martes, 11 de diciembre de 2018

Vampiros de la literatura del siglo XVIII

Aunque figuras y personajes vampíricos con diversos rasgos han aparecido en la mitología, la cultura oral y la literatura desde la antigüedad la primera aparición del vampiro literario moderno se produjo en las baladas góticas del siglo XVIII, saltando al ámbito de la novela con The Vampyre de Polidori (1819) y posteriormente se popularizaría como figura de los relatos de terror.
La historia de Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu resultó muy influyente en el género, así como para perfilar la imagen del vampiro gótico, pero sin duda la obra maestra y completa del género es Drácula de Bram Stoker (1897). 
Desde el siglo XX las historias de vampiros se han diversificado, no sólo aportando elementos nuevos, sino también introduciendo elementos de otros géneros como las novelas de suspenso, fantasía, ciencia ficción y otros géneros menos habituales. Además de las tradicionales criaturas no muertas bebedoras de sangre, el vampirismo se ha extendido a otro tipo de seres como alienígenas o incluso animales. Otros “vampiros” de ficción se alimentan de energía vital en lugar de sangre. 

La presencia de los vampiros en la literatura abarca un campo literario centrado en torno a la figura del vampiro y los elementos asociados a la misma, con diversas variantes. 

El mejor estudio académico realizado a la fecha sobre el origen real de los vampiros, donde se demuestra que la creencia surgió como tal a fines del siglo XVII en un reporte de la revista Mercure de France como criaturas de la imaginación marcadamente diferentes de otras en la historia, es el trabajo del investigador francés Koen Vermeir. 

La literatura vampírica hunde sus raíces en una fiebre sobre los vampiros que se extendió por Europa a principios del siglo XVIII, especialmente en el período entre 1720-1740. En diversos espacios comenzaron a moverse peculiares historias sobre exhumaciones de no-muertos, con testigos letrados y jurídicos titulados en varios lugares de Europa Oriental, como Arnold Paole en Serbia, durante el gobierno de la dinastía de los Habsburgo.​ Pero más allá de la superstición, el vampiro se abrió paso a las tradiciones folklóricas donde halló un terreno propicio para quedarse. 

Canciones sin autor evocaban sus hazañas en los países de Europa Oriental, cuando una revista alemana, editada en Leipzig consagró en 1748 un número dedicado a los vampiros. El vampiro no se refería a ninguna historia de muertos vivientes, sino la del valiente amante que amenazaba con galantería a su amada con convertirse en un vampiro y vengarse de ella visitando su habitación por las noches para demostrar que su amor era más fuerte que las cristianas enseñanzas.

Estas primeras canciones solían ser de temática amorosa y muestran a personas que regresan de la tumba para visitar a sus seres queridos y causar su ruina de una forma o de otra. No se trata tanto de un “contagio” vampírico como una magia póstuma bien producida por maldiciones o juramentos incumplidos los que provocan la aparición de los no muertos. En cierto sentido, se trata de una influencia de “la Danza de la Muerte” medieval, en la que ésta viene a buscar a los vivos sin importar su situación ni posición social.

Posteriormente es Gottfried August Bürger, el creador de la “balada artística” alemana y uno de los mayores representantes del movimiento conocido como Sturm und Drang, quien realiza el primer tratamiento literario de la superstición del vampirismo. 

Lenore

En Lenore, poema publicado en 1773, relata la historia de una joven, que al final de la Guerra de los Siete Años, se angustia por no tener noticias de su prometido. A medianoche golpean su puerta. Lenore desciende y reconoce enseguida a su amado, que viene a buscarla para casarse con ella; él la sienta en su caballo y galopan vertiginosamente a la luz de la luna, atravesando paisajes espectrales. La muchacha quiere saber por qué cabalgan tan rápido; el novio espolea y dice: Denn die Toten reiten schnell (“Porque los muertos viajan deprisa”) (que será citada por Bram Stoker en Drácula). 
Lenore responde: “Deja a los muertos tranquilos”. Cerca del amanecer entran a un cementerio; mientras el caballo avanza el novio va perdiendo su forma humana y el lecho nupcial se revela como el nicho en la que yace el esqueleto del novio. Un cortejo de espectros danza una ronda macabra y repite la tardía advertencia: “No hay que medirse con Dios.”

