro gaucho perseguido que pelea en su favor y junto con el cual deciden irse a buscar refugio entre los indios.
1873 A mediados de 1873 López Jordán invadió Entre Ríos y el gobierno de Sarmiento puso precio a su cabeza y la de sus colaboradores. Hernández en su condición de tal buscó refugio nuevamente en Montevideo, donde reinició sus tareas periodísticas el 1° de noviembre de ese año en La Patria, que dirigía Héctor Soto, hijo de Juan José Soto, el editor de La Reforma Pacífica, su primer periódico en que Hernández iniciara sus lides en la prensa.
1874 En agosto de 1874 compartió con Soto la dirección del periódico y, tras un breve paso por Buenos Aires, regresó a Montevideo y asumió la dirección y redacción de La Patria.
En 1874 Mitre y Alsina, los jefes de los dos principales partidos políticos, se disputaban el mando futuro del país, aunque ambos eran resistidos en buena parte de las provincias por su condición de porteños. La actividad del interior favoreció las aspiraciones del doctor Nicolás Avellaneda —Ministro de Justicia e instrucción pública de Sarmiento— nacido en Tucumán.
La candidatura de Avellaneda logró la adhesión de diez provincias, por lo que Alsina retiró la propia y dispuso apoyarlo con su partido Autonomista.
De la fusión entre el partido Nacional de Avellaneda y el Autonomismo de los "crudos" de Alsina, surge una nueva expresión política: el Partido Autonomista Nacional (PAN).
En medio de gran tensión política, las elecciones se efectuaron el 14 de abril de 1874. Como se señaló, el triunfo correspondió a la fórmula encabezada par el doctor Avellaneda, seguido del doctor Mariano Acosta para el cargo de vicepresidente.
En las filas de la revolución mitrista para oponerse a la asunción de Avellaneda del 24 de setiembre de 1874 se encontraban viejos enemigos del Chacho, de López Jordán y de Evaristo López. Arredondo, Baibiene, José C. Paz y otros simbolizaban la política que Hernández combatía desde 1857. Por eso el gran antisarmientista habrá de luchar esta vez por la legalidad representada en Sarmiento y Avellaneda (Chávez, ibid., p. 68).
En ese marco tratará también de neutralizar los intentos del mitrismo por llevar a sus filas a elementos jordanistas y con ese motivo publica varios artículos en La Patria.
1875 El 1° de enero de 1875 suspende su aparición La Patria de Montevideo y Hernández regresa poco después a Buenos Aires en el marco de la política conciliadora de Nicolás Avellaneda que había asumido la presidencia de la Nación el 12 de octubre de 1874 secundado por Mariano Acosta como vicepresidente.
A mediados de 1875 Hernández publicó la segunda edición de su Vida del Chacho, recopilación de sus notas periodísticas aparecidas en El Argentino de Paraná, en 1863.
También publicó trabajos en La Libertad, El Bicho Colorado y Martín Fierro (estos últimos de carácter humorístico o sátira política).
1877 En 1877 Hernández fue candidato a senador bonaerense por el Partido Autonomista, pero luego se retrajo de la actividad partidaria ante la conciliación de su sector con los mitristas.
Al año siguiente se asoció con Rafael Casagemas en la "Librería del Plata", más tarde totalmente de su propiedad.
1879 En 1879 fue diputado por la segunda sección electoral en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires y un año más tarde obtuvo la presidencia de la Cámara.
Ese mismo año se conoce la segunda parte del poema gauchesco: La vuelta de Martín Fierro. En ella, al cabo de un tiempo el personaje regresa a la civilización y cuenta su vida en las tolderías, las costumbres aborígenes, una epidemia en la que muere su amigo Cruz, , la matanza de un indio que maltrataba a una ‘cristiana’ y la huida con ella. El posterior encuentro con sus hijos que narran también sus aventuras, parte en donde aparece el Viejo Vizcacha.
1880 Poco antes de terminar el mandato de Avellaneda dos candidatos se presentaron para reemplazarlo, el gobernador bonaerense Carlos Tejedor y el general Julio Argentino Roca, Ministro de Guerra. Este último contaba con el apoyo de Avellaneda y de todas Las provincias con excepción de Buenos Aires y Corrientes.
Junto con Hipólito Yrigoyen, Jacinto Varela y otros, Hernández fundó un Club de la Juventud Porteña, en adhesión a la candidatura de Roca, quien resultó triunfador en las elecciones por amplia mayoría.
Tejedor no aceptó el resultado del comicio y dispuso una movilización de milicias tras lo cual debió sufrir el sitio de la ciudad por parte de las tropas nacionales y se produjeron intensos combates los días 20 y 23 de junio de 1880.
Hernández se negó a tomar parte en las luchas y se ocupó de organizar, junto con Carlos Guido y Spano, el auxilio de los heridos por medio de la Cruz Roja.
El 12 de octubre de ese mismo año asumió la presidencia Julio Argentino Roca.
Hernández abogó desde la Legislatura por la federalización de la ciudad de Buenos Aires, orientándose en el autonomismo nacional y en consecuente oposición a Leandro N. Alem.
Así, en la sesión del 19 de noviembre de 1880 Hernández decía que "el diputado Alem desconoce la marcha de su partido, la legalidad del Congreso, la conveniencia pública de esta cuestión..." (Manacorda, 51).
1881 José Hernández fue vocal del Consejo General de Educación y senador provincial de Buenos Aires, electo en 1881 y reelecto en 1885.
En 1881 Hernández escribió la Instrucción del Estanciero editado por Casavalle. Esta obra es una especie de manual destinado a transmitir a los hombres de campo experiencias y conocimientos en materia rural, naturaleza de los campos bonaerenses, pastos, construcciones rurales, ganado vacuno, marcas y señales, cría del ganado caballar, ganado lanar y manejo de personal. El tomo puede ser considerado, además, como un manual de cultura gaucha, "civilización del cuero" como se la ha denominado, con interesantes elementos de juicio para comprender la época.
1882 Con el gobernador Dardo Rocha trabajó en el proyecto de fundación de la capital bonaerense. Si bien resulta lógico interpretar la nominación por la proximidad ribereña, algunos estudiosos sugieren, basándose en la tradición oral, que la denominación de "La Plata" estaría también vinculada al segundo apellido de su abuelo. La fundación tuvo lugar el 19 de noviembre de 1882 y se sirvió un asado preparado por Hernández.
1884 En 1884 compró una quinta en Belgrano, en donde comenzó a residir desde entonces, progresivamente alejado de su actividad como legislador.
1886 El 12 de octubre de 1886 asumió la presidencia de la Nación Miguel Juárez Celman.
José Hernández falleció el jueves 21 de octubre de 1886 atacado par una afección cardíaca. Sus biógrafos coinciden en señalar como sus últimas palabras: "¡Buenos Aires! ¡Buenos Aires!". Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta.


