domingo, 30 de diciembre de 2018

Raul Mauro Finocchiaro - El Caso del Doctor Crippen.

Este fue –y es- considerado uno de los sucesos criminales más famosos desde su perpetración en 1910 en Londres (por entonces el ombligo del mundo).

Harvey Hawley Crippen y Belle Elmore
El presente trabajo no tiene la intención de constituir por sí una novela de misterio, por lo que ya mismo se hará la supersíntesis de la historia real: El médico Harvey Hawley Crippen asesinó a su esposa Cora (ambos estadounidenses, pero residentes en Londres desde 1900) en la noche del 31 de enero al 1º de febrero de 1910 por causa de: I) la pésima relación existente entre ambos, II) otra mujer que ya era la amante de Crippen y III) la probable discusión sobre el destino de los fondos matrimoniales ante un eventual rompimiento legal. El crimen fue descubierto cinco meses más tarde; Crippen fue buscado y arrestado unos días después; el proceso duró tres días en octubre y el jurado demoró algo más de media hora en dictar el veredicto de culpabilidad; condenado a la horca la ejecución tuvo lugar el 24 de noviembre en la renombrada cárcel de Pentonville.
Ahora bien, lo antes descripto ocurrió hace un siglo. No queda con vida ninguno de quienes fueron partícipes o espectadores del drama. La pregunta que legítimamente puede hacerse el apreciado lector es ¿a santo de qué el autor de este trabajo lo trae a cuento? ¿es acaso síntoma de demencia? Me apresuro a aclarar, en defensa propia, que no creo que la demencia senil tenga algo que ver, por lo menos en junio de 2011, que es cuando estoy elaborando la segunda versión, con actualizaciones.
Sí subsisten las primitivas razones: hay dos consecuencias directas emergentes del drama y una indirecta. Las dos directas son: el tema del doctor Crippen está registrado como el primero, sin que quepan dudas, en que un invento reciente para tal época –la telegrafía sin hilos- sirvió para la captura de alguien que estaba huyendo con éxito y que, en época anterior, hubiera escapado al accionar del Estado. La segunda, con estrecha vinculación aunque no fue la primera, es que resultó de las primeras en que una brillante labor de los laboratorios ayudó decisivamente a la identificación de la víctima.
En cuanto a la indirecta la dejaré para el final, pues exige un cierto desarrollo. De todas maneras, no hace a este caso sino que, como algo no querido, con base en  este drama, se expande en otros ámbitos con consecuencias a nivel mundial particularmente en el mundo de la literatura de habla inglesa, aunque no limitada a dicha lengua.
Veamos pues la historia del protagonista excluyente: Harvey Hawley Crippen nació en Coldwater, un pueblecillo del Estado de Michigan, en el distrito de los Grandes Lagos de Estados Unidos en 1862, esto es, en plena Guerra de Secesión.
Único hijo de una familia protestante, pasó su niñez, adolescencia y primera juventud en su lar natal. Se lo recordaba como un alumno muy bueno, por momentos brillante, de carácter afable y muy cortés. Hacia 1883 había obtenido un diploma de médico que extendió a especializaciones en Odontología y Otorrinolaringología.
Poco a poco, se fue inclinando a la medicina naturista (lo que nosotros llamamos homeopatía), lo que ejerció en los Estados vecinos al suyo. En uno de ellos, Utah, conoció a quien sería su primera esposa, el matrimonio duraría poco pues ella falleció en 1892, como consecuencia del parto de su primer hijo que sería el único.
Así tenemos al doctor, joven (30 años), viudo y con un hijo recién nacido. Decidió entonces cambiar de aires, dejó al niño al cuidado de sus suegros y se trasladó a la costa este del país, esto es, New York  y New Jersey. Ya no volvería a sus pagos.
En los años siguientes, el futuro asesino adquiriría cierta nombradía en su profesión, en los dos Estados y también en Canadá, en todos estos lados promovió medicamentos homeopáticos del Laboratorio Munyon, con el cual iniciaría una larga relación.
Entretanto, había conocido a quien sería su segunda esposa y, a la postre, víctima. Unos cuantos años menor que él,  tenía ascendencia rusa, polaca y alemana. Su nombre de origen era Kunigunda Mackamovsky que ella cambió por el de Cora Turner y luego utilizó el de Belle Elmore, para una carrera de cantante lírica en la cual nunca pudo destacarse. Era ferviente católica, punto que resalto porque sería decisivo en un momento crucial que luego explicaremos.
Así las cosas, Crippen contrae matrimonio y sigue aquilatando méritos profesionales; hacia 1900 el Laboratorio Munyon, de capitales americanos, decide presentar sus productos en Gran Bretaña y le ofrece a nuestro hombre tener a su cargo tal labor, lo que implicaba radicarse en Europa, específicamente en Londres y desde allí dirigir la operación. El salario ofrecido –y aceptado- era de 25.000 dólares anuales el que, para la época era una cifra mucho más que muy buena, casi principesca. De tal forma, el matrimonio cruza el océano hacia la capital del Imperio Británico la que, una década después, se convertiría en la tumba de ambos. Luego de un par de mudanzas, se afincan en el 39 Hilldrop Crescent, Camden Road, Holloway; esta residencia –en el norte de la ciudad- sería el teatro en el que tendría lugar el drama.
En la organización de su oficina, Crippen contrata a una muchacha como Secretaria quien, poco más tarde, renuncia para casarse. Entonces recomienda como reemplazante en su puesto a su hermana, cosa que es aceptada por su afable jefe. Es así como Ethel La Neve (un poco mayor que su hermana, es decir muy joven y anteriormente artista de “vaudeville”) entra en la vida de los Crippen.

