jueves, 11 de agosto de 2016

Roberto C. Suárez - Miedo a la oscuridad

Yo entiendo que en el mundo de un niño el miedo a lo sobrenatural se encuentra presente como la tierra en las uñas, como las rodillas sucias.
Con la noche, múltiples seres fantásticos pueblan mi imaginario y la oscuridad se vuelve un imán para dar rienda suelta a lo más febril de mis pensamientos, siempre asociados a un peligro inimaginable, inentendible, nutrido de la adrenalina que provoca el miedo.
Miedo y pánico a esos seres horribles que salen en tropel, escapados de las películas, de los videojuegos y de mis pensamientos más oscuros.
Bien, antes de proseguir me presentaré, soy Juan y tengo nueve años y también tengo mi propia habitación desde que nací.
Mi cuarto es mi mundo, mi reino privado. Pero por las noches… bueno, sigue siendo mi reino privado, pero también todo es muy diferente.
Se que cuando termino la cena y subo las escaleras, rumbo a mi habitación, un miedo empieza a brotarme por los poros, miedo al cual voy controlando, encarrilando en la senda del autocontrol. El autocontrol que puede proporcionarse un niño, claro está.
Sentir la puerta de mi cuarto cerrarse tras de mi y encontrarme sólo en la habitación es también experimentar la sensación de que el miedo adquiere entidad propia y que a su vez se fortalece. Y es en ese instante en donde empieza el ritual nocturno, mi ritual de limpieza o purificación.
Así las cosas, enciendo primero el velador que me trajeron los reyes, levanto la almohada buscando alguna huella de pequeños seres fantasmales, luego me paro en la cama y una vez en ella, me cuelgo cabeza abajo como gimnasta olímpico buscando si hay algo debajo que pueda arrastrarme las piernas o trepar por las cobijas.
La penúltima parte de mi ritual es acercarme a la ventana que da a un patio interno de la casa y ver si alguna entidad está trepando las paredes o acechando, esperando el momento propicio para comerme.
Finalmente, abro de par en par las puertas de mi armario donde guardo la ropa y reviso entre las perchas con camisas y camperas colgadas y también los cajones con medias y calzoncillos, para cerciorarme que no existe ningún ser dispuesto a brincar sobre mi mientras duermo.
Una vez que completo todos estos pasos, me siento tranquilo y a cubierto, el miedo empieza a remitir lentamente y me invade la paz y la tranquilidad que necesito para colocarme frente a un espejo e invocar al demonio.


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