Rivera señala que "José Hernández puede servir muy bien como paradigma del escritor en el que militancia política, estilo de vida, quehacer periodístico y creación literaria forman todavía un sistema perfectamente coherente y solidario, pero en el que la "faena de la pluma" (inclusive el oficio abundantemente ejercido) tiene un peso especifico aun relativo desde el punto de vista de la creación de medios materiales de subsistencia, acaso por el signo mismo con que son asumidas esas faenas" (326)
Siguiendo a Loprete (122-4) podemos sintetizar algunos de los pensamientos críticos más destacados sobre el Martín Fierro:
Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas fueron los críticos argentinos que revalorizaron el poema ante la opinión pública, y lo convirtieron en materia de interés académico y universitario.
Lugones, en El Payador (1916), lo elevó en su jerarquía artística, si bien intentó vanamente considerarlo como epopeya, al modo de los clásicos, quizás llevado por un honrado interés argentinista de situar al poema dentro de la gran línea universal de poemas épicos, desde los tiempos homéricos.
Rojas (Los gauchescos), por su parte, fue el maestro que lo llevó a la cátedra universitaria. A partir de este ejemplo, el Martín Fierro ha sido objeto de permanente estudio en los centros universitarios de la Argentina, de América y de Europa.
Jorge Luis Borges (El Martín Fierro, 1953) le ha dedicado interesantes meditaciones, ha reconocido aspectos inadvertidos del poema, pero lo ha incluido sorpresivamente, con una tesis peculiar, dentro del género novelesco: el Martín Fierro sería, para él, una novela en verso.
Ezequiel Martínez Estrada (Muerte y transfiguración de Martín Fierro, 1948), ha efectuado un valioso y profundo análisis, aunque discutido en algunos aspectos, adentrándose en interpretaciones psicológicas y sociológicas del autor y de la realidad argentina, a través del texto mismo del poema.
Angel H. Azeves (La elaboración literaria del "Martín Fierro", 1960), ha examinado con minuciosidad y certera técnica crítica, las fuentes del poema y sus relaciones con lo folklórico, lo gauchesco, la poesía tradicional española y americana y el movimiento romántico de la época.
Eleuterio F. Tiscornia (en sus ediciones anotadas y en La lengua del Martín Fierro, 1930) ha especializado su interés en la lengua del poema, reconociendo los antecedentes, en la poesía americana y española, del vocabulario y las expresiones del poema, aunque con una insistente preocupación por enraizar la obra dentro de la tradición clásica española.
En cuanto al propio Hernández, nos ha dejado en el producto mismo, y en su correspondencia, irrefutables testimonios de que el poema tenía una intencionalidad social:
"Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar;
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando
que es mi modo de cantar".