Ethel La Neve
El paso del tiempo haría que el carácter de Cora Turner derivase de la acritud hacia la irascibilidad; para ello contribuía su padecimiento de cólicos renales que no mejoraba con tratamiento alguno. Este tópico cobraría relevancia especial en un momento preciso de la tragedia. Por otro lado, ella se enfrentaba a la realidad inconcusa de que, en el canto lírico, no obtendría notoriedad. Andando el tiempo, contribuiría a la fundación de una mutual para artistas de segundo y tercer orden –principalmente de origen norteamericano- entidad a la que dedicaría sus mejores esfuerzos y cuyos integrantes llegarían a ser sus verdaderos y únicos amigos.
En el ínterin volcaba su ya declarado despotismo sobre su marido, a semejanza de la historieta “Trifón y Sisebuta” que por tantas décadas aparecería diariamente en el vespertino “La Nación” de estas pampas.
Claro está que el médico aportaba lo suyo para la configuración de la tragedia en ciernes; mientras los años acentuaban las entradas en su abundosa cabellera y su físico viraba de lo delgado a lo grueso, los cristales de sus lentes al agigantar sus ojos le daban un aspecto de perpetuo asombrado, remarcado por la espesa barba. Empero, en algún instante indeterminado su Secretaria se ha convertido en su amante, circunstancia mantenida con alguna discreción.
En 1908, Cora convence a su marido para que financie un espectáculo musical con ella como una de las figuras principales para la parte de canto lírico. Este emprendimiento resulta un fiasco artístico y económico con consecuencias impensadas.
En efecto, esto coincide con una merma de la evolución de los productos de Laboratorios Munyon en su inserción en el mercado británico; los dirigentes atribuyen el retroceso a la otra circunstancia y la conclusión es previsible: Crippen es removido de su puesto, la relación laboral de 16 años ha concluido a principios de 1909.
Aunque el médico no quedó en situación de ir a pedir limosna, el golpe fue muy duro. El sueldo que percibía no era fácil de obtener en otro lado, sus finanzas no eran florecientes pues su esposa había sido siempre adicta a la vestimenta y alhajas finas y para peor, era ella la que tenía “los cordones de la bolsa” Además, su puntuación como estudiante universitario en los Estados Unidos no le permitían la reválida automática en Gran Bretaña y no se sentía con ánimos para intentar la reválida estudiantil.
Cora Turner inicia otra actividad que es manejar una suerte de pensión para artistas norteamericanos, aprovechando la amplitud de la vivienda conyugal pero, al parecer, ella con unos cuantos años menos que su marido incorpora otro “servicio” para los huéspedes, uno que las damas brindan con una cama. Esto da origen a un episodio sobre el cual volveremos en su momento.
De esta forma estaban dadas las cosas cuando se inició el año 1910, donde todo se precipita.
El 31 de enero los Crippen reciben en su casa a otro matrimonio amigo, con el cual comparten la cena y luego juegan un rato a los naipes, los visitantes se retiran alrededor de las 22. A partir de entonces, nadie volvió a ver con vida a Cora Turner o Belle Elmore.
No fue que su desaparición hubiese causado un revuelo, ya se dijo que la señora Cora no gozaba de gran popularidad en el vecindario ni tampoco tenía gran número de amistades.
Donde sí la estimaban era en la Mutual; ese grupo fue el primero en sentir desconcierto y alarma ya que el 2 de febrero tenían una importante Asamblea y, ese día llegó una nota manuscrita –firmada por ella- presentando su renuncia por motivos de salud y anunciando que por la misma razón partía a los Estados Unidos.
