domingo, 5 de abril de 2015

Ventura y desventura del cuento por Mauricio Electorat

Los editores suelen huir de los volúmenes de cuentos como de la peste argumentando que el cuento no vende. Y lo más probable es que sea verdad. ¿Por qué? En el mundo anglosajón, en cambio, el cuento es un género canónico, hay revistas dedicadas al relato breve que imponen escritores, como Granta o The New Yorker. Narradores como Raymond Carver o John Cheever son, ante todo, maestros del relato breve que se han consolidado en el campo literario anglosajón con la misma indiscutible primacía con que lo hace cualquier novelista.
Con esto apunto a un fenómeno que tiene que ver con la manera en que un género pervive en una sociedad determinada: en Estados Unidos, en Inglaterra, un cuentista puede imponerse en el canon literario de su país y de su lengua como una figura central. En países latinos, curiosamente— esto es mucho más difícil. Esto tiene que ver, como siempre en este tipo de cosas, con dos de los aspectos en los que se entreteje la existencia social de toda literatura: una tradición y las modificaciones de dicha tradición o, en términos más generales, con la manera como evoluciona la cultura. 
En el caso de la literatura anglófona, los cuentistas “canónicos” se remontan a figuras como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne o, más tarde, Sherwood Anderson. El mismo James Joyce es conocido como autor de Dublineses antes de publicar el Ulises y, desde luego, Hemingway es para muchos un magnífico cuentista que además escribió novelas. 
En el contexto hispanoamericano —el “territorio de la Mancha”, como lo definía Carlos Fuentes—, no hay un país que tenga una tradición tan potente de cuentistas como Argentina; pensemos solo en Borges y Cortázar, dos de los escritores más importantes del siglo pasado. Borges —que, como todo el mundo sabe, no veía razón para contar en trescientas páginas aquello que se podía contar en tres— se hizo su canon personal con poetas, filósofos cultores de la metafísica y de la paradoja y, en el universo de la narrativa, más con Chesterton, con Wilde, con Bernard Shaw que con Henry James o con Dickens. En Cortázar, que puede ser visto como una especie de alter ego posmoderno de Borges, “laten” Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft, junto con Julio Verne (otro maestro de la literatura fantástica), Jean Cocteau (que es lo más parecido a un poeta de los paraísos artificiales, un Thomas de Quincey a la francesa) y los integrantes del famoso Oulipo (“Ouvroir de littérature potentielle”), grupo liderado por Raymond Queneau, al que pertenecieron en su momento Marguerite Duras e Italo Calvino, que trae a la literatura francesa de posguerra el experimentalismo formal surgido del modernismo anglosajón.
De ahí a afirmar que la pervivencia y la importancia del cuento en Argentina tienen que ver con la (mayor) asimilación por parte de los escritores argentinos de la tradición anglosajona no hay mucho trecho. Pero lo cierto es que el cuento es, también, un género central en otras literaturas hispanoamericanas: la chilena, sin ir más lejos. Podemos prescindir probablemente de los cuentos de Donoso y entender su obra, pero no podemos explicarnos la obra de Manuel Rojas prescindiendo de sus cuentos, ni la de Baldomero Lillo, ni la de José Miguel Varas o la de Francisco Coloane. Lo mismo ocurre en México con Juan Rulfo; en Brasil, con Rubem Fonseca, o en el Perú, con Bryce Echenique y Julio Ramón Ribeyro, por citar solo unos pocos nombres. 
La pregunta del millón es, entonces: ¿por qué no se lee el cuento? El problema de fondo tiene que ver, a mi juicio, con lo que algunos críticos llaman el pacto entre el lector y el texto: por alguna razón los lectores (que son sobre todo lectoras, como es sabido) de nuestras latitudes prefieren adentrarse en el mundo más complejo y en el tiempo más largo de la novela que en la velocidad y la síntesis del cuento. Sin duda no hay una sola explicación, sino varias. Yo intuyo que una de ellas tiene que ver con un hecho cultural compartido: la desaparición, en nuestros países, de las revistas literarias, o de las revistas culturales de calidad. Y otro: la primacía del formato del largometraje en el cine, que es el gran género narrativo de nuestra cultura. ¿Serán las únicas explicaciones? Sin duda que no... 

Fuente de la Nota: http://www.elmercurio.com/blogs/2014/07/27/23852/Ventura-y-desventura--del-cuento.aspx

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