martes, 11 de diciembre de 2018

Vampiros de la literatura del siglo XIX

Durante el siglo XIX continúan publicándose baladas góticas que utilizan la figura del vampiro. En su poema épico El Giaour, fragmento de un cuento turco (1813) Lord Byron alude al vampiro como figura trágica condenada a beber la sangre y a destruir la vida de sus seres queridos. Es posible que se basara en el poema recientemente publicado de Robert Southey. 

But first, on earth as vampire sent,
Thy corse shall from its tomb be rent:
Then ghastly haunt thy native place,
And suck the blood of all thy race; 

There from thy daughter, sister, wife,
At midnight drain the stream of life;
Yet loathe the banquet which perforce
Must feed thy livid living corse:
Thy victims ere they yet expire

Shall know the demon for their sire,
As cursing thee, thou cursing them,
Thy flowers are withered on the stem.


Pero la mayor contribución de Byron a la historia del género vampírico tuvo menos que ver con su obra literaria que con la dramatización de su vida. Una noche de verano de 1816, mientras pasaba una temporada en Villa Diodati cerca del lago Ginebra, acompañado de Percy B. Shelley, Mary Godwin, Claire Clairmont y especialmente John William Polidori, su biógrafo, secretario y médico privado, Byron desafió a los presentes a escribir una historia de fantasmas. 

El juego tuvo como consecuencia que el propio Byron terminara por convertirse, en virtud de una serie de equívocos y desplazamientos, a la vez en autor apócrifo y protagonista auténtico del primer cuento de vampiros de la literatura europea. La historia de Byron, que dejó inacabada, era un enigmático relato sobre el misterioso destino de un aristócrata llamado Augustus Darvell en su viaje a Oriente. 
John William Polidori tomó este relato de Byron y lo extendió y completó, constituyendo la base de El Vampiro (1819). La propia vida decadente de Byron se convirtió en el modelo del protagonista no muerto, Lord Ruthven, que muestra los rasgos del vampiro romántico: un atractivo aristócrata de astucia y encanto malignos, una criatura de tez pálida y hábitos nocturnos. En contraste, el vampiro del folklore popular era un monstruo horrible, hinchado de sangre, y nada atractivo. 
Supuestamente Polidori habría tomado el nombre de Lord Ruthven de la novela Glenarvon, de Lady Carolina Lamb. No obstante la moda de los vampiros no comienza a extenderse en Inglaterra hasta unas décadas después a raíz del éxito y difusión de la obra de Charles Nodier. 
Entre las muchas publicaciones populares cabe destacar el penny dreadful, o folletín por entregas de Varney el Vampiro o El Festín de Sangre (1845), obra de autor discutido, que durante dos años prolongó sus sangrientas aventuras en 109 entregas semanales y 220 capítulos. 
El protagonista vampírico, Sir Francis Varney, es el primer vampiro literario que adopta la escena clásica de entrar por una ventana para beber la sangre de una joven dormida. 
Durante el resto del siglo XIX los escritores ingleses siguieron contribuyendo al género en La verdadera historia de un vampiro (1894) donde el conde Eric Stenbock realiza una parodia de Carmilla. 
La buena Lady Ducayne de Mary Elizabeth Braddon (1896) asocia el género con la técnica de las transfusiones de sangre. 

Charles Nodier, precursor del romanticismo y que tradujo al francés el relato de Polidori, escribió una secuela no autorizada de la historia titulada Lord Ruthwen ou les Vampires (Lord Ruthven o Los Vampiros) (1820), un melodrama teatral escrito bajo el seudónimo de Cyprien Bérard. 