Y no era para menos: para empezar, la letra de la esquela difería manifiestamente de la caligrafía de Cora que ellos conocían de sobra. Lo segundo y preocupante todavía más: ya para ese momento el teléfono si bien distaba de ser de uso popular era bien conocido y la ausente era usuaria casi adicta, muy fácil para ella hubiera debido ser utilizarlo para hablar con al menos uno del grupo para explicar con sencillez las razones de su conducta.
Los miembros se apresuraron a solicitarle a Crippen mayores precisiones, éste reiteró el argumento y avisó que su esposa estaba muy enferma, ante nuevas presentaciones informó primero de un empeoramiento y luego del deceso.
La pesadumbre de los mutualistas fue grande (recordemos que ellos realmente apreciaban mucho a Cora Turner) y requieren del supuesto viudo datos de su sepultura para enviar un presente floral –servicio que ya era existente y conocido entre Gran Bretaña y Estados Unidos-  y aquí Crippen cometió un error garrafal: anotició que ¡no había tumba pues la difunta había sido cremada! Y eso por voluntad de la propia fallecida…
Si volvemos a las primeras líneas de la presentación de la personalidad de Cora Turner repararemos en que ella era ferviente católica. A principios del siglo XX la Iglesia Católica mantenía una férrea oposición a la cremación, la que prohibía a sus seguidores. Cora se había expresado categóricamente en contra de esa práctica  ¡y  todos los de la Mutual lo sabían!
Para más, en esas entrevistas con el médico algunos de los artistas (no creo equivocarme si supongo que las integrantes del grupo femenino) advirtieron la presencia de Ethel La Neve en la casa usando joyas y hasta ropas que identificaron como propias de la dueña de casa.
Con ese cuadro de desorientación para los únicos que “pataleaban” para aclarar el destino de Cora fue corriendo el tiempo, los días se hicieron semanas y éstas, meses.
En mayo la suerte empezó  a tomar un sesgo decididamente en contra del siempre cortés doctor: retornó a Londres un matrimonio de actores estadounidenses de apellido Nash, quienes desde un año atrás estaban en gira teatral con una compañía inglesa por diversas ciudades del Imperio.
Los Nash eran parte del grupo de la Mutual, a la que se reincorporaron de inmediato y también de inmediato fueron  impuestos de los acontecimientos. Los retornados hicieron suyos los sentimientos de sus camaradas pero, a diferencia de éstos, eran mucho más decididos…y tenían mejores contactos.
Solicitaron información a gente en Michigan (tierra natal de Cora) y a California (domicilio para ese momento de la escasa familia de la desaparecida). Las respuestas fueron rápidas, precisas y concordantes: nadie había visto a Cora ni a alguien de apariencia parecida; tampoco estaba  registrado el deceso en esos Estados.
Con estos datos en la mano, los Nash golpearon a la puerta de Scotland Yard y consiguieron ser atendidos por uno de sus oficiales de Investigaciones, el Inspector Jefe Walter Dew. Le expusieron con detalle la situación, al parecer con suficiente elocuencia y el policía decidió iniciar una investigación.
Así es que el 9 de julio a la mañana Dew se hizo presente en el 39 Hilldrop Crescent, atendido por Crippen mantuvieron una entrevista que duró varias horas y durante la cual compartieron un frugal almuerzo.
Tal como surge de lo declarado durante el proceso y de las anotaciones del propio Dew, Crippen le “confiesa” que, en realidad, su esposa lo ha abandonado y él por vergüenza ha esgrimido la argucia de su marcha, enfermedad y muerte.
El inspector se inclinó por aceptar lo dicho; parece evidente que él ya sabía –y contado por la gente de la Mutual- del episodio en el cual el médico echó de su casa a punta de revólver al pensionista americano sorprendido en la cama con la dueña de casa. De otra manera, no se advierte porqué habría de aceptar tan singular argumento, esto más allá de la excelente impresión que a Drew le causara Harvey Crippen. 