Más explícito e incontrovertible aparece este designio de Hernández en una famosa carta a José Zolio Miguens, que precedió a la primer edición, en la cual dice: "No le niegue su protección (al poema), Ud. que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de que es víctima esa clase desheredada de nuestro país".
El Martín Fierro es la obra de la literatura argentina que más estudios ha provocado, y al mismo tiempo, es la obra que más ediciones y más traducciones en lenguas extranjeras ha motivado.


BIBLIOGRAFÍA.

Auza, Néstor Tomás. El Periodismo de la Confederación 1852-1861. Buenos Aires: EUDEBA, 1978.
Caso de Sedano Acosta, Juana. Panoramas de América. Buenos Aires: Kapelusz, 1962.
Cutolo, Vicente Osvaldo. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino 1750-1930. Buenos Aires: ELCHE, 1971.
Chávez, Fermín. José Hernández periodista, político y poeta. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, 1959.
Destéfani, Laurio H. Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, ante el conflicto con Gran Bretaña. Buenos Aires: Edipress, 1982.
Gianello, Leoncio y Ricardo Piccirilli. Biografías Navales. Buenos Aires: Departamento de Estudios Históricos Navales, ARA, 1963.
Gramuglio, María Teresa y Beatriz Sarlo. Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires: CEAL, 1980.
Ibáñez, José C. Síntesis de Historia Argentina. Buenos Aires: Troquel, 1970.
Loprete, Carlos Alberto. Literatura española, hispanoamericana y argentina. Buenos Aires: Plus Ultra, 1978.
Manacorda, Telmo. Alem, un caudillo, una época. Buenos Aires: Sudamericana, 1941.
Martinez Estrada, Ezequiel. Muerte y transfiguración del Martín Fierro, en Martín Fierro y su crítica. Buenos Aires: CEAL, 1980.
Padula Perkins, Jorge Eduardo. El periodista José Hernández. La Plata, Buenos Aires: Subsecretaría de Cultura, gobierno de la provincia de Buenos Aires, 1996.
Pagés Larraya, Antonio. Prosas del Martín Fierro. Buenos Aires: Raigal, 1952.
Pérez Amuchástegui, J.A. Mentalidades Argentinas 1860- 1970. Buenos Aires: EUDEBA, 1977.
Piccirilli, Ricardo, Francisco Romay y Leoncio Gianello. Diccionario Histórico Argentino. Buenos Aires: Ediciones Históricas Argentinas, 1954.
Rivera, Jorge B. Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires: CEAL, 1980.
Yaben, Jacinto R. Biografías Argentinas y Sudamericanas. Buenos Aires: Metrópolis, 1939.