Esta versión tuvo una gran popularidad en gran parte de Europa y convirtió al vampiro en la figura de Lord Ruthven en personaje de comedias, ballets, óperas y otros espectáculos como el Polichinela vampiro estrenado en el Circus Moris en 1822; relacionado con el auge paralelo del vaudeville, en el período posterior a la Restauración postnapoleónica. También sería adaptado al inglés por James Planché como El Vampiro o la Novia de las Islas (1820), ambientado en Escocia o en la ópera alemana Der Wampyr del compositor Heinrich Marschner, que situó la historia en Valaquia. Charles Nodier había vivido durante un tiempo en Liubliana, capital de las Provincias Ilíricas (actual Eslovenia), donde había conocido varias leyendas eslavas. A su regreso a París tras la caída de Napoleón Bonaparte, se ocupó de difundirlas a título de curiosidad en un pequeño volumen titulado Infernaliana en 1822.

La moda de los vampiros en Francia debe mucho a la Disertación del abad Calmet, un ensayo sobre los rumores sobre vampirismo y muertos vivientes de Europa Central y Oriental aparecido en 1746. 

Prosper Mérimée publica en 1827 La Guzla, un volumen recopilatorio de leyendas con un capítulo dedicado al vampirismo. 
Théophile Gautier describe en La muerta enamorada (1836) a la mujer vampiro como una mujer fatal, un elemento reiterado en poemas y escritos posteriores. 

Otro autor francés que se une a la moda del género es Alexandre Dumas padre, presente en el célebre estreno del Vampiro de Nodier y Carmouce en el Théâtre de la Porte Saint-Martin en 1820. 
Dumas padre publica en 1849 La dama pálida, donde describía un castillo situado en los montes Cárpatos, habitado por un vampiro en el marco de una historia novelesca, que perdería varios fragmentos en sucesivas reimpresiones. 

En 1865 Paul Féval publica La vampira, basada en un relato anterior de 1825 del barón de Lamothe-Langhon. En la novela de Féval se mezclan hechos históricos con las peripecias de una extraña mujer que se desdobla para disimular su vampirismo. 
Féval continúa tratando el tema en otros relatos como El Caballero Tenebroso (1860), La Ciudad de los Vampiros (1867)  
Por su parte Guy de Maupassant escribió en 1876 El Horla cuya historia se ambienta con la presentación de un caso clínico, que en la incipiente ciencia psiquiátrica el siglo XIX comienza a ser considerado como un síntoma de perturbación mental. Marie Nizet en El capitán vampiro, muestra a un oficial ruso, Boris Liaotukine, como vampiro. 

El romanticismo alemán también utiliza la figura del vampiro, representado en el relato de E. T. A. Hoffmann, titulado Vampirismo (1819), incluido en una antología y Deja a los muertos en paz (1823) de Ernst Salomo Raupach. 

Por su parte Ludwig Ritter escribe El vampiro o La novia muerta, basado en la adaptación de Charles Nodier de El Vampiro de Polidori. En 1884 Karl Heinrich Ulrichs escribe Manor, en la que por primera vez el vampirismo aparece como una metáfora directa de la homosexualidad masculina.

El motivo de la mujer amada difunta también se extiende a los Estados Unidos en el siglo XIX. El relato más antiguo es Berenice de Edgar Allan Poe (1835). En El Misterio de Ken (1883) Julian Hawthorne traslada la leyenda a Irlanda, asociándola con el mito de La Llorona, muy popular en México y en el sur de los Estados Unidos. Francis Marion Crawford utiliza el tema de la novia difunta en Italia, vinculando al vampiro con la idea de una sustancia maldita, inaprensible y sin contornos. 


En los países de Europa Oriental, el mito del vampiro también es tratado por varios autores, en el marco de la recuperación folklórica producida por la efervescencia nacionalista del siglo XIX, aunque estos relatos literarios raramente trascienden sus fronteras. Destaca el autor serbio Milovan Glišic.
En 1835 el ruso Nikolái Gógol publica El Viyi, tomando muchos elementos del folklore de su país, presentando la ignorancia y la pobreza como causa de la superstición. 
El relato de Alekséi Konstantínovich Tolstói, Upiros, fechado en 1841, es una farsa cruel y apocalíptica de la aristocracia rusa, cuyos miembros decrépitos viven de baile en baile, celebran orgías criminales en la soledad de sus castillos y se nutren de la sangre de sus hijos. También escribió La familia del vurdalak, que aunque adopta los rasgos del relato de terror, no puede abstraerse de ciertos elementos paródicos.