Lo cierto es que el policía se retiró satisfecho aunque, después, su experiencia le hizo sentir un “pálpito” que le dijo que algo no cerraba, que en el escenario algo había fuera de lugar. Ubicó la falla al día siguiente: para ser una mujer que había decidido su propia huída, Cora Turner parecía haberse ido con lo puesto. En su amplísimo vestuario no se advertía faltante o sea la mujer había abandonado una fortuna en vestimenta.
Meticuloso como era, Dew ubicó ese punto oscuro el día 10, por lo que el 11 a la mañana ya estaba otra vez frente a la residencia. Ahí se llevó la primera gran sorpresa, fue atendido por la mucama quien le hizo saber que el 9, horas después de la visita del Inspector, la pareja residente (Crippen-La Neve) había salido de la casa con maletas hechas muy apresuradamente, lo que hacía suponer que su ausencia sería larga sino definitiva.
Ante tal sesgo, Dew se retiró para regresar a la tarde provisto de una orden de cateo, lo que nosotros conocemos como “orden de allanamiento”, con un grupo de colaboradores, empezó una prolija revisión del inmueble, lo que continuó todo el 12, sin novedad alguna.
Es el 13 a la tarde cuando el brusco viraje de la situación, hizo saltar el tema a la primera plana de la prensa londinense (que era decir el Imperio Británico y todo lugar de habla inglesa), lugar que no abandonaría hasta noviembre cuando el homicida es ejecutado.
En la leñera de la residencia, los investigadores observaron que en un sector del piso cubierto por diversos enseres,  el cementado era bastante más nuevo que en el resto del recinto. Excavando, rápidamente dejaron al descubierto restos humanos en avanzado estado de descomposición. Era la mayor parte de un torso humano, faltando la cabeza y las extremidades –nunca encontradas- y muy atacado por substancias abrasivas, al punto que un lego no podía determinar a simple vista su sexo.
Comenzó entonces “la caza del hombre”; la pareja llevaba más de cuatro días huyendo.
Rápidamente, las autoridades establecieron que Crippen se había afeitado la barba y los bigotes y que Ethel se había caracterizado como un muchachito. El rastro se siguió hasta Amberes, principal puerto belga y allí se perdía.
Aquí es donde tuvo lugar la primera consecuencia directa de todo este malhadado tema: las autoridades británicas emplearon el sistema de telegrafía inalámbrica para dirigir requisitorias hacia todas las naves (particularmente de pasajeros) que hubiesen partido de Amberes hacia el resto del mundo. El sistema todavía no era empleado en todo el mundo naviero, iba de todas las unidades nuevas hacia las más antiguas.
Y hubo suerte (buena para las autoridades británicas, mala para Harvey Crippen). El comandante de un paquebote de bandera inglesa –El Montrose- contestó de inmediato que dos de sus pasajeros respondían a las características reseñadas. El navío llevaba tres días viajando hacia Canadá de una travesía que insumiría en total 14 días; impuesto de estas noticias, el Inspector Jefe Dew abordó otra nave, “Laurentic” la que, pese a levar anclas con casi 4 días de diferencia, arribaría al mismo destino, Quebec, seis horas antes.
Volvamos atrás unos momentos: Es evidente que Crippen, obnubilado por el ataque de pánico que le provocó la visita de la policía, descuidó muchos detalles. Su alocada huída es una pequeña muestra, luego las circunstancias no lo favorecieron en absoluto. Él ignoraba todo lo relativo a la telegrafía, o no lo tuvo en cuenta o no tuvo elección alguna. Lo cierto  es que se lanzó a una corrida desesperada donde, hasta los pequeños detalles, le estuvieron en contra. 

