lunes, 8 de octubre de 2012

Marcelo Hartfiel - Dardos


¡Como se nota que está al reverendo pedo!  Todo el día, todos los días, rompiendo las bolas con esos putos mensajes psicópatas. Dardos venenosos que viajan por el éter rastreando, persiguiendo, asechando, buscando el punto débil. Por eso no contesto más a sus provocaciones, para no incentivarla, porque es una forma de decirle – ¡Si, diste en el blanco! Y entonces viene la seguidilla de mensajes del tipo Bicho Geográfico, esos parásitos que suele haber en las playas brasileras que escarban en donde el primer dardo abrió una herida y te va comiendo por dentro. - No le voy a dar ese gusto, no voy a caer en su juego, me digo a mi mismo. Pero el último dardo de hoy me alcanzó en el furgón y dio justo en el blanco, ya inoculó su veneno y empieza a surtir efecto. Tengo algunos antídotos para aliviar sus efectos y acá, en el furgón, les puedo aflojar la rienda. Así que me pido una cerveza y armo un porro. El viaje es largo y antes de que el tren cruce la General Paz se empieza a sentir el efecto de los antídotos. Pero... siempre hay un pero; a veces el “remedio”, aunque atenúe los síntomas, también da ínfulas que sobrevaloran mi verborragia y me hacen pensar que puedo salir victorioso en un enfrentamiento de dardos virtuales. Entonces preparo mi ataque, lo tipeo en el teléfono, lo releo repetidas veces, pienso en posibles respuestas y como retrucarlas y ya estoy donde ella quería. Vuelvo a leer el mensaje y estoy a punto de enviarlo cuando el flaco sentado a mi lado, me pide una seca. – Si, amigo, como no. Guardo el mensaje sin enviar en borradores, cierro el teléfono, y me pongo a charlar de bueyes perdidos con mi ocasional compañero de viaje. Media hora y 2 cervezas después, bajando del furgón, decidí borrar todos los mensajes y encaminarme a casa tranquilo. - No le des bola, me auto aconsejaba, metete en la tele, decile a todo que si y apenas terminas de comer, un bañito y a la cama. A la clásica pregunta – Que te pasa? La clásica respuesta – Estoy cansado... y así pasar otro día insípido, monótono, rutinario. Hoy ya no quiero pelear mas, tampoco quiero charlas casuales, ni disculpas, ni besos. No quiero nada de nada, quiero meterme en la tele con mi tuba de tinto y olvidarme de todo hasta que esté tan en pedo que solo reste llegar hasta la cama sin matar a nadie... porque a veces me siento capaz de matarla. La he matado. La he cortado en pedacitos y enterrado a orillas del Reconquista, en mis pensamientos. Por eso uso mis “antídotos”, para no estallar, para no partirle la cabeza contra la puerta, para no electrocutarla en la ducha, para no clavarle la cuchilla blanca en el medio del pecho, para no concretar mis fantasías mas obscuras.
¡Basta! Calma viejo, debe ser el viaje. Son diez horas semanales de furgón en hora pico que se juntan los viernes por la noche, como los pibes de la esquina, y se me suben a la mochila cuando bajo en Merlo. Y así llego con la mochila, que nadie ve, cosida a la espalda. Y ella no lo sabe. Como puedo culparla si nunca se lo conté. Si ella nunca lo vivió. Si uno llega ensimismado, apático, sin ganas de compartir siquiera el cansancio, ajeno a todo, autómata que responde con monosílabos a preguntas que apenas escucha. Ella en realidad no tiene la culpa. - El problema es la falta de dialogo, decía un amigo. – ¿Si ella no sabe que te pasa, como te puede ayudar? ¿Si no le contás lo que te molesta, como va a cambiarlo? Me parece que algo de razón tiene, mañana le voy a hablar, hoy no. Ya no me quedan fuerzas ni palabras. Hoy tele, tinto, guisito y a la cama. Mañana será otro día.
Cuando abro la puerta de casa, ella está parada junto a la cocina, revolviendo pensativa el contenido de una olla humeante.
Buenas ¿Como va?
...
Hola ¿Que haces? ¿Todo bien?
Intento darle un beso y ella me aparta la mejilla.
¡Salí de acá con ese aliento! ¡Drogadicto! ¡Y no, nene, no esta todo bien!  ¿Porque no contestas mis mensajes? ¡Yo estoy todo el día encerrada en este rancho de mierda, fregando y cocinando para el señor y vos venís en pedo y a la hora que se te canta! ¿Qué te pensás, que soy tu criada? ¡Tomá! Acá tenés la comida, yo no tengo hambre, me voy a bañar. Y a ver si arreglas ese calefón de mierda, que hace un rato me dio una patada.

Descorché el tinto, probé esa mierda de sopa que había en la olla y seguí de largo. Pasé por el baño, rumbo a la cama y abrí la puerta sin hacer ruido. Se escuchaba correr el agua de la ducha y, haciendo equilibrio con la botella, los puchos y el vaso, enchufé el calefón eléctrico, cerré suavemente y me fui a ver la tele en la cama. Se me hizo eterno el tiempo hasta que por fin la luz empezó a titilar hasta cortarse definitivamente justo cuando sonó un golpe seco que provenía del baño.
Llené el vaso, apagué el cigarro y me quedé bebiendo a oscuras hasta que me quede dormido. Esa noche descansé como hacía años no lo hacía. Ambos, por fin descansamos en paz, después de muchos años. Demasiados años.

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