Fuente:

http://www.ensayistas.org/filosofos/argentina/hernandez/cronologia.htm

Fuente foto:

http://www.academiadefolklore.com/control/contenido/detalle_imagen.php?imagen=../contenido/objetos/JoseHernandez.JPG&titulo=El%2Bperiodista%2BJos%25E9%2BHern%25E1ndez

lunes, 29 de octubre de 2012

El castellano Américano


He aquí una nota sobre nuestra lengua castellana publicada por el diario la Nación, que me parece de sumo interés, como un disparador para ideas de alto calibre al respecto.

Atrás en el recuerdo quedó la época en que algunas editoriales españolas "expurgaban" de regionalismos las obras de autores latinoamericanos con el pretexto de que sus lectores no los iban a entender (Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo, sufrieron este sorprendente procedimiento).

Hoy, con la publicación del monumental Diccionario de americanismos y con la incorporación al Diccionario general de muchas palabras usadas en América latina por sugerencia de algunas de las Academias de la región, la RAE parece haber expiado aquellos viejos pecados imperialistas.

De manera que el español, nuestro idioma, está hoy constituido por el aporte constante de los casi 500 millones de hispanohablantes, y esa realidad le ha permitido decir a Mario Vargas Llosa, hace pocos días, que es la lengua "más pujante" después del inglés.

Al conocer la noticia de que había ganado el I Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español, otorgado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes mexicano (Conaculta), Vargas Llosa llamó a hacer más en cuanto a la "circulación de libros y autores", porque así se permitirá mostrar "la riqueza, la variedad, la diversidad de nuestra literatura", y de apuntalar y fortalecer "el denominador común" que es el idioma, añadió.

En un reciente artículo publicado en el diario Página 12, el escritor Mempo Giardinelli, con dulzura, pero con firmeza, rebatió algunos conceptos de Don Mario, como lo llama: "Que me disculpen, pero no dejaré de insistir en que en nuestra América nosotros no hablamos «español» sino «castellano americano», el mismo que prefiguró Andrés Bello hace 200 años". Y agregaba Giardinelli: "Desde siempre, por generaciones, el nombre de nuestra lengua para hablar, leer y escribir, o sea el nombre del idioma de nuestra literatura -Bello dixit - fue castellano: «Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes pasó a América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos»".

Para zanjar la cuestión, que sigue muy viva y cada tanto reaparece, recordaremos aquí una vez más el título de un libro del maestro Amado Alonso: Castellano, español, idioma nacional, escrito en 1938 para "indagar cuáles han sido y son sus nombres [los de nuestra lengua] y qué contenido espiritual tienen, qué fisonomía cultural reflejan y qué dirección de anhelos ha impulsado a los hispanohablantes a preferir uno u otro". Alonso -autor, junto con Pedro Henríquez Ureña, de la celebrada Gramática castellana - concluye en el final de su obra que "castellano y español nombran a un mismo objeto con perspectivas diferentes. El uso de uno u otro nombre tiene, pues, justificaciones diversas y ocasionales [?] Cada uno de los dos nombres designa con igual capacidad el mismo objeto, y cada uno por su lado es el más propio para expresar la diferente visión afectiva y valorativa que se haya tenido o se tenga del idioma".

En fin, que podemos usar uno u otro nombre, legalmente y según el espíritu que nos anime en el momento.

© LA NACION
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1521551-apuntes-sobre-la-lengua-que-hablamos

Cosas del Demonio


sábado, 20 de octubre de 2012

"Me convertí en un loco con largos intervalos de horrible cordura"
-Edgar Allan Poe-

