domingo, 30 de septiembre de 2012

Roberto C. Suárez - Los tres demonios


Los tres demonios.

I.

En el centro del firmamento una luna redonda y blanca con luces prestadas, iluminaba la oscuridad de los hombres.
Escapados de una pesadilla que pronto llegaría a su fin, dos de los últimos tres demonios que aún asolaban nuestras noches, cruzaron el hall de entrada de la vieja mansión. 
El tercero un poco más retrasado, aguardaba en la puerta, mirando las tinieblas, a la espera de algo o de alguien que nunca llegaría. 
Era noche de cacería.

II.

Los tres demonios olían a alcohol y a suciedad. Bañados en sudor la ropa se les pegaba en el cuerpo como una segunda piel. 
Con pasos lentos y pesados, los dos demonios que ya estaban dentro de la casa murmuraron antiguas palabras en un lenguaje que hoy es carne del olvido.
El tercer demonio que aún estaba en la entrada, ingresó también lentamente y una vez en el recinto principal, les dijo a los otros con voz grave y pausada: “Nadie más vendrá…”
Como profanos tambores de guerra el eco de sus pasos sobre el piso de madera retumbaba en toda la casa. 
Con cada paso que daban, el pequeño mundo que aún les pertenecía, se impregnaba de sudor, pánico y desesperación. 

III.

Escondidos, mi pequeña hermana y yo los mirábamos desde un recoveco sin hacer ruido alguno. Realmente nos entendíamos tan bien que no necesitábamos articular palabra para comunicarnos, si ella hubiera podido, habría temblado tanto como una hoja en otoño.
Los seres tenían pequeños dientes amarillos, casi ridículos y ojos pequeños y azules, calzaban botas tejanas, jeans color azul gastado, y camisas leñadoras haciendo juego. Toda una vulgaridad, tan vulgares como su antigua estirpe.
Portaban extrañas armas, cinceles, martillos y una botella de agua mineral con un líquido azul, cuyo aroma provocaba nauseas y un poco de escozor a mi pequeña hermana.
Sin fe portaban también símbolos de dioses profanos, como esperando que esa noche les dieran la fuerza y el valor para poder destruirnos.

IV.

Todo fue como un juego, jamás nos vieron venir, nuestro ataque fue rápido y brutal, como un rayo.
No tuvieron tiempo para nada. Comparados con nosotros ellos eran tan lentos como puede serlo una babosa.
Mi pequeña hermana consumió a dos, con una sed que nunca tendría fin y yo me ingerí al restante.

El tiempo de los hombres había llegado a su fin, se cerraron bruscamente los libros que contaban sus absurdas historias, este era nuestro tiempo y nuestro mundo por siempre, con la muerte de los últimos tres hombres sobre la faz de la tierra, ningún otro demonio volvería a asolar a los de nuestra clase…aunque -como dice mi madre- “con los humanos nunca se sabe…”. 

Fin

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