En efecto, en el primer día de viaje del Montrose hubo un percance que no lo favoreció en absoluto; en un accidente que la jerga marinera conoce como “hombre al agua”, un tripulante cayó a las aguas, Ethel la Neve presenció de lejos el accidente y, a los gritos, dio cuenta del percance y demandó auxilio para el afectado. Este fue recogido sin mayores problemas, pero para quienes oyeron las voces, entre ellos el Capitán Kellog, quedó claro, bien claro, que la voz del supuesto muchachito era decididamente femenina. Esto hizo que el Capitán abriese un velo de sospecha sobre la dupla padre-hijo como figuraba en los papeles.

Como aditamento, Kellog matizaba las largas horas de navegación, donde todo funcionaba como un relojito y sobraban motivos para aburrirse, con la lectura de libros del nuevo rubro –las novelas policiales- así que su imaginación era muy vívida, aunque lejos de adivinar la naturaleza del tema que intuía como muy turbia. O sea, la pareja estuvo desde el inicio, bajo la luz de reflectores frente a los ojos de quien menos  les convenía que así fuese.

Las cosas siguieron el curso inexorable. Dew llegó tal como estaba planeado y se agregó al equipo de prácticos  que hubieron de conducir al Montrose desde la desembocadura del río San Lorenzo hasta su puerto final, Quebec. Queda a la imaginación de cada uno suponer lo que pudo sentir Crippen al verse de frente a su captor, justo cuando podía pensar que había terminado la odisea.

Un pequeño dato que habla de las costumbres de los pueblos y de los tiempos: Dew hizo el arresto desarmado (sí lo estaban el capitán Kellog y dos de sus oficiales). No hubo resistencia alguna y la pareja fue reexpedida a Gran Bretaña de inmediato en otro navío.

Ya en Londres, un prestigioso penalista de apellido Tobin fue contratado por Crippen. Desde el principio aconsejado por su letrado, el médico se mantuvo en obstinado silencio negando todo, hasta la identidad de la víctima.

Empero, la situación fue empeorando día a día. Los anátomo- patólogos dictaminaron que la víctima había sido sometida a un envenenamiento crónico de hyoscina, sustancia altamente tóxica aunque no había sido la causante de su muerte. Se ubicó una compra de ese producto por parte de Crippen  con una receta firmada por él en una farmacia londinense, en cantidad poco usual sin saberse de destino preciso.

En vida, la difunta había padecido de cálculos renales (recuerden las primeras líneas de este trabajo, donde se trae a cuento que Cora Turner había sufrido de cólicos renales durante bastante tiempo), dichos cálculos habían soportado la desvastadora acción de los ácidos y había gran cantidad de ellos no sólo en los restos del cuerpo sino impregnando la tierra.

Finalmente, los forenses en un resto de piel del abdomen ubicaron e identificaron una lesión correspondiente a una operación sufrida por la difunta años atrás. Esa lesión concordaba perfectamente con la cicatriz subsecuente fotografiada y explicada en su legajo clínico.

Cuando ya no quedaba duda que el trabajo forense convencería al jurado de que la víctima había sido identificada como Cora Turner, Tobin aconsejó a su cliente que se declarase culpable y pidiese clemencia. Crippen se negó a ello poniendo todo su esfuerzo en que su bienamada Ethel quedase fuera del proceso, aunque sin reconocer autoría alguna ni colaborar con la pesquisa.

El Inspector Jefe Dew aportó su opinión como perito, desarrollando la teoría de que el homicidio había sido cometido por Crippen disparando un balazo en la cabeza de su esposa con el revólver Colt 45, traido por el médico desde su tierra de origen, mostrado al amenazar al pensionista  en el meneado asunto de la infidelidad de Cora. Esto habría ocurrido en la madrugada del 1º de febrero, habiendo testigos que oyeron el estampido y visto que el arma secuestrada en la vivienda exhibía una cápsula disparada tiempo atrás. En cuanto al motivo, aparte del intento en marcha de envenenamiento crónico, la conjetura fue que Cora estaba moviendo la cuenta de matrimonio que ella administraba bien con la intención de huir con el dinero o bien para precaver que su marido lo hiciese él. Eso habría dado lugar a la fuerte discusión de esa noche (oída vagamente por más de un vecino) y a que Crippen perdiera los estribos y  adelantara para ese momento lo que tenía pensado para más adelante y de otra manera.

El médico se mantuvo en su obstinado silencio, preocupado sólo en que Ethel quedara fuera del proceso. Naturalmente, nada de eso lo favoreció –aunque el resultado final fuese ya inamovible- y el proceso en sí duró nada más que tres días,  el jurado a su vez insumió menos de una hora en emitir el veredicto de culpabilidad.

Condenado a la pena capital, el ahorcamiento tuvo lugar pasados los tres domingos de rigor, el 24 de noviembre en el patíbulo de la cárcel de Pentonville. 

Quienes fueron testigos, dijeron que Harvey Crippen subió los trece escalones con serenidad, sin dar evidencias de estar drogado y manteniendo la cortesía que le fue tan carácterística.

F    I    N

Datos accesorios

- Ethel La Neve quien, gracias a los esfuerzos denodados de Crippen no fue sometida a inculpación, dejó Inglaterra rumbo a Canadá el mismo día que el médico enfrentó el cadalso. En rigor, la mayor parte de los intervinientes (policías, gente de los tribunales, vecinos, periodistas)  pensaron siempre que dadas las personalidades de ambos, resultaba imposible que hubiese estado ajena a la trama. Más aún, un buen número de ellos apostaban a que la ideóloga fue ella.