lunes, 8 de octubre de 2012

Marcelo Hartfiel - Decisiones

En el pueblo ya estaba catalogada como “putita”. Pobre putita. Ni siquiera puta, apenas putita. Así, despectivamente y como arrojando lastima. Lo percibió primero en la escuela cuando se empezó a notar la panza que crecía a la par de la hipocresía a su alrededor. Esa percepción mutó en certeza el día en que dio a luz. Cuando entró a la guardia estaban Doña Elba y la de Pelaez. Saludó y le devolvieron una mueca similar a una sonrisa, alabándola, deseándole suerte y felicitándola por su estado. La atendieron de inmediato pero, como aún no estaban listas para desprenderse una de otra, le pusieron goteo para inducir el parto y la acomodaron en un cuartito de la guardia  junto a la sala de espera, desde donde no podía evitar escuchar a las viejas cotorras cuereando a lo comadre del otro lado del muro.
Que pena, tan jovencita, la hija de la Mercedes.
 ¿La de Rodriguez? No la reconocí ¿Pero, cuantos años tiene?
Mirá, no se bien cuantos pero todavía va a la escuela. Si vieras como le queda el uniforme con semejante panza.
Pobrecita. ¿Y el padre quien es?
No se sabe o no lo quiere decir. Ni la Mercedes lo sabe. Mirá que cuando se enteró le dio flor de paliza, embarazada y todo y no largó prenda. Quizás ni la nena lo sepa, porque novio fijo no se le conoció nunca y si es medio ligerita puede haber varios candidatos.
¡Por Dios!
La Mercedes dice que le va a hacer la prueba del ADN para que el padre se haga cargo. Y esas cosas no fallan. Temprano o tarde, todo se sabe.
La congoja que le produjo oír esa conversación aceleró su proceso mental en la toma de decisiones de manera categórica. Esas viejas conchudas fueron determinantes en su vida. - Vos no vas a sufrir por mis pecados – Susurró mirando su panzota, acariciándola dulcemente con movimientos circulares, buscando un codo, un piecito, una manito, una reacción, un movimiento. Logró crear una burbuja que las contuvo, aislándolas del mundo exterior, y así conciliar un sueño sereno y profundo.
El parto fue tan doloroso y maravilloso como cualquier otro, salvo que al final los nervios y el agotamiento hicieron que se desmayara sin llegar a ver a su bebé.
Al despertar, su estomago había recuperado el tamaño de meses atrás. Solo quedaba un tirón en el bajo vientre y una espantosa sensación de vacío que solo se alivió cuando madre e hija se reconocieron y volvieron a unirse al prenderse de su pecho.
Durante los cinco días que permanecieron en el hospital, la abuela y los tíos las visitaron a diario. El padre, el abuelo, solo fue el primer día a ver a la criatura en la salita común de neonatología, donde generalmente los padres conocen a sus hijos a través de una vidriera y hacen gestos estúpidos esperando generar una reacción de quién apenas puede abrir sus ojos. Por la habitación no pasó. La última vez que se vieron, padre e hija, fue la mañana del parto, cuando el se iba a trabajar y ella se preparaba para ir al hospital. Se despidió, como de costumbre, con un ordinario “ta luego” dirigido la familia en general y a nadie en particular. El día del regreso al hogar, por la mañana, el ya había salido. Eso fue un alivio para los recién llegados. Nunca volvieron a verse, ella no lo esperó. Ya lo había decidido en la guardia del hospital.
El resto de la familia los recibió calurosamente y le mostraron, orgullosos, como habían preparado el cuatro arreglado especialmente para ellas. Para que tuvieran su propio espacio y cierta privacidad. Fue algo más de una hora de abrazos, risas y lágrimas. Era día de semana, así que luego de almorzar los niños salieron en tropel hacia la escuela y solo quedó la abuela primeriza.
¿Te vas a arreglar sola?
Si mamá, andá tranquila que lo único que necesitamos es dormir en nuestra cama.
¿Te gusta como quedó la pieza?
Esta hermosa, aunque me da pena que las nenas se tengan que amontonar todas en la otra. ¿Entraron todas las camas?
Si, cambié las dos por una marinera. Después fijate. Ellas van a estar bien, ahora vos ocupate de tu hija. Ya que no tiene padre... (hizo una pausa sostenida por su mirada recriminatoria) vas a tener que trabajar el doble-
Se te hace tarde Má, anda tranquila. Te amo ¿Sabes?