Sin embargo, los elementos decisivos y la fama que configuran el género vampírico tradicional proceden de autores irlandeses. El primer autor irlandés que contribuye al género es Charles Maturin que publica Melmoth el errabundo (1820) con influencias de Goethe y Byron. Melmoth no es un vampiro tradicional, sino más bien un ser inmortal angustiado por la carga de los años, y que está inspirado en la figura legendaria del Judío Errante.

Entre los autores irlandeses también destaca Joseph Sheridan Le Fanu, autor de relatos sobrenaturales y en especial su novela Carmilla aparecida entre 1871-1872 en una revista londinense, un relato cargado de fascinación erótica lésbica y que motivaría sucesivas adaptaciones cinematográficas en el siglo XX, convirtiéndose en uno de los relatos más famosos y conocidos del género.
El relato de “Carmilla” está ambientado en el ducado de Estiria, que recoge la experiencia de una joven aristócrata que es seducida paulatinamente por una mujer vampiro que bebe lentamente la sangre de sus víctimas hasta matarlas. El tono erótico contiene una carga sexual muy sutil, mostrando que la no muerta está encadenada a su pasión prohibida de la misma forma que al deseo de sangre. El relato, aparte de estar ambientado como un testimonio personal de la protagonista, posee varios elementos extraídos del folklore popular, como los amuletos contra los vampiros, el horario nocturno o la estaca utilizada para acabar con su vida. Una novedad introducida en el relato y que en ocasiones será utilizada en el género cinematográfico es que Carmilla está obligada a utilizar su nombre con todas sus letras, aunque tenga que cambiarlo para ocultar su identidad: Carmilla-Mircalla-Millarca.


Dracula (1897) del autor irlandés Bram Stoker ha sido considerada como la obra cumbre de la literatura de vampiros, reuniendo en sí muchos elementos de las obras vampíricas del siglo XIX en un conjunto coherente y unificado. En la novela el vampirismo es tratado como una enfermedad sobrenatural (una especie de posesión demoníaca contagiosa), con insinuaciones eróticas, sangre, muerte y un estilo marcadamente victoriano, donde enfermedades como la tuberculosis y la sífilis eran muy conocidas y temidas. Una década antes, en 1888, Jack el destripador y sus asesinatos de prostitutas habían creado un ambiente muy proclive a los relatos sangrientos.

El nombre del Conde Drácula (al que Stoker había pensado inicialmente llamar Conde Wampyr o Conde de Ville, pero lo desechó por demasiado obvio), fue inspirado por un personaje real e histórico, Vlad III Draculea, también conocido como Tepes (El Empalador), un destacado voivoda valaco del siglo XV. Sin embargo, el personaje literario de Stoker posee varias diferencias importantes. No es un noble valaco, sino szekler, y su castillo está situado en el Paso del Borgo en Transilvania, y no en Curtea de Arghes, en Valaquia, donde gobernó. Stoker introdujo en su novela abundantes referencias folklóricas, como el horario nocturno, la tierra profanada, y aportó otros elementos de su cosecha, relacionando al vampiro con los murciélagos bebedores de sangre de Sudamérica.


Stoker se inspiró en muchas obras vampíricas anteriores, como Carmilla, en varios mitos y leyendas de Europa Oriental así como el personaje histórico del voivoda valaco. Como el autor Le Fanu, creó seductoras mujeres vampiro como Lucy Westenra. En la novela también aparece una gran aportación al género vampírico: el cazador y experto en vampiros Abraham Van Helsing, que junto con Drácula se convertirá en un arquetipo de personajes similares en el género. Concluida la novela en 1897, Stoker la envió a su hermana, que la consideró “espléndida”. Pronto se convirtió en un rotundo éxito literario, adaptándose poco después al teatro y al cine. 


Fuente https://es.wikipedia.org/wiki/Vampiros_en_la_literatura 

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