Un buen ejemplo para juzgar su personalidad la da esta circunstancia: años después retornó a Inglaterra con otro nombre (luego de un probable paso por Buenos Aires en 1914, integrando un equipo de “vaudeville”, el que hubo de abandonar la ciudad en agosto, con motivo del inicio de la Gran Guerra); allí conoció a un Contador Público  con el cual se casó, tuvieron un par de hijos y él falleció de muerte natural siendo joven. Ella nunca le reveló su verdadero nombre y, mucho menos, su relación  con el célebre homicida. Muchos años más tarde, a comienzos de los 60, una escritora y periodista británica logró ubicarla, luego de una esforzada búsqueda, con idea de obtener su palabra y opiniones sobre el antiguo caso.

Ethel, una anciana para entonces, se negó en redondo rechazando incluso un interesante ofrecimiento dinerario. Pese a la negativa, nació una especie de semi amistad entre ambas mujeres, plasmado en varios encuentros para tomar el té. Ethel le relató, con cargo de mantener el silencio mientras ella viviera, el encuentro que tuvo con Crippen faltando pocos días para la ejecución.

También le mostró algunas de las cartas que el convicto le remitiera durante ese lapso, prólogo del final. Se advertía fácilmente que Crippen en momento alguno mostró arrepentimiento o lamento por lo hecho. Sí  deploraba el haber fallado, el saber que nada juntos sería posible. Por otro lado, albergaba la esperanza de que en otra vida “en esa en la que él entraría muy pronto…” hubiese un reencuentro   donde todo habría de ser diferente. Las cartas de ella al condenado, al igual que una foto, fueron colocadas al parecer en el féretro por expreso pedido del ejecutado. 

Si el tal encuentro en el otro mundo hubo de tener lugar, ello ha sido en 1967, cuando Ethel La Neve cerró sus ojos para siempre, con 85 años de edad.

- El Inspector Jefe Dew se retiró de la fuera policial en noviembre de ese año, o sea pocos días antes de la ejecución.

- Alguien de quien no hemos hablado es el desdichado propietario del 39 Hilldrop Crescent. A partir de este suceso jamás pudo alquilar o vender el inmueble, situación que se mantuvo por ¡30! años. Singularmente, devino en su ayuda la Luftwaffe alemana, la que durante la llamada “batalla de Inglaterra” a fines de 1940 destruyó la casa y sus alrededores. 

– El Montrose fue radiado del servicio muy poco después por su antigüedad. Llevado a un cementerio naval para desguazar, se lo retiró de ahí para hundirlo con otros navíos y bloquear así un hipotético avance alemán sobre las Islas Wight, en el Canal de la Mancha al iniciarse la Primera Guerra Mundial. El último hombre del equipo especializado en ese trabajo en abandonar el paquebote llevaba el apellido Crippen…El tal avance germano no se produjo en esa guerra, sino al principiar la Segunda Guerra con ocupaciones de las islas hasta 1945.

- La “consecuencia indirecta” que anunciamos al inicio está dada en que la difusión periodística desde el  hallazgo de los restos humanos, llamó la atención de una jovencita residente en la ciudad de Torquay y la que no tenía en ese momento 20 años. Ella se hizo aficionada primero a la lectura de diarios sobre éste y otros temas policiales, luego a la literatura policial y finalmente, a la redacción de novelas policiales durante más de cincuenta años, lapso en el que amasó una fama y fortuna colosales. Naturalmente, me estoy refiriendo a Agatha Christie. Incluso tomó de este caso la parte de un hombre anunciando que su mujer estaba en tal lado, alguien que lo oye y no cree por lo que pide informes que destruyen tal aseveración marital y movilizan la investigación policial. No recuerdo en cual de sus 81 libros se inserta la argumentación. También con raíz en el “Caso Crippen” desarrolló amplios conocimientos en materia de venenos.
- De varios años a esta parte, circula en los Estados Unidos una corriente de opinión impulsada por descendientes del doctor Crippen, en punto a reivindicar su nombre. Toman como base una supuesta equivocación en la identificación de los restos y querrían la utilización de ADN. Las autoridades británicas han rechazado de plano la pretensión. 


Redacción originaria: noviembre de 1993.
Actualización y reescritura: 26 de junio de 2011.


   











 

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