También yo... bueno,  en un par de horas vuelvo. Hoy me toca planchar en lo de los Paso.
No te preocupes, hace todo lo que tengas que hacer, yo me arreglo.
Cualquier cosa llamame
Mercedes besó a su hija y su nieta por última vez y se alejó con los ojos vidriosos. Ella se quedó durmiendo a la niña y casi se duerme, aletargada por la calidez del hogar y su nuevo cuarto exclusivo para las dos. De repente reaccionó como si recibiese un cachetazo de realidad que le propinó algún recuerdo del hogar, que no siempre era tan calido. Se levantó cautelosamente para no despertar al bebé. No tenía mucho tiempo. Salió corriendo rumbo al galpón donde solo ella sabía que su padre guardaba sus ahorros. Tomó la mitad del dinero y el reloj de oro que su abuelo le había dado a su padre y este le mostraba cuando estaban solos, prometiendo que algún día sería de ella. Envolvió a su hija en una frazada y cargó el chango de las compras con un exiguo equipaje. Solo tomó un  par de cosas, para no llamar demasiado la atención. Algo de ropa, una frazada, dos mamaderas, una con agua y otra con leche, pañales y todo lo que le habían dado en el hospital (compadeciéndose de mi, una pobre putita, pensó) – El primer boludo que la agarró la preñó. La escuchó decir a su madre, chusmeando por teléfono con alguna cotorra del pueblo. No es ningún boludo, es un perverso hijo de puta, y no era la primera vez que la “agarraba”, pero ella no tenía el valor decir la verdad. ¿Quién  le iba a creer? A una putita embarazada a los 14 años. Fue por temor, fue por amor. Si contaba todo hubiese sido peor, pensaba, la vergüenza y la miseria se hubiesen apoderado de la casa y la familia ya no sería tal. Mejor así. Las dos solas. Juntas empezando una vida nueva, sin pasado, solo futuro.
Al hospital de Moreno llegó, literalmente, sobre rieles. Al tren de Mar del Plata subió sin boleto y arregló con el guarda por la mitad de precio. Desinfectó, con alcohol en gel, el que parecía menos mugriento de los asientos triple, tapó con bolsas de nylon la rendija que quedaba en la ventana chueca y se acostó junto a su hijita, envueltas en la frazada, mirando hacia el respaldo del asiento. Durante el viaje, la bebé se  portó increíblemente bien. A diferencia de su madre, casi ni lloró. Una vez en Constitución se sumergieron en una serie túneles, escaleras y combinaciones de un subterráneo sofocante y atestado de ganado humano que no escucha ni ve, sigue la marea que los va repartiendo en diferentes túneles, cual cinta transportadora clasificando mercancía. Se perdieron varias veces en esos túneles hasta que por fin llegaron a Once. Entró el primer vagón y se ubicó casi en el limite con el coche furgón, desde donde veía a toda esa fauna inédita para su mirada de pueblo chico. Bebiendo y drogándose descaradamente si que ello le importase a nadie. Eso le atemorizaba, pero cierto morbo o curiosidad, no le permitía despegar la vista de allí.  Así que ahí se quedó, con el chango a cuestas y el bebé en brazos junto al primer asiento, “reservados para discapacitados, embarazadas y personas con movilidad reducida” donde un hombre joven, bien vestido, aparentemente sano y fuerte, parecía dormir. Desde el furgón, se escucho un vozarrón fuerte y claro: ¿No hay ningún caballero en ese vagón? ¡Hay una mujer con una criatura en brazos, che! ¡No se hagan los dormidos y muevan el culo, loco! Esa fue la primera vez que le dijeron Mujer. El “dormido” se levantó, exagerando su estado de somnolencia, cedió su asiento y se alejó pidiendo disculpas. Así fue como su otrora tan deseada primer visita a la Capital, transcurrió cruzándola de punta a punta bajo techo, sin ver el cielo, a no ser a través de la ventanilla del tren.
En el estacionamiento del Hospital de Moreno, buscando un final feliz a esta aventura que comenzó siete horas atrás, madre e hija esperan a la única integrante de la familia que llegó a ser “alguien”. Clarita se fue del pueblo para estudiar enfermería en Buenos Aires y solo volvió tres años después con el titulo bajo el brazo, en este mismo coche desvencijado frente al cual están ahora esperándola. Eso fue el año pasado y nadie volvió a tener noticias de Clara. Solo a ella le dijo que había conseguido trabajo en este hospital y que la buscase si necesitaba algo pero que no le cuente a nadie. Se lo hizo jurar y ella cumplió. Después, Clara habló largo rato a solas con su padre y nunca la volvieron a ver. Al día siguiente de su partida, estando solos en la casa, el padre la llevó al galpón, le mostró el reloj de oro y le dijo que la tradición familiar era darle el reloj al primogénito, pero como Clara no se lo merecía, porque ya no formaba parte de esta familia, este iba a ser de ella, si sabía guardar el secreto y no le contaba a nadie sobre sus juegos en el galpón.
