jueves, 17 de abril de 2014

Los periodistas de Dios: La fuente autorizada, el testigo de cargo, el investigador de datos sueltos y el cronista memorioso.


Los Evangelios fueron compuestos en una época de oralidad casi absoluta y se ocupan de un personaje cuyo único rastro de escritura fue una efímera frase en la arena. Nada parecería más frágil que esos testimonios. 
Como Sócrates, Jesús requería de discípulos que tomaran apuntes. Uno de los episodios más interesantes de la recepción literaria es que, en una marea de textos, cuatro alcanzaron el rango de canónicos. No entraré en las razones teológicas o políticas que condenaron los demás evangelios al rango de apócrifos. Me interesan las razones literarias de esa elección.
Los Evangelios transmiten la "buena nueva" y siguen los preceptos del Espíritu Santo, más interesado en la fe que en la veracidad de los hechos. Estamos, pues, ante cronistas deseosos de captar una noticia trascendente. Ninguno de ellos firmó su manuscrito. La autoría es una atribución posterior. Las mismas razones que llevaron a considerar que esas versiones superaban a otras, determinó los nombres de los escribas (dos de ellos prestigiados con el rango de apóstoles). Lo interesante es que cada una de las versiones ofrece una aproximación diferenciada. Al respecto, Santiago Guijarro escribe en Los cuatro evangelios : "El estudio de la redacción de los evangelios ponía de manifiesto que los redactores finales no habían sido unos meros compiladores, sino verdaderos autores". 
No se conoce la vida real de los evangelistas, pero los rasgos biográficos que se les atribuyen permiten imaginar a escritores con diversos puntos de vista.
¿Por qué elegir esas cuatro maneras de decir lo mismo? Más allá del contenido, los Evangelios representan los modos fundamentales de la crónica.
Según las conjeturas, Marcos, primer evangelista, usó una fuente básica: el apóstol Pedro. Su narración privilegia las acciones y escatima los dichos. "¿Por qué este acento puesto en las realidades vivas, en los actos, en los acontecimientos mismos más que en su explicación?", pregunta el teólogo Patrick Fannon, y responde: "Seguramente porque las fuentes de Marcos se hallaban aún obsesionadas por la impresión de lo ocurrido".
Mateo narra con la técnica del testigo presencial: estuvo en los sucesos y no olvidó las palabras de Jesús. Mezcla de acontecimientos y declaraciones exclusivas, su Evangelio sería el más leído.
Lucas fue médico e historiador en Alejandría. A la distancia, reunió fuentes y testimonios dispersos para construir su historia. Testigo externo, es el único que presenta a Jesús rezando (los demás lo dan por supuesto).
Juan se aparta de los Evangelios anteriores, llamados "sinópticos". La trama de la Pasión ya se conoce y él puede interpretarla en clave subjetiva (escribe 44 veces la palabra "amor", por seis de Marcos). El favorito de Jesús escribe mucho tiempo después de lo ocurrido, reporteando su propia memoria y obedeciendo a sus sentimientos.
Cuatro maneras de recuperar lo real cristalizan en estos relatos perdurables: la fuente autorizada, el testigo de cargo, el investigador de datos sueltos y el cronista memorioso.
La crónica contemporánea conserva esas técnicas fundadoras. En Relato de un náufrago, Gabriel García Márquez privilegia la estrategia de Marcos; en Memorias de Pancho Villa, Martín Luis Guzmán, la de Mateo; en Che Guevara: una vida revolucionaria , Jon Lee Anderson, la de Lucas, y en Ébano, Ryszard Kapuscinski, la de Juan.
Ante la enésima profecía sobre la desaparición del libro, conviene recordar a los anónimos maestros que escribieron en un mundo sin lectores sobre un mesías casi ágrafo.
No es fácil describir un milagro. No es un milagro menor que haya cuatro formas de contarlo.

Autor. Juan Villoro


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