La Novia de Corinto

En 1797 Johann Wolfgang Goethe publica La Novia de Corinto, una expresión del conflicto entre paganismo y cristianismo. Los familiares de la mujer muerta en la historia son cristianos, mientras que el joven y sus parientes son paganos. Para escribir su historia Johann Goethe se basó en un episodio del “Libro de los Prodigios” de Flegón de Tralles, un autor griego del siglo I d. C. donde se narraba la historia de Filinea, una bella joven que, tiempo después de ser enterrada, fue sorprendida en el lecho de un extranjero llamado Macates. 
En la versión de Goethe, que presenta algunos puntos de contacto con el argumento de “La religiosa” de Diderot, publicada en 1796, la muchacha muere de pena porque sus padres no la dejan casarse y quieren encerrarla en un convento. Para vengar la dicha arrebatada, abandona por la noche el sepulcro, se presenta en la habitación de su prometido y, tras gozar con él como jamás lo ha hecho en vida, lo vampiriza. Cuando es descubierta, la muchacha vuelve a morir y sus parientes rompen la maldición quemando su cuerpo fuera de las murallas de la ciudad.
Algunos críticos sostienen erróneamente que Goethe pudo haberse inspirado en la historia de Menipo Licio y la Empusa, referida por Filóstrato en el libro cuarto de su “Vida de Apolonio de Tiana”, obra escrita en el siglo II d. C. Según Filóstrato, un joven filósofo, que se dirige de Cencreas a Corinto, se encuentra de camino con el espectro de una bella mujer fenicia. La dama lo invita a su casa y le promete que si se queda a vivir con ella, le dará de beber el mejor vino, cantará y bailará para él y ningún mortal se atreverá a molestarlo jamás. El joven acepta la propuesta y, luego de gozar de los encantos de la muchacha, decide casarse con ella. A la boda asiste, entre otros invitados, Apolonio, que se da cuenta de que la novia es una Empusa y que todo su atavío, como el oro de Tántalo del que habla Homero, es mera ilusión; desenmascarada, la Empusa llora y desea que Apolonio guarde silencio, pero él no se deja conmover y sigue nombrándola hasta que sus vestidos, su cuerpo y la casa misma, con todo lo que contiene, se desvanecen al instante. 

Lenore de Bürger 

Lenore de Bürger gozó de gran popularidad en Gran Bretaña hasta el punto de contar con siete traducciones, entre ellas una de Walter Scott e inspiró a Samuel Taylor Coleridge para su Christabel. 
Este poema de 1797 es la primera mención a los vampiros en la literatura inglesa y cuenta la historia sobrenatural de una muchacha que vive en un castillo gótico en compañía de un padre que añora a su esposa muerta. Una noche, en medio del bosque, Christabel encuentra a Geraldine, bellísima hechicera, que la convence de que la lleve a dormir a su alcoba. La joven se siente atraída por la extraña y mientras comparten el lecho, tiene un sueño en el que se ve vampirizada, al pie de un viejo roble por una mujer con ojos de serpiente. Por la mañana, su padre reconoce a Geraldine, en cuyo rostro cree descubrir a la hija perdida de un viejo amigo y se enamora de ella. Christabel, celosa de un amor que la excluye, ruega a su padre que eche a la intrusa, pero no lo consigue y acaba siendo despreciada. Coleridge publicó “Christabel” en 1816 sin haberlo concluido. Las reseñas en los periódicos de la época fueron principalmente negativas y apuntaron, sobre todo, a la ambigua esencia de Christabel, que no se parecía a ninguna de las heroínas conocidas. Un crítico anónimo se preguntó: “¿De qué trata todo esto? ¿Cuál es la idea? ¿Lady Geraldine es una hechicera o un vampiro? ¿Es un hombre? ¿Es ella, él o eso?”. La trama, con sugerencias de lesbianismo e incesto dejó, sin embargo, una profunda huella en la literatura inglesa del siglo XIX, como puede verse en “Carmilla” de Joseph Sheridan Le Fanu. La influencia de Coleridge sobre la narrativa vampírica se hizo sentir también a través de su famosa “Rima del viejo marinero”, incluida en el libro Baladas líricas que editó junto a William Wordsworth y Robert Southey, de la que se ha dicho que inspiró a Bram Stoker el viaje en barco de Drácula desde Turquía hasta las costas de Inglaterra.

Thalaba

Si bien Robert Southey, compuso su monumental poema épico Thalaba el Destructor, posteriormente a Coleridge (1797-1800), lo publicó antes. 
Oneiza, la amada muerta de Thalaba, el protagonista, se convierte en una vampira, aunque semejante suceso es secundario a la trama principal. 
Southey cuenta cómo el héroe penetra en la bóveda de su esposa Oneiza, durante una medianoche de tormenta, acompañado de su suegro. En un resplandor de azufre ve levantarse a la difunta del sarcófago, con las “mejillas lívidas”, los “labios azules” y “un terrible brillo en la mirada”. Aunque cuenta con un anillo mágico que le confiere poder sobre los muertos, Thalaba está a punto de sucumbir a su hechizo, cuando el padre de la joven atraviesa el “cadáver del vampiro” con una lanza. 
Según consigna el propio Southey en su edición anotada del poema, la escena se inspira en “Viaje al Levante” de Tournefort y en el famoso caso del vampiro Arnold Paole referido por el abate Calmet.  


Fuente https://es.wikipedia.org/wiki/Vampiros_en_la_literatura

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