No quiso entrar al hospital. Se consideraba una fugitiva y no quería llamar la atención. No había dudas que este era su auto. El auto del pobre es fácilmente identificable porque no hay dos iguales. Un auto verde, con capot negro, una puerta roja, picado por el oxido en cierto rincón. No hace falta recordar la patente. Este era, sin dudas, el auto de Clara. Solo era cuestión de tiempo. Alguien le dijo que faltaban dos horas para el cambio de guardia. En dos horas se reuniría su nueva familia. Así que se sentó en la mesa del bar junto a la ventana con vista al Peugeot de Clarita a esperar, café con leche mediante, el inicio de una nueva vida.
Cuando vio que dos extraños subían al auto de su hermana, salió corriendo llevando consigo solo a su hija en brazos. Los alcanzó al salir del estacionamiento y se cruzó de golpe ante el auto, pidiendo por favor, desesperadamente hablar con sus ocupantes. Al preguntar por su hermana, el que manejaba le explicó que Clarita le había vendido el coche, se había casado e ido a vivir a Mar del Plata, sin dejar datos donde poder encontrarla.
Volvió por sus cosas al bar, desahuciada, pensando y haciendo cálculos en como desandar el camino recorrido y cuanto le costaría. Calculando que posibilidades tenía de encontrar a su hermana en una ciudad como Mar del Plata. Pensando en que iba a tener que pasar por su pueblo, cosa que temía no soportar, aunque solo lo vería a través de la ventanilla del tren. Calculando si el efectivo le alcanzaría para llegar a Mar del Plata y cuanto le darían por el reloj. En el bar se encontró con la cuenta, la frazada y la mamadera que estaban en la silla pero sin el chango con la ropa, los pañales y el reloj de oro. Tuvo que cambiar el último billete de cien pesos para pagar el café con leche. Por no saber que hacer, volvió al estacionamiento y descargó el llanto contenido. Lloró hasta secarse, con su hijita envuelta en la frazada, sobre su regazo. De pronto un auto estacionó bruscamente cerca de ella y bajó de el una pareja joven, ella embarazada y ambos atolondrados y con prisa, rumbo a la guardia.
¡Esperá que agarro el  bolso!
¡Dejalo ahí! ¡Ahora no lo necesito!.
Bueno, te llevo en la guardia y lo vengo a buscar.
Al notar que no cerraron el auto con llaves, una idea se le cruzó por la cabeza y las lagrimas volvieron a brotar. Se levantó y encamino hacia el auto.
Acá te van a cuidar, mi amor, te van a dar todo lo que necesites hasta que yo me acomode. En cuanto el hombre vuelva a buscar el bolso te va a ver y te va a llevar a la guardia. Las dos solas no podemos. En cuanto consiga trabajo te voy a venir a buscar. No tengo ni para pagar una noche en un hotel barato. Ya vas a ver, voy a alquilar una piecita y vamos a empezar una vida nueva. Vos y yo, nada más. Desde cero. Solo necesito unos días para juntar plata y venir a buscarte. Acá te van a cuidar bien. En cuanto pueda te vengo a buscar y no nos volveremos a separar nunca mas. Te amo, te amo más que a nada en el mundo. Una semana, nomás... hasta pronto, te amo, te amo, te amo, te amo...
Abrió la puerta y recostó a su hijita, durmiendo, envuelta en una frazada y con la mamadera a su lado, junto al bolso que en cualquier momento vendrían a buscar, cerró muy suavemente, y se quedó esperando al resguardo de las sombras. Cuando vio como el muchacho, espantado, salía de su coche con el bolso y su bebé en brazos rumbo a la guardia, esperó que entrara, salió a la luz y comenzó a caminar hacia la estación del tren. Al perder de vista el hospital, rompió en un llanto histérico, que termino en vomito, dejándola exhausta. Se limpió, entró en la estación, compró una petaca de wisky, puchos y se subió